Una quinta portuguesa es
una película estrenada recientemente, dirigida por Avelina Prat e interpretada
por Manolo Solo, Maria de Medeiros y Branka Katic.
Se trata, a través de un guion bien planteado, de dos personajes desorientados
que deben suplantar las personalidades de otros que han fallecido para
encontrar su lugar en el mundo, junto a otro personaje que arrastra la tragedia
del retorno desde la colonizada Angola tras la independencia del país africano.
Fernando es un profesor de
geografía que un día vuelve a casa y su mujer ha desaparecido. Denunciada la
desaparición, las pesquisas de la policía hacen que le comuniquen que su
desaparición es voluntaria y la mujer ha regresado a Serbia, su país natal. Totalmente
desorientado y siendo paradójicamente un cartógrafo, se toma unas vacaciones en
Portugal y conoce a un español, llamado Manuel, que tiene una oferta para
trabajar de jardinero en una finca rural del país luso. Súbitamente, Manuel
tiene un ataque y muere. Fernando decide suplantarlo y presentarse en esa
quinta portuguesa para trabajar como jardinero. La propietaria de la finca,
Amalia, enseguida se da cuenta que Manuel no es, en realidad, un jardinero,
pero le deja hacer siendo totalmente comprensiva y empática con su misteriosa
figura. Amalia es una mujer ya madura que volvió de Angola en los años setenta
cuando era niña, mientras sus padres morían en el país africano y experimentó
en propia piel el rechazo que la sociedad portuguesa tuvo respecto a aquellos
compatriotas que habían colonizado esa y otras colonias portuguesas.
La quinta es un lugar
tranquilo, relajado, en el que el tiempo parece detenerse. Resulta ideal para
aislarse de un incómodo pasado, tanto de un Fernando que no encontró
explicación a la desaparición de su mujer, como de una Amalia que vivió
experiencias turbulentas y pérdidas familiares cercanas y traumáticas.
Han pasado unos años y Fernando
se ha adaptado totalmente a esa nueva vida en que se llama Manuel, ha aprendido
portugués, aunque siga hablando en castellano con Amalia y le propone una
ampliación de la finca para plantar almendros. Para conseguir capital le dice
que no le importaría vender el piso que tiene en España. Aquí la película da un
giro y es cuando descubre que la casa vuelve a tener los suministros de agua y
luz de alta a nombre de su mujer serbia. Se traslada a Barcelona y observa que,
efectivamente, en su casa vive una mujer de origen serbio que no es su esposa.
Se aproximará a ella, iniciará una amistad para descubrir, como en un espejo,
que esa mujer ha suplantado a quien fuera su esposa ya que, siendo enfermera,
la atendió en su lenta agonía en un hospital de Belgrado y cogió su
documentación y efectos personales para probar suerte en España.
Los personajes suplantadores,
igual que los suplantados, son gente que vive en gran soledad, justamente por
eso es tan fácil que nadie pregunte y puedan asumir una identidad diferente a
la suya. En cambio, Amalia ha sufrido la experiencia de la vuelta a Angola de
forma traumática. Tanto para Amalia como Fernando/Manuel, la quinta es una
isla, un lugar apartado en el que buscar una felicidad asumida en una vida
sencilla y apartada.
El guion es inteligente y son
muy buenas las interpretaciones, tanto la de Manolo Solo que ya hacía una gran
labor en Cerrar los ojos, como la actriz lusa Maria de Medeiros y la
serbia Branka Katic.
Una película tranquila y
sosegada, incluso en sus momentos de thriller, como la vida que persiguen sus
protagonistas exorcizando los fantasmas de su pasado.
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