Veo una copia de Los dientes
del diablo (1960) en la Filmoteca en un estado no muy bueno, aunque
compensa ver en pantalla grande una película rodada en Technirama.
Dirigida por Nicholas Ray,
cuenta la historia de Inuk, un inuit que trata de adaptarse a las duras condiciones
climáticas de la zona y a las sociales, en un mundo en el que escasean las
mujeres, sacrificadas las recién nacidas por las parejas si antes no han tenido
un varón como descendencia. A pesar de que el primer amigo que le acoge en su
iglú le ofrece tener trato carnal con su mujer como muestra de hospitalidad,
Inuk quiere una mujer propia y formar una familia. En la primera parte de la
película, se explica como Inuk pasa a tener esa familia, en un tono
prácticamente de comedia. Luego viene el choque de civilizaciones cuando, a
través de otro inuit, conoce el poder de las armas de fuego en un momento de
inflexión de la película, con la violenta sacudida del disparo que da muerte a
un oso polar. Ansioso por tener un arma de fuego, cazará pieles de zorro para
desplazarse a una pequeña población donde ha llegado el hombre blanco y
cambiarlas por un rifle. Estando en contacto con el hombre blanco, matará
accidentalmente a un misionero al entender que rechaza su hospitalidad cuando
le ofrece a su mujer. Ese suceso abrirá la última parte del filme en el que dos
hombres se adentran en el territorio de los inuit para prenderlo y llevarlo
ante la justicia. Pero uno de ellos morirá en medio de una tormenta y salvará
la vida al otro que, finalmente, renunciará a su propósito de entregar a Inuk a
la justicia.
Fue una coproducción
italo-franco-británica, rodada en los estudios Pinewood y con una segunda
unidad que se desplazó al Canadá. La película tiene un tono semidocumental en
muchos momentos, destacando la filmación en parajes naturales con la fauna
característica de esas zonas: focas, osos polares y zorros árticos.
Protagonizada por Anthony
Quinn, hace una buena interpretación metiéndose en la piel del inuit Inuk, un
hombre que tiene la inocencia del buen salvaje y que descubre la civilización,
un lugar turbio que no entiende, con comerciantes de pocos escrúpulos y dados a
beber alcohol en grandes cantidades. Dos años antes de Lawrence de Arabia,
Peter O’Toole (que renegó de su participación al haber sido doblado) interpreta
a uno de los dos hombres que quieren llevar ante la justicia a Inuk y es,
precisamente, el que queda vivo, es salvado por Inuk y convive un corto tiempo
con su mujer e hijo. La película está muy bien y, al aparecer O’Toole, sube de
intensidad para llegar a un gran, y pesimista, final. Son civilizaciones que no
pueden convivir en paz, los hombres blancos no son capaces de entender el modo
de vida de los inuit, por motivos tanto morales y espirituales (el misionero
que muere accidentalmente es un tonto) como por querer explotar la naturaleza
con avidez. Tampoco Inuk entiende a los hombres blancos y O’Toole fingirá
rechazar la hospitalidad de Inuk, para provocar su marcha y él volverá al
pueblo diciendo que tanto Inuk como su compañero han perecido. El plano
sonriente de O'Toole viendo marchar a Inuk y su familia es feliz y, a la vez,
amargo, el buen salvaje vuelve a su hábitat a vivir en paz con su familia, pero
si se quedara con O’Toole sería condenado por asesinato, aunque se trató de un
accidente. No cabe el respeto y la tolerancia en el mundo del que procede
O’Toole.
Ray tenía en alta estima esta
película, rodada con mucha más libertad que aquella de la que gozaba en
Hollywood. Como curiosidad de esa libertad, la compañera de Inuk muestra los
pechos y eso era impensable en una producción de Hollywood de 1960. Asfixiado
por los estudios de Hollywood, y luego por Samuel Bronston en España, Ray
consiguió aquí estar cómodo para filmar un clásico sobre el diálogo entre
civilizaciones o, mejor dicho, sobre la imposibilidad de establecer ese
diálogo.
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