Los tortuga es una
película de Belén Funes que se apoya en un buen guion y dos grandes
interpretaciones a cargo de Antonia Zegers y Elvira Lara. Zegers interpreta a una
inmigrante chilena, viuda de un jienense, que se gana la vida como taxista en
Barcelona y Lara es su hija, joven estudiante de comunicación audiovisual en
Barcelona, pero que guarda una relación intensa con la tierra de su difunto
padre y su numerosa familia de Andalucía.
La acción de la película
empieza en la provincia de Jaén, en la que vemos la estrecha relación de Lara
con la familia de su padre, así como algún desencuentro de su madre con la
familia de su marido por las costumbres en como recordarlo. Luego la acción se
traslada a Barcelona, se nos narra la dura vida de una taxista, como sigue Lara
sus estudios universitarios siendo una alumna atípica para lo que es una
carrera como comunicación audiovisual y, finalmente, la notificación de una
inmobiliaria conforme han de abandonar su casa junto a los demás vecinos, entre
ellos unos inmigrantes rumanos. Eso causara un gran trastorno a las dos
mujeres, una pelea entre ellas cuando la hija le diga que deja la carrera
universitaria y provoca la vuelta a Jaén, en la última parte de la película,
con el objetivo que Lara venda una pequeña propiedad rural, herencia de su
padre, para afrontar el futuro en Barcelona con más recursos. No obstante, se
trata de una pequeña propiedad y Funes nos deja con el convencimiento que sus
dos protagonistas están condenadas a la supervivencia, con un trabajo duro en
el taxi para la madre y un incierto futuro laboral para la hija, pero en cualquier
caso lejos del mundo audiovisual.
Es una película que rezuma
tristeza, incluso en momentos teóricamente alegres como los que pasan las
protagonistas en alguna comida familiar con toda la familia jienense, Lara
saliendo en algún momento de fiesta o cuando la madre comparte tiempo de manera
lúdica con sus colegas taxistas. Tal vez el tono general de la película hace que,
incluso cuando en esas escenas, rían y estén alegres parezca algo tan efímero
que quedará desbaratado por la realidad. Una realidad de precariedad, ejemplificada
de manera muy aguda en una visita a un inmueble cuando buscan piso que se
efectúa con total insensibilidad por parte de la comercial de la inmobiliaria, invadiendo
el espacio de la gente que aún vive en el inmueble y con apariencia incluso de
vulnerabilidad.
Es el retrato de dos mujeres
hundidas por causa de la muerte del padre, que no solo implica la pérdida
emocional, sino que empuja a la vulnerabilidad económica, así como por el nunca
resuelto problema de la vivienda en España. En este país en que el PIB crece, y
lo hace más que en muchos países europeos, sin ir más lejos Alemania; esta película
también permite ver que, al margen de ese crecimiento del que saca pecho Pedro
Sánchez, hay otras estadísticas, como la renta per cápita o el acceso a la
vivienda, en las que España está entre los países con peores indicadores de toda la Unión Europea, rivalizando con naciones como Rumanía o Bulgaria.
Aunque el ritmo de la película pueda
ser algo mejorable, las interpretaciones y el guion, con esa realidad social
que nos muestra, hacen de Los tortuga un filme altamente recomendable.
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