Acabo con el libro de Crespi
viendo Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini, basada en una novela
del Marqués de Sade. La película dedicada al Rissorgimento, titulada 1860, de
Alessandro Blassetti y rodada en 1934, es inencontrable y, en dos capítulos, no
destaca películas sino series: Sandokan de Sergio Sollima para ilustrar
el año 1968 (aunque la seria sea de 1976 y la recuerdo haber visto en TVE) y Gomorra
de su hijo Stefano Sollima, para el último capítulo del libro, desde 2016.
Crespi cita a la película de
Pasolini para ilustrar el capítulo dedicado a 1974. Rodada en 1975, vio su
estreno en enero de 1976, dos meses después del brutal asesinato del director
boloñés, pero está muy influida por todo lo que pasa en Italia en 1974 y que
Crespi explica en dos o tres páginas. Alguna cosa que refiere no tiene
demasiado interés para la película, como que el Lazio ganó su primer scudetto
ese año y además no informa de como quedó el Bolonia, equipo de Pasolini; pero
sí narra un montón de sucesos relacionados con la violencia política, con
atentados por parte tanto de grupos de extrema derecha como de las Brigadas
Rojas, incluyendo un atentado en un tren que tenía como objetivo a un Aldo Moro
que llegó tarde y el tren partió sin él, aunque moriría asesinado pocos años
después, en 1978, según recuerdo mientras se disputaba el Mundial de Argentina.
Tras un rótulo en el que se
anuncia que la película transcurre en 1944 durante el régimen fascista
sostenido por los nazis en el norte de Italia, cuatro próceres están elaborando
un Reglamento y uno de ellos, tras ponerlo sobre la mesa, dice que lo excesivo
siempre es bueno. Posteriormente, en esa primera parte llamada Antinfierno, veremos
el secuestro de 18 jóvenes, prácticamente adolescentes, que son sometidos a
todo tipo de torturas y actos violentos, en muchas ocasiones con connotación
sexual, por parte de los cuatro tipejos, junto con una especie de milicia
armada todos muy jóvenes y unas prostitutas ya entradas en años que van
explicando sus experiencias con clientes depravados. Los chicos deberán respetar
unas normas contenidas en el Reglamento, obedecer y soportar todas las
humillaciones, en las siguientes partes de la película: círculo de las pasiones
y círculo de la mierda, hasta llegar a la última parte del filme, titulada el círculo
de la sangre, desatándose la criminal locura que ya hace explícita el título.
La idea más clara que da Crespi
es que Saló no es un filme sobre el pasado, sobre la República fascista de
efímera duración, sino que está hablando del presente. Por un lado, relaciona
la película con las elecciones de junio de 1975, primeras en las que pudieron
votar los mayores de 18 años, superando los democristianos en dos puntos al
PCI. Las jóvenes víctimas son relativamente dóciles antes los abusos que
soportan, se prestan a practicar actos sexuales contra su voluntad o comer
heces con poca resistencia; mientras los jóvenes que custodian a los
prisioneros con sus fúsiles parecen robots que se comportan con extrema
frialdad, lacayos del poder y que Crespi sostiene que Pasolini relaciona con
los jóvenes de ultraderecha que cometieron atentados en esa época. Esta interpretación
de Crespi parece pertinente viendo la última escena de la película, dos jóvenes
de la milicia parafascista bailando una canción ajenos a la barbarie que se ha
desarrollado a lo largo de la película.
Luego Crespi recoge
interesantes manifestaciones del propio Pasolini en la edición francesa en DVD.
A través del sadomasoquismo de Sade, Pasolini utiliza el sexo como la relación
que tiene el poder con quien tiene sometido, con la total arbitrariedad con la
que actúan los cuatro gobernantes de aquel infierno, la reducción de la
condición humana a la de cosas o animales y, en definitiva, la anulación y
disolución de la personalidad en los individuos secuestrados. Es una película contra el poder, y dice
Pasolini: Anche un film
sull’inesistenza della storia, almeno come la percepiamo noi europei. Vale per
tutti i tempi. Ma detesto il potere d’oggi, che manipola i corpi in un modo orribile che non ha niente da invidiare a Hitler o
Himmler. Li manipola transformandone la coscienza, istituendo valori falsi,
come il valore del consumo, quello que Marx chiama il genocidio delle culture
precedenti.
Fotografiada por Tonino Delli Colli,
con música de Ennio Morricone y escenografía de su amigo Sergio Citti, la película
es formalmente impecable. Desde luego, la apuesta de Pasolini es muy fuerte y
la película genera adhesión o rechazo. Es una película en muchos momentos repugnante,
que obliga a veces a cerrar los ojos, especialmente en el último círculo, el de
la sangre. ¿Hacia falta mostrar con esa feroz crueldad esa crítica al poder?
Pues entiendo que el contexto histórico descrito por Crespi nos sitúa en un momento
que Pasolini vive de manera muy desesperada, ve una sociedad que él critica en
la que el fascismo ha reaparecido de manera más sutil e incluso con un riesgo
de involución por lo que da un grito en voz muy alta. Y ese grito de horror nos
ha de llevar a entender la crudeza de la película.
También es importante para apreciar
la película conocer la obra de Pasolini y su dimensión. La primera vez que la
vi, en los años 80, no tenía ni idea de Pasolini como figura intelectual de
primer orden en la Italia de la segunda mitad del siglo XX. No la rechacé, me
pareció interesante, pero me quedé más en lo superficial de ser una crítica al
fascismo del régimen títere de Mussolini. No obstante, la película es mucho más
que eso y, conociendo más a Pasolini, habiendo leído los artículos que publica
en los años anteriores a su asesinato, se comprenden mejor sus intenciones.
¿Ha perdido actualidad la película?
No, al contrario, es cada vez más actual. Pasolini, asesinado a los 55 años de
una manera tan brutal que hubiera podido ser una escena de Saló, no llegó a ver
la caída del muro de Berlín y la aceleración del capitalismo hacia un
anarcocapitalismo que deviene en un poder que desmonta el Estado, acentúa las
diferencias entre clases sociales, controla al individuo gracias a las nuevas
tecnologías, va destruyendo los lazos de solidaridad y entroniza el consumo
como combustible para alimentar a ese propio poder. Pasolini no vio todo esto pero sí lanzó alguna alarma profética a través de su obra. Los poderosos están cada
vez más descontrolados, nadie los limita, actúan de manera arbitraria y cometen
todo tipo de excesos. Y lo excesivo, contradiciendo lo que se dice al inicio de
la película, nunca o casi nunca es bueno.
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