Il sol dell’avvenire es la última película de Nanni Moretti,
presentada en Cannes hace un par de semanas. Pendiente de estreno en España
hasta septiembre, aprovecho que estoy en Turín y la veo en el cinema Romano, en
la Plaza del Castillo.
A pesar de ser
corta en metraje, unos 95 minutos, la película es rica en contenido abordando
diferentes temas.
Por un lado hay
una película dentro de la película y es la que rueda Giovanni (Nanni Moretti)
sobre un viaje de un circo húngaro que es invitado, en los años 50, por una sección del partido comunista de un
barrio romano para realizar allí su espectáculo. En el rodaje de esta película,
Moretti tendrá que afrontar si pierde el control de contar la historia a su
manera frente a los intentos de una actriz de dar un enfoque diferente a los
dos personajes principales. El director es cuestionado en su modo de llevar la
historia. Por otro lado, en esa película la llegada del circo húngaro coincide
con la represión soviética en Budapest de 1956, que es seguida por televisión
por parte de los anfitriones comunistas y sus invitados húngaros, y Moretti ha
de plantearse si ha de ser fiel a la verdad o no en torno a la posición que
adoptó en aquella crisis el PCI.
Y fuera de esa
película dentro de la película pasan también muchas cosas. Por un lado, a
Giovanni se le viene abajo el mundo cuando su mujer, después de 40 años, y tras
varias sesiones con un psicoanalista, le dice que ha llegado el momento de
separarse. Giovanni se resiste a aceptarlo y además su mujer también trabaja
con él pues es productora de cine.
Justamente que sea productora abre otra parte de la película en la que
Moretti se interpone en la manera de rodar una secuencia en una película de
acción en la que su mujer trabaja. La banalidad con la que se va a rodar una
escena violenta solivianta a Moretti, que arma un pequeño escándalo, hace un
amago de llamar a Martin Scorsese para que indique como se ha de rodar una
escena violenta y acaba con Moretti derrotado, avanzando acompañado de la
cámara mientras a su espalda se acaba de rodar la secuencia de la manera vulgar
que él criticaba.
Su película con
la trama húngara atraviesa problemas en la producción. Un productor francés
medio caradura y estafador deja colgada la financiación y pone en peligro que
la película pueda finalizarse. A través de su mujer, contactará con unos
productores coreanos con los que Moretti no se entenderá del todo bien. Los
productores le garantizarán que la película podrá llegar a 190 países a través
de Netflix, pero Moretti se pregunta si no es mejor que llegue a menos países
pero en mejores condiciones.
Y todo salpicado
por guiños cinéfilos (menciones a Cassavettes, aparición de la escena final de
La dolce vita cuando Mastroianni no puede comunicarse con la niña o una escena
de Lola con Anouk Aimee) y musicales (varios personajes bailando una canción de
Franco Battiato, o su mujer y Moretti cantando en el coche con entusiasmo el
Fever de Aretha Franklin).
Seguramente no es
una película redonda, pero a los que nos gustó Caro diario y Abril, y
empatizamos con Moretti, su visión de la realidad sociopolítica y su manera de
entender el cine y su cinefilia, yo creo que salimos muy contentos del cine.
Y un final
bonito, optimista, tal vez iluso, y que a mí me recordó en parte a 8 ½.
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