El fotógrafo del pánico
(1960, Peeping Tom como título original), dirigida por el gran Michael
Powell, es una película que tiene un inicio espectacular, con el decorado de
una calle que recuerda al expresionismo alemán fotografiado por el checo Otto
Heller, y una cámara subjetiva que nos lleva, del encuentro entre una prostituta
y un cliente, hasta el asesinato de la primera ya en la casa donde trabaja. En
ese mismo momento, descubrimos al asesino, un joven aprendiz de cineasta
llamado Mark Lewis (Karl Heinz Bhöm) que, con una infancia marcada por un padre
que experimentaba con él lo que era el miedo, está profundamente perturbado y
comete crímenes para luego disfrutar con las filmaciones que ha efectuado.
Junto con la coetánea Psicosis,
inaugura el género de las películas de terror con psycho killers como
protagonistas, ese género slasher en que comenzamos a ver todavía poca sangre,
pero sí momentos impactantes como el suicidio al final del protagonista con la
obsesión de la filmación presente hasta el mismísimo final.
Si Psicosis es una
película turbadora, también lo es Peeping Tom e incluso lo puede ser más
desde el momento en que, como espectadores, nos podemos identificar con el
protagonista. Al igual que él, también nosotros podemos disfrutar de una
película de terror con asesinatos y escenas violentes. La película está muy
bien filmada por Powell, la historia de desarrolla con fluidez con la relación
que Lewis traba con su inquilina, la inquietante figura de la madre de la chica, que está ciega, así como las escenas en el set cinematográfico donde él trabaja
y comete, en una angustiosa escena, su segundo asesinato. Pero la grandeza del
filme viene, especialmente, porque nos reconocemos en el protagonista, con ese
ejercicio de cine dentro del cine nos podemos reflejar en él y su voyerismo es
el nuestro.
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