Multinominada a los Óscar, se
estrena The Brutalist, dirigida por Brady Corbet, película brutalmente
larga, unos 200 minutos de proyección, cosa que hace que se exhiba con un
intermedio. No veía una película con pausa en cine desde que vi La puerta
del cielo en la Filmoteca.
La primera cuestión que
resaltar es que, a pesar de su larga duración, no es una película que se haga
pesada, mantiene el interés en todo momento explicando la interesante historia
de Laszlo Toth (Adrien Brody), un arquitecto judío nacido en Hungría que, tras
sobrevivir al Holocausto, llega a los Estados Unidos siendo acogido, en un
principio, por el típico primo que ya se ha establecido con anterioridad en
Pensilvania y que, en este caso, está casado con una católica. Dentro de las
convulsiones que se dieron en Europa, Laszlo fue separado de su mujer y sobrina
que quedan retenidas en una frontera centroeuropea, pero no pierde la esperanza
de volver a reunirse con ellas. Mientras tanto, lleva una vida de miseria
después de que su primo se desentienda de él tras un lío con su prima política
provocado, más bien, por cuestiones religiosas. Estando todavía con su primo,
hacen un encargo para hacer un proyecto de biblioteca para un hombre adinerado,
el rico industrial Lee Van Buren (Guy Pearce), por encargo de su hijo para
darle una sorpresa. En principio, al ver realizada la obra, Van Buren monta en cólera
pero, más tarde, alguien resalta su valor arquitectónico pues Laszlo pertenecía
a la corriente arquitectónica Bauhaus y había realizado obras notables en
Europa. Localiza a Laszlo, le pide disculpas y le encarga un gran proyecto en
el que dar rienda suelta a su capacidad para proyectar obras notables en arquitectura.
Después del intermedio, se
produce el reencuentro y su mujer Erzsébet (Felicity
Jones) acompañada de su sobrina Zsófia pueden llegar a los Estados Unidos,
encontrándose con la sorpresa de que su esposa va en silla de ruedas ya que,
debido al hambre, una osteoporosis le ha dejado sin capacidad para andar.
Acogidas, en principio, de manera fantástica por Van Buren, empiezan a surgir
tensiones para Laszlo. Por un lado, la difícil adaptación a su nueva realidad
familiar debido al estado físico de su esposa y el tiempo transcurrido; y, por
otro, la imposición de presiones para modificar su obra, así como una mala
relación con el hijo de Van Buren. Despedido del proyecto, Van Buren lo vuelve
a reclamar y se trasladan a Carrara para escoger mármol para el proyecto, pero,
durante ese viaje en Europa, es sometido a una gran humillación que,
posteriormente, es duramente reprochado por Erzséb a Van Buren, en una tensa y
dramática escena en casa del segundo, rodeado de sus hijos y amigos.
Un epílogo, situado en 1980,
durante un congreso de arquitectura en Venecia, da cuenta de la valoración
positiva que se hace de Laszlo en el mundo de la arquitectura contemporánea,
así como que finalmente el proyecto en Pensilvania se acabó en la década de los
setenta.
Corbet plantea la película como
un falso biopic ya que no existió ningún arquitecto judío que responda al
nombre de Laszlo Toth. Pero la película le sirve para hacer una reflexión sobre
el sueño americano. Ya en las primeras escenas, Laszlo ve desde un ángulo
oblicuo la Estatua de la Libertad, ese símbolo para los recién llegados desde
Europa, tal como pasaba con Vito Corleone en El Padrino II. Ver así la famosa
estatua ya indica que Corbet va a plantear la llegada de un hombre que no
conseguirá la felicidad en América.
El racismo está presente en esa
sociedad americana de finales de los 40 (el personaje llega a Ellis Island en
1947) y lo siguió estando a lo largo de la siguiente década en la que se
desarrolla la película. Tras pelearse con su primo Attila por una cuestión del
rechazo que sufre de su católica prima política, Laszlo conoce la precariedad
laboral, hará un amigo en las colas de indigentes que se acercan a los
comedores sociales, un hombre de color que malvive con su hijo y afirma ser
excombatiente, habiendo luchado en la campaña de Italia. Posteriormente, se
peleará con este personaje, pero será cuando Laszlo ya está sumamente alterado
por los problemas que tiene con Van Buren y que han afectado a su personalidad
de forma nociva.
Otro factor que aborda la
película es la independencia del artista. Controlado el proyecto en la sombra
por Van Buren a través de otros arquitectos, Laszlo luchará por imponer sus
criterios en el proyecto arquitectónico, recordando al personaje de Gary Cooper
en El manantial, el gran melodrama dirigido por King Vidor a finales de
los años cuarenta.
El daño que el nazismo provocó
en la comunidad judía fue muy intenso. Ese dolor se lo llevan los personajes a
América y pesa como una losa para tener una existencia plácida y venturosa,
pero no es menos importante el hecho que, de una manera diferente, los protagonistas
también sufren el desdén y maltrato de unos representantes de la oligarquía
financiera e industrial americana.
Corbet realiza una labor
notable como realizador y da un ritmo a la película que nunca decae a pesar de
su larga duración. La labor interpretativa de Adrian Brody es fundamental para
el éxito del filme componiendo una gran creación, aunque también Felicity Jones
y Guy Pearce están muy bien en sus papeles.
Sin ser la obra maestra con la
que muchos la han catalogado, es una buena película.
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