sábado, 6 de mayo de 2023

EN DEUDA

 EN DEUDA


Acabo de leer “En deuda” de David Graeber, libro de considerable volumen pero de lectura, en general, amena aunque a veces tanta exposición sobre el funcionamiento de un montón de tribus, sobre todo al principio del libro, sea un poco farragosa.

Graeber propone una lectura de cuestiones propias de la Economía desde un punto de vista ajeno al que han planteado los economistas desde los tiempos de Adam Smith hasta ahora. Él  fue doctor en Antropología y realiza un estudio de esas cuestiones desde una óptica etnográfica.

Para empezar, empieza con una crítica a las teorías que los economistas han explicado para hablar de la creación del dinero y que, para ellos, deriva de la necesidad de poner orden y una referencia común en una economía basada en el trueque. Por lo que yo recuerdo de mi manual de la asignatura de Economía Política que estudié hace unos 30 años, diría que era esa la explicación que se daba.

Graeber sostiene con abundantes ejemplos de tribus de todos los continentes que, entre los habitantes de una misma aldea, nunca se ha establecido una economía basada en el trueque porque no tiene sentido. Puede darse entre de gente de comunidades que unos sean extraños para otros, incluso pueden ser comunidades enemigas, pero no si todos pertenecen a la misma comunidad.  No puedes empezar a realizar trueques con los vecinos porque te ves cada día con ellos y, o bien no tienes con quien intercambiar porque no encuentras con quien cambiar algo que satisfaga a las dos partes, o bien si se llega a producir un intercambio está sujeto a la inestabilidad que luego resulte insatisfactorio.

El dinero tiene que haberse creado de otra manera. Y aquí es donde Graeber introduce el concepto de deuda. Cuando empieza a hablar de deuda, lo hace en un sentido tan amplio que deprime. Deudas por recibir un bien o prestación de servicios, deudas de honor, deudas de sangre… Por el hecho de nacer ya estamos en deuda, la cual se incrementa a medida que crecemos y alguien nos proporciona comida, vestidos, escolarización, asistencia sanitaria, etc.  Sean familiares, amigos, corporaciones financieras o el Estado, estamos permanentemente en deuda.

En las sociedades antiguas, la gente se intercambiaba prestaciones, favores y ahí empieza a darse que unos deben algo a otros. Y para eso sirve el dinero, para medir deuda. Y el dinero ha adoptado diferentes formas a lo largo de los siglos porque la deuda se ha servido de diversos medios para quedar reflejada. Por supuesto, las monedas o los billetes son los que conocemos desde pequeños, pero en la antigüedad se podían reflejar las deudas en tablas de arcilla o palos de conteo, hechos de madera o huesos de animales, y en las que mediante muescas servían como registro de documentos numéricos. O, durante la Revolución Industrial, el empresario podía pagar a los trabajadores su deuda por el trabajo realizado en vales o tickets de compra porque, a lo largo de la historia, y hasta épocas relativamente recientes, en muchas ocasiones había pocas monedas o papel moneda en circulación.  Así, Graeber explica que con el derrumbe del Imperio Romano desaparecen las monedas pero la gente sigue sirviéndose de las unidades monetarias para reflejar las deudas que tienen contraídas entre sí los habitantes de una comunidad, en aquella época de tipo feudal.

Ahora ya ni siquiera necesitamos un soporte físico para pagar nuestras deudas. En una pequeña carta de plástico o en el móvil tenemos las herramientas para liquidarlas. El dinero se ha vuelto totalmente virtual

Así pues, el dinero lo podemos considerar como una abstracción y lo importante es la confianza que genera el medio de pago.  Mientras Europa era un  territorio periférico en la Edad Media con poca actividad económica que no fuera la propia para subsistir y bastante violento, los árabes y chinos habían desarrollado una gran actividad comercial.  Los comerciantes árabes generaban medios de pago a través de letras de cambio que se iban transmitiendo, eran reconocidas y aceptadas como dinero para los intercambios y procuraban una floreciente actividad. En China, pasaba lo mismo pero un Estado fuerte hacía emisiones de papel moneda muchos siglos antes que lo hiciera el Banco de Inglaterra en Europa Occidental.

Y las emisiones del Banco de Inglaterra en la Edad Moderna, y como luego pasó con otros estados europeos, significa que los Estados empiezan a endeudarse. Se endeudan a partir del siglo XVII y XVIII para financiar ejércitos con los que conquistar territorios, buscar mercados, colonizar países e imponerles tributos. En definitiva, para ser acreedores de los países sometidos y esto es una espiral inacabable. Así se han comportado Francia y Reino Unido, y sobre todo los EEUU en los dos últimos siglos. Los americanos han recurrido a deuda para financiar guerras como la de Vietnam o hace pocos años las de Irak o Afganistán.

Tal como lo explica Graeber, y también había leído en Varufakis, hay un momento clave en la historia que es cuando en 1971 Nixon decide desligar el dólar del patrón oro y poner fin a la regulación que los países occidentales habían establecido, con los acuerdos de Bretton Woods después de la II Guerra Mundial,  para dar estabilidad a las transacciones comerciales. También se buscaba estabilidad financiera con la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Nixon necesitaba financiar la guerra del Vietnam, los cuatro millones de bombas que cayeron sobre el país asiático y forzaron a los vietnamitas a pedir la paz.  Para endeudarse, hacía que la Reserva Federal imprimiera más dólares y esos dólares ya no podían estar respaldados por las reservas de Fort Knox. Leí que Varufakis contaba que los franceses enviaron un destructor para entregar dólares y llevarse lingotes de oro. Ante el temor y cabreo que otros hicieran lo mismo, Nixon tomó aquella decisión.

A partir de ese momento, e introduciendo medidas desreguladoras del sector financiero en los años siguientes, la capacidad de endeudarse, de crear dinero de la nada de manera artificial por parte de bancos centrales y corporaciones financieras ya no tiene freno y se puede multiplicar exponencialmente.  Todo el mundo se endeuda, los Estados, las familias, los propios bancos. De momento, ya hemos asistido a un cataclismo económico en 2008 porque, si bien todos somos iguales ante la ley y todas las deudas son igualmente cancelables, resulta que algunas deudas son más cancelables que otras. A la gente que perdió su casa no se les dejó cancelar las deudas contraídas que incluso no saldaron ni con la entrega del inmueble. Los bancos fueron salvados y cancelaron sus deudas con el dinero de los contribuyentes.

Graeber explica muchas cosas pero, intencionadamente, dice al final del libro que no ha querido hacer ninguna propuesta. Sólo quiere finalizar el libro proponiendo una única y consiste en que se haga tabla rasa, se cancelen las deudas y se vuelva a empezar con reglas nuevas. Perpetuar un sistema basado en la deuda no puede más que provocar mucho sufrimiento humano. Especialmente si con las reglas actuales hay quien juega con trampas y no cancela sus deudas cuando a otros se les obliga a hacerlo.

Una propuesta en la última página difícil de no calificar como utópica. 

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