Estrenan La historia de Soulemayne,
dirigida por Boris Lojkine, ganadora de Un certain regard en Cannes y nominada
a mejor película y director en los Césares, ganando el protagonista, Abou Sengaré,
el César a mejor actor revelación.
La historia es la de un
repartidor de comida a domicilio, uno de esos ryders que vive en París y tiene
una entrevista para regularizar su situación como inmigrante en el órgano administrativo
francés encargado de estas cuestiones. Vemos como el protagonista memoriza una
historia para, al cabo de dos días, obtener el estatuto de refugiado político.
La falsa historia que va a contar es la de un activista político que no puede
vivir en Guinea Conakry por haber sido encarcelado y represaliado. En realidad,
su llegada a Francia tiene una motivación, como para muchos otros inmigrantes,
puramente económica y, de hecho, ha dejado en su país a su madre enferma y a
una novia que, por teléfono, le dice que tiene un pretendiente acomodado económicamente
con lo que se rompe la relación.
La historia de un inmigrante
explotado y con muchas dificultades para salir adelante es, lamentablemente,
algo que podemos considerar convencional. Pero la película está lo bastante
bien hecha para que la historia resulte interesante.
Por un lado, no solo es el
sistema capitalista quien explota en exclusiva al desdichado protagonista, ni
los peligros se reducen a conducir una bicicleta de forma suicida para cumplir
con los pedidos por las calles parisienses. Al ser inmigrante ilegal, él
trabaja como repartidor con la licencia de otra persona que lo somete a explotación
económica, incluso deja de pagarle y, ante los reproches de Soulemayne, finalmente
le agrede ante la impotencia del protagonista. Solemayne necesita imperiosamente
el dinero para pagar a otro turbio personaje, que se dedica a cobrar por
facilitar la regularización facilitando papeles y orientando a cómo articular
una historia que cuele ante los servicios de inmigración. Vemos, desde el
principio, como Soulemayne combina el reparto estresante de comida a domicilio
mientras memoriza una historia que, en la parte final cuando tiene la
entrevista, no resulta nada original y ha sido ya escuchada muchas veces por la
funcionaria que lo atiende.
También nos es mostrada la
miseria de estos indigentes a través de los servicios sociales que los
atienden. Los inmigrantes se reúnen en puntos de la capital francesa donde
esperan a unos autobuses que los llevan a centros de acogida, allí pueden tener
una comida caliente y ducharse que alivian su situación, al menos de forma
momentánea.
Abou Sangare, actor no
profesional que llegó como inmigrante ilegal a Francia en 2017, asume el papel
protagonista por el que ha sido premiado. Transmite autenticidad en la parte
final de la película, esa larga entrevista en la que el personaje queda desnudo
defendiendo la falsa historia y acaba contando las motivaciones para quedarse
en Francia.
Previsible, pero enérgica, intensa
y conmovedora.
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