Veo El ladrón de Bagdad, una de la películas favoritas de mi padre, y me lo paso muy bien con esta fantasía oriental. Rodada en 1941, me imagino que debió servir de válvula de escape, y se lo pasó igual de bien que yo, la sufrida población civil británica en el que posiblemente fue el año más duro de la II Guerra Mundial.
Me parece que es una película de productor, un poco en la línea de Lo que el viento se llevó en la que participaron varios directores aunque solo esté acreditado Victor Fleming. En esta producción de Alexander Korda hay tres directores acreditados, el gran Michael Powell junto con Tim Whelan y Ludwig Berger, a los que no conozco pero leo que Berger fue un cineasta alemán que trabajó en la década de los veinte en su país natal. No me extrañaría que también William Cameron Menzies, que aparece acreditado como productor ejecutivo, y tal como hizo en Lo que el viento se llevó, hubiera rodado alguna escena. Así era el cine en los años 30 y 40, los estudios eran una factoría en la que podía firmar una sola persona como director o guionista y, en muchas casos, había participado mucha gente.
Tengo la sensación que El ladrón de Bagdad es una película muda. Por supuesto, está la maravillosa música compuesta por Miklos Rozsa pero los diálogos son perfectamente prescindibles y la fuerza de las imágenes explica por sí sola la película. Muchas secuencias tienen reminiscencias del cine expresionista alemán (¿influencia de Berger?) aunque también tenemos elegantes movimientos de cámara (¿influencia de Powell?). Y los efectos especiales, como el del caballo de juguete cabalgando por el cielo de Bagdad, aunque ahora puedan parecer cutres a las nuevas generaciones, siguen funcionando muy bien dentro de la película. Y también sirvieron de inspiración en películas posteriores ya que, cuando Sabú lucha con una araña gigante, me ha recordado una escena prácticamente idéntica de El increíble hombre menguante.
Hay otro elemento muy importante que conecta la película con el expresionismo alemán y es la participación, como el villano Jaffar, del gran Conrad Veidt, el Cesare de El gabinete del doctor Kaligari. Veidt era un actor maravilloso, vemos su rostro en un primer plano al inicio de la película y notamos en un milisegundo la maldad del personaje. Si un actor de la película no necesita de una línea de diálogo para transmitir emoción, ése es Veidt. Una lástima que muriera de forma prematura en 1943 y que actuara en pocas películas cuando llegó a Hollywood. Además, es humillado por el merluzo Victor Laszlo en la escena en que se canta La marsellesa en Casablanca, aunque es un honor ser tiroteado por Bogart junto al teléfono del aeropuerto en el final de la película.
Veidt sería más malo que la tiña en sus películas, pero se exilió de Alemania en los años 30 y fue un convencido antinazi, manifestando públicamente estar a favor de los derechos de judíos y homosexuales, así como igualdad entre hombres y mujeres.
Jaffar es el visir de Ahmad, el rey de Bagdad, y al principio de la película maquinará con gran vileza destronar a Ahmad y sucederle como rey. Pero lo que mueve la acción de la película es la obsesión erótica que tienen tanto Jaffar como Ahmad por la bella June Duprez, que interpreta a la princesa de Basora. Desposeído de su reino y arrastrado a la indigencia, Ahmad se hará amigo del simpático Sabu, el ladroncillo de Bagdad, Juntos y después de mil peripecias, Sabu llegara en una alfombra voladora antes que vayan a ejecutar a Ahmad, el pueblo se rebelará contra Jaffar y. de un certero tiro con una ballesta, acabara con Jaffar que intenta huir en el caballo de juguete por los cielos. Ahmad se casara con la princesa y Sabu partirá en una alfombra voladora a la búsqueda de aventuras.
El ladrón de Bagdad es una obra maestra del cine de aventuras y fantástico. Con ese technicolor chillón e irreal, son 100 minutos de fantasía y evasión.
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