Leo Historia y conciencia
del precariado, del filósofo y escritor turinés Diego Fusaro. Es un libro
muy largo, demasiado porque creo que a veces incide en las mismas ideas una y
otra vez pero, en cualquier caso, lo que explica es muy interesante y acertado
haciendo una lectura amarga, pero certera, de la realidad actual en los países
europeos.
Fusaro empieza en las primeras
páginas comparando un cuadro y una fotografía. El cuadro, titulado El cuarto
estado, pintado en 1901 por Giuseppe Pellizza de Volpedo, muestra un grupo
de gente proletaria, con tres personas un poco adelantadas, dos hombres y una
mujer con un niño pequeño, mirando directamente con firmeza los hombres hacia
adelante. La gente de detrás están todos muy juntos y avanzando, con lo que
vemos una masa de gente cohesionada con unos líderes de aspecto decidido.
La fotografía, de 2003 y
realizada por el artista italiano Massimo Bartolini, titulada My fourth
homage, muestra a unas personas que no pueden avanzar, están de pie, pero
tienen hundida en la tierra la parte del cuerpo desde las rodillas hasta los
pies (como Narciso Ibáñez Menta en aquel episodio de Historias para no
dormir de su hijo Chicho, en que se hundía lentamente en el asfalto).
También hay tres personas delante del grupo, pero muy separadas entre sí, y la
gente de detrás formando una fila, pero sin dar la impresión de estar
cohesionados.
Esa imagen visual resume el
libro. Frente a una clase proletaria que luchaba por sus derechos, en un
contexto en que existía una burguesía fuerte con una conciencia que Fusaro
denomina infeliz pero que al menos implicaba poder establecer un diálogo entre
clases sociales, ahora tenemos a una masa precarizada, aislada, atomizada,
incapaz de luchar por sus derechos, junto a una burguesía menguante, una clase
media reduciéndose a marchas forzadas y, en cambio, una élite perteneciente al
capitalismo financiero y de grandes corporaciones, minoritaria en número, que
acapara los medios económicos, políticos y sociales. Una élite que impulsa
además una guerra cultural para adueñarse del debate público en función de sus
intereses.
Los autores que más cita Fusaro
son Hegel, Marx y Gramsci. Va desarrollando el libro incidiendo especialmente
que, con la globalización y el nuevo orden mundial atlantista que se impone
tras la caída del muro de Berlín, queda expuesta esta clase precarizada, cada
vez más numerosa, condenada a la inestabilidad y a una constante supresión de
derechos sociales.
Estamos en un estado
postburgués en el que ni siquiera la gente tiene claro dónde está la gente que
decide. En el siglo XIX los proletarios tenían claro quién era el dueño o
dueños de la fábrica y con los que se tenía que negociar, ya fuera a título
individual, colectivo o mediante los primeros sindicatos. Pero, ya en el primer
tercio del siglo XX, el capitalismo financiero se había desarrollado suficiente
para que no haya un referente de ante quien protestar por parte de los trabajadores
o deudores de las entidades. Citando una de las mejores escenas de la obra
maestra de John Ford Las uvas de la ira, basada en la espléndida novela
de John Steinbeck, Fusaro explica la escena en que un tractor derriba la cabaña
de un pequeño propietario rural que, en el marco de la Gran Depresión, no ha
podido pagar un crédito y es desahuciado. Frente a la pregunta del granjero de
ante quién ha de protestar, el conductor del tractor le explica que no le puede
decir esa información, son consejos de administración que pueden estar a miles
de kilómetros de donde se produce el desahucio. Si Ford rueda esa escena
situándola en la década de los 30 del siglo pasado, lo que explica no ha hecho
otra cosa más que acentuarse.
Fusaro afronta temas espinosos
por ser impopulares cuando analiza cómo, a su entender, el capitalismo está
destruyendo la familia como agrupación de gente que tienen vínculos afectivos y
de solidaridad que le protegen ante las dificultades que se pueden tener a lo
largo de la vida. Al gran capital lo que le interesa es gente aislada, que no
reciba ayuda y esté en una situación más vulnerable para poder ser explotada y
oprimida. Es un debate interesante pero que se ha de llevar con cautela porque
pudiera parecer que Fusaro es un reaccionario pero lo que él quiere dar a
entender es que, en muchas ocasiones, la percepción de los individuos de tener
más libertad con nuevas formas de vida menos tradicionales en cuanto a vida
familiar, en realidad, supone quedar más expuesto y tener menos libertad
aguantando imposiciones y servidumbres que imponen las clases que detentan el
poder. Al tratar el tema de la familia, no elude tampoco, pese a las críticas
que seguro ha recibido, el debate de cómo el feminismo y la reivindicación de
los derechos LGTBI pueden actuar como armas para dividir la sociedad y, por otro
lado, hacer que la gente se preocupe de salir a manifestarse el día del orgullo
gay pero no para luchar por derechos sociales o, añado yo, para protestar por
la fiscalidad regresiva que tantas desigualdades crea y que nunca veo en el
centro de ningún debate.
Otro tema incómodo es la
inmigración y el buenismo respecto a los flujos migratorios hacia los países
desarrollados. En el fondo, todo esto no hace más que favorecer al gran capital
y la realidad se orienta, no en el sentido que estos inmigrantes acaben teniendo
un buen trabajo con más derechos, sino que los nacionales del país, ante la
competencia, tengan peores condiciones. Para Fusaro, la inmigración supone un
ejército de esclavos dispuestos a precarizar todavía más a la clase trabajadora
de los países que reciben la inmigración.
Leyendo el libro, me ha
recordado un documental que vi hace unos meses en TV3 sobre la figura de
Savaldor Seguí. Se explicaba la lucha proletaria del Noi del sucre, su
actividad sindical y se hacía especial mención de la importantísima huelga de
La Canadiense hace poco más de un siglo. Pero también se hablaba del presente,
en concreto salía una Kelly, un rider y un empleado de Correos (no sabía que en
Correos estaban tan mal, pero luego he entendido porque miles de cartas llegan
tarde en toda España con los inconvenientes que eso causa y en prensa han
informado sobre el caos en varias ciudades). Y esta gente serían los que serían
ejemplos perfectos del precariado del que habla Fusaro.
A pesar del tono pesimista del
libro, en su último capítulo, Tremendo, pero no irremediable, Fusaro aún
plantea que se puede revertir la situación con unos estados nación que sean más
fuertes y una organización de la gente precarizada para influir en la lucha
contra el gran capital y una rebelión contra las élites, actuando en el marco
de estados democráticos que funcionen de manera razonablemente aceptable. Obviamente,
él es consciente que hay movimientos de protesta, pero están muy desconectados
y dispersos con lo que se están lejos de tener una unidad de acción profunda.
En definitiva, es evidente que
hay una masa precarizada, poco o nada cohesionada, entretenida con los teléfonos
móviles y que ni siquiera tiene conciencia de clase y con qué medios puede
luchar para revertir una situación que, en ocasiones, ni llega a conocer
adecuadamente. Fusaro añade muchos elementos de cómo se manipula a esta masa
precarizada y algunos pueden levantar ampollas ya que, básicamente, sostiene
que a base de dar más derechos individuales esto se convierte en una añagaza
para suprimir derechos sociales. Esto puede prestarse a un debate con muchos
matices, pero que es pertinente tener en cuenta.