En 1966, un genio como Charles Chaplin entregó su última obra cinematográfica y puso punto final a una gloriosa carrera, si bien La condesa de Hong Kong estuviera lejos de ser una de sus mejores películas. Tampoco Ford, Hawks o Hitchcock se despidieron con películas que se pudieran contar entre las mejores de su filmografía.
Chaplin solo hizo dos películas que no protagonizara. Una es la espléndida Una mujer de París, que vi en la Filmoteca y fue la última vez que oí el piano de Joan Pineda acompañando la proyección; y la otra es La condesa de Hong Kong, en la que solo tiene un pequeño cameo y que no es una película espléndida.
El mayor problema de la película es de casting. Marlon Brando era un gran actor, pero poco dotado para la comedia y tiene el aspecto de actuar sin creerse de verdad la película. Al parecer, Brando ya le advirtió a Chaplin que él no era un actor de comedia y el genial cómico inglés insistió en que fuera Brando el protagonista. Tampoco Tippi Hedren, como esposa de Brando apareciendo en la última parte de la película, ofrece unas mejores prestaciones como actriz de comedia.
En cambio, más acertada fue la elección de Sophia Loren como protagonista femenina del film. Curtida en las comedias italianas que empieza a protagonizar en los cincuenta, al menos sale airosa del envite y ofrece una interpretación correcta, ayudada también por su deslumbrante belleza.
El argumento consiste en que la Loren, una supuesta condesa rusa que en realidad es una chica de alterne que trabaja en la ciudad de Hong Kong, acaba escondida de polizón en el camarote de un adinerado miembro del cuerpo diplomático americano interpretado por Brando. Su intención será la de llegar a los Estados Unidos y Brando la ayudará, en principio para salvar las apariencias ante la comprometedora situación que hay una mujer en su camarote, y luego enamorándose de ella hasta el previsible happy end final.
El guion depara situaciones divertidas, sobre todo con el personaje de Patrick Cargill, asistente de Brando, al cual utilizan para un matrimonio de conveniencia con el que la condesa pueda obtener un pasaporte y el de Margaret Ruthford, una señora ya anciana que empieza a recibir bombones y ramos de flores al confundirla un pasajero del barco con la condesa; pero es insuficiente para decir que estemos ante una gran película. Dirigida por cualquier otro, hubiera sido una película correcta y entretenida sin más. Habiéndola dirigido Chaplin, hay un punto de decepción y la sensación que su tiempo ya había pasado.
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