Congo, de Eric Vuillard,
es uno de esos libros cortos en los que el escritor francés reflexiona sobre
momentos de la Historia de manera amena, con distancia irónica y también indignándose
e incluso reflejando hastío al explicar determinadas atrocidades que solo el
hombre puede cometer entre todos los animales del planeta. Consigue que, como
lectores, nos unamos a su repugnancia por determinados episodios históricos.
El libro empieza explicando la
Conferencia de Berlín, celebrada en 1884, en la que participaron trece
potencias europeas y se decidió el reparto de África por las potencias
europeas, llevándose el premio gordo el Reino Unido, Francia y Alemania. Pero
había un territorio peculiar ya que, en vez de dejárselo a un estado nación,
pasó a ser propiedad de un solo hombre, el rey Leopoldo de Bélgica, monarca
constitucional en su reino y dueño absoluto de una finca africana que equivalía
en dimensiones a ocho veces el reino de Bélgica.
Y cita a hombres que le
ayudaron en la empresa de dominar aquellas tierras africanas. En primer lugar,
Morton Stanley, explorador y periodista, famoso por haber ido en busca del Dr.
Livingstone, perdido desde hacía años en las profundidades del continente,
habiéndolo encontrado con su conocida pregunta. Stanley adquiere tierras de
manera poco limpia y extiende una carretera destrozando una parte de la selva,
pero, después, Vuillard cita a Charles Lemaire, que se comporta de manera
brutal contra los indígenas, incendiando sus poblados para someterlos.
Y luego llegó alguien peor:
León Fievez, torturador que pudo inspirar a Joseph Conrad en su personaje de
Kurtz en El corazón de las tinieblas, y que era aficionado a pedir a sus
hombres que reprimieran a los indígenas y demostraran que no habían malgastado
munición llevando manos derechas que hubieran amputado. Fievez fue muy eficaz
con sus métodos de terror y logró que la producción de caucho en el Congo se
incrementará para enriquecer a Leopoldo y a quienes éste quiso beneficiar.
Si Stanley y Lemaire pudieron
cometer algunos desmanes, lo de Fievez fue crear un brutal sistema de opresión
sobre la población congoleña, quitándoles alimentos, destruyendo cultivos para
provocar hambrunas y masacrando a aquellos que se oponían a su voluntad de
maximizar los recursos de la zona en la producción de caucho.
No solo le ayudaron hombres
enérgicos y de acción, ya que Leopoldo tuvo también el apoyo de los hermanos Goffinet.
Aunque ya venían de familia noble, fueron dos gemelos que colaboraron en el
expolio congoleño y sus descendientes siguen siendo gente muy acomodada.
En fin, ahora que, como cada año
por estas fechas, se levantan voces para que España pida perdón por la
Conquista a México, según petición del expresidente AMLO, su sucesora, la
desnortada izquierda española y los aún más desnortados afectos a la causa
independentista; también Bélgica debería perdón al Congo y, en suma, todas las
grandes potencias deberían pedir perdón por los desmanes que hicieron sus
antecesores desde hace no sé cuantos siglos. Lo que pasa es que no tiene mucho
sentido pedir esos perdones, pero sí conocer la Historia.
En cualquier caso, Colón,
Hernán Cortés y demás conquistadores de su época eran hombres de su tiempo, a caballo
entre la Baja Edad Media y el inicio de la Edad Moderna. Los hombres que cita Vuillard
en su libro son ya gente del siglo XIX, nacidos después de aquel siglo XVIII
que fue “el de las luces”. Pero luego vinieron más sombras que luces, el siglo
XX que Pla dijo fue el de la megamuerte y veremos qué pasa en el siglo XXI.
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