¿Dónde está es la verdad? Esa
es la pregunta que subyace durante toda la proyección de esa obra maestra
titulada Rashomon (1950). Una obra que tiene 74 años pero que está más
de actualidad que nunca, sobre todo cuando se escucha una rueda de prensa de la
ministra portavoz Pilar Alegría.
Bajo las ruinas de un derruido
templo se guarecen un leñador, un sacerdote budista y un peregrino. El leñador
y el sacerdote le explican al peregrino el juicio al que han asistido y como no
dan crédito a lo que vieron. Su incredulidad deriva de oír tres testimonios tan
diferentes de un mismo suceso. Se trata de un juicio por el asesinato de un
samurái y la violación de su mujer a cargo de un famoso bandido llamado
Tajomaru (el gran Toshiro Mifune).
Los tres testifican, si bien el
difunto samurái lo hace a través de una médium desde el más allá. Cada uno
cuenta una verdad sesgada por su punto de vista, sin eludir como hechos ciertos
que hubo relación sexual entre Tajomaru y la mujer del samurái, así como que
éste está muerto.
Tras un atraco a la pareja de
esposos y estando el samurái ligado a un árbol, Tajomaru dice que empezó
forzando a la mujer pero que luego hubo consentimiento, así como que desató al
samurái y lo mató en una lucha noble. La mujer manifiesta que fue violada,
Tajumaru huyó, cayó desmayada, sintió la mirada de desprecio de su marido y
luego tenía una daga en el pecho que se supone lo clavó ella en un momento de
ofuscación. El difunto samurái, a través de la médium, manifiesta haberse
suicidado tras comprobar que su mujer, atraída por Tajumaru, lo había
traicionado y despreciado, aunque luego había huido sola del bosque donde pasan
los hechos.
Tres hechos tan dispares, que
el sacerdote no puede comprender, tienen una última versión a cargo del
leñador. En principio, él dijo haber descubierto el cuerpo del samurái, pero no
haber presenciado la lucha. Mintió por quedarse una daga con piedras preciosas
pero, en realidad, sí vio lo que pasó y es una cobardía moral de todos los
personajes implicados, una lucha entre Tajumaru y el samurái menos noble que la
explicó el primero, el asesinato de éste último y la huida, cada uno por su
lado, de Tajumaru y la mujer.
No podemos saber la verdad.
Incluso la del leñador puede ser una versión interesada. Él se hace con uno de
los objetos de la escena del crimen para lucro personal. Como señalan los
propios personajes al analizar los hechos, las personas se mienten incluso a sí
mismas.
Kurosawa engarza de manera
perfecta los diferentes flashbacks, relaciona el presente de la acción y los
hechos acaecidos con la fuerte lluvia que cae como elemento para distinguir los
tiempos y la película es prodigiosa desde el punto de vista técnico, una de sus
obras cumbre. Y en cuanto a lo que quiere explicarnos el director nipón me
parece que es de un certero pesimismo. La condición humana es débil, llena de
orgullo, vanidad, temores y propensa a la mentira como arma para agredir a los
demás o excusarse ante las faltas cometidas. Es verdad que parece haber un
optimismo en el final, cuando el leñador adopta un recién nacido que es descubierto en las ruinas y dice que es lo mismo alimentar a seis que a siete
hijos. Pero no podemos estar seguros de nada y también está la afirmación
desesperada del monje cuando, hacia el final de la película, dice: Si no
podemos creer en las personas, esta vida es un infierno.
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