viernes, 25 de octubre de 2024

RASHOMON

 

¿Dónde está es la verdad? Esa es la pregunta que subyace durante toda la proyección de esa obra maestra titulada Rashomon (1950). Una obra que tiene 74 años pero que está más de actualidad que nunca, sobre todo cuando se escucha una rueda de prensa de la ministra portavoz Pilar Alegría.

Bajo las ruinas de un derruido templo se guarecen un leñador, un sacerdote budista y un peregrino. El leñador y el sacerdote le explican al peregrino el juicio al que han asistido y como no dan crédito a lo que vieron. Su incredulidad deriva de oír tres testimonios tan diferentes de un mismo suceso. Se trata de un juicio por el asesinato de un samurái y la violación de su mujer a cargo de un famoso bandido llamado Tajomaru (el gran Toshiro Mifune).

Los tres testifican, si bien el difunto samurái lo hace a través de una médium desde el más allá. Cada uno cuenta una verdad sesgada por su punto de vista, sin eludir como hechos ciertos que hubo relación sexual entre Tajomaru y la mujer del samurái, así como que éste está muerto.

Tras un atraco a la pareja de esposos y estando el samurái ligado a un árbol, Tajomaru dice que empezó forzando a la mujer pero que luego hubo consentimiento, así como que desató al samurái y lo mató en una lucha noble. La mujer manifiesta que fue violada, Tajumaru huyó, cayó desmayada, sintió la mirada de desprecio de su marido y luego tenía una daga en el pecho que se supone lo clavó ella en un momento de ofuscación. El difunto samurái, a través de la médium, manifiesta haberse suicidado tras comprobar que su mujer, atraída por Tajumaru, lo había traicionado y despreciado, aunque luego había huido sola del bosque donde pasan los hechos.  

Tres hechos tan dispares, que el sacerdote no puede comprender, tienen una última versión a cargo del leñador. En principio, él dijo haber descubierto el cuerpo del samurái, pero no haber presenciado la lucha. Mintió por quedarse una daga con piedras preciosas pero, en realidad, sí vio lo que pasó y es una cobardía moral de todos los personajes implicados, una lucha entre Tajumaru y el samurái menos noble que la explicó el primero, el asesinato de éste último y la huida, cada uno por su lado, de Tajumaru y la mujer.

No podemos saber la verdad. Incluso la del leñador puede ser una versión interesada. Él se hace con uno de los objetos de la escena del crimen para lucro personal. Como señalan los propios personajes al analizar los hechos, las personas se mienten incluso a sí mismas.

Kurosawa engarza de manera perfecta los diferentes flashbacks, relaciona el presente de la acción y los hechos acaecidos con la fuerte lluvia que cae como elemento para distinguir los tiempos y la película es prodigiosa desde el punto de vista técnico, una de sus obras cumbre. Y en cuanto a lo que quiere explicarnos el director nipón me parece que es de un certero pesimismo. La condición humana es débil, llena de orgullo, vanidad, temores y propensa a la mentira como arma para agredir a los demás o excusarse ante las faltas cometidas. Es verdad que parece haber un optimismo en el final, cuando el leñador adopta un recién nacido que es descubierto en las ruinas y dice que es lo mismo alimentar a seis que a siete hijos. Pero no podemos estar seguros de nada y también está la afirmación desesperada del monje cuando, hacia el final de la película, dice: Si no podemos creer en las personas, esta vida es un infierno.

 

 

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