Un Ford considerado menor
siempre es un Ford y hay motivos para disfrutarlo. Ciertamente, El sol
siempre brilla en Kentucky (1953)ocupa un lugar muy marginal en la filmografía de
John Ford. El principal protagonista, Charles Winniger, no era ninguna
estrella, se trata de una producción de bajo presupuesto de una compañía de
serie B como Republic Pictures y no es una película de acción ni del género más
ligado a Ford como el western. Ni siquiera en el elenco de actores secundarios encontramos
muchos de su troupe particular, apenas su hermano Francis en un papel de borrachín
y Jane Darwell como dama puritana de la localidad
Y, sin embargo, nos encontramos
con temas recurrentes en Ford, que le interesaban especialmente, filmados como
nadie, salvo él, sabía hacerlo. La acción transcurre en una pequeña ciudad de Kentucky
en 1905 en la que ejerce como juez William Priest, un hombre ya sexagenario,
que necesita el alcohol para poner su cuerpo en movimiento y arrancar el día, añorante
de la causa sureña que recuerda con sus amigos que lucen uniformes sudistas de
manera un poco extravagante y que tiene un recto sentido de la justicia, aunque
alguna vez se quede dormido en medio de una audiencia.
Con sentido del humor, Ford nos
presenta al juez y otros personajes de la ciudad en los días previos a las elecciones
a las que Priest opta para ocupar de nuevo el cargo enfrentándose a un candidato
yanqui. A pesar de que le puedan hacer perder votos, suceden dos episodios en
los que Priest hará valer su autoridad moral.
Uno comporta un tema recurrente
en el cine de Ford: el racismo. Un chico negro será arrestado acusado de violación
al seguirle unos perros rastreadores. Estando en la cárcel, una turba se acercará
para lincharlo y será Priest el que solo se enfrentará a ellos, en una escena
que recuerda una parecida de Matar un ruiseñor. Priest frenará el linchamiento
y llegará a sacar un revólver para amenazar al cabecilla de la turba. Posteriormente,
quedará claro que el chico era inocente y el culpable de violación un hombre
blanco.
Y, en el otro episodio
importante de la película, se hablará del puritanismo como manifestación hipócrita
de gran parte de la sociedad. De manera parecida al desprecio que la comunidad
dispensa a Dallas, el personaje de Claire Trevor en La diligencia, llega
al pueblo una mujer con un pasado en el que ejerció la prostitución,
conmocionando a la ciudadanía al dar a luz a una hija que se ha criado como
adoptiva con la familia del médico de la localidad. La mujer llega moribunda con el ánimo de morir
en lo que siente un lugar como propio y Priest garantiza a la madame del burdel
que tendrá un entierro digno no condicionado al rechazo de parte del pueblo. En
la mejor escena de la película, el cortejo fúnebre avanza sin gente que lo siga
hasta que Priest sea el primero en hacerlo y, con su autoridad moral, arrastre
a una parte importante de la comunidad, leyendo finalmente un elogio fúnebre con pasajes de
los Evangelios, actuando más como predicador que como juez al haberse escaqueado
el sacerdote que debía oficiar el funeral.
Transitando de escenas con
tensión y melodrama a la comedia, el filme acabará con las elecciones a juez en
las que, curiosamente, el voto se sabe a medida que los votantes ejercen su sufragio.
De manera inverosímil se produce un empate
a 1.700 votos (la CUP no ha inventado nada) y resulta que falta por votar el
despistado juez Priest que, en el último minuto del plazo estipulado para cerrar
la votación, desempata votándose a sí mismo.
Un desfile delante de la casa
de Priest para celebrar la reelección cierra la película. Desfilan distintos
colectivos, pero Ford hace que los últimos que lo hagan, y estén junto a un
juez complacido, sean los negros de la localidad.
Por supuesto, fiel a su
trayectoria, Ford no enfatiza, no moraliza. Por ello, pueden quedar ocultas
para muchos las virtudes de la película. Un Ford nada menor.
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