Veo
por enésima vez Él (1953), de Buñuel. Siempre se disfruta con una obra
maestra y pocas veces se ha mostrado la locura de un enfermo mental como la que
tiene Don Francisco Galván (Arturo de Córdoba), el protagonista del filme.
Es una película que empieza con unos cinco minutos, sin diálogos, tan excelentes que están entre lo mejor que rodó Buñuel. Vemos al protagonista asistiendo a la ceremonia religiosa de un lavatorio de pies y como, de la obscenidad con la que el religioso lava y besa el pie de un adolescente, pasamos a la atracción erótica que experimenta Francisco cuando, siguiendo un travelling su mirada, repara en los pies de Gloria (Delia Garcés), con la posterior atracción mutua expresada en los primeros planos de los actores.
La
obsesión le hace lanzarse a buscar a la chica tras la ceremonia, pero enseguida
Buñuel nos enseña su personalidad. Se despide de dos personas con brusquedad
que le presentaba el padre Velasco alegando que tiene un asunto importante y el
sacerdote le dice “¿Un asunto importante en Jueves Santo? ¡Eso no es de buen
cristiano”! Luego llega a su casa
y, habiendo acosado el mayordomo a una de las mucamas de la casa, expresa su
irritabilidad y personalidad mojigata, ordenando despedir a la chica y
exculpando al mayordomo.
Ya
tenemos situado al personaje, conocemos ya muchas de sus manifestaciones
negativas y, de manera precisa y
detallada vemos como, tras lograr casarse con Gloria y que esta rompa su inicial
compromiso con el ingeniero Raúl Conde (Luis Beristain); su estado mental, en
el que tienen cabida diversos desórdenes como los celos, obsesiones malsanas,
la paranoia o el egotismo, arrastra a la ruina al matrimonio y Gloria queda
sometida al dominio despótico e irracional de su marido mientras, durante gran
parte de la película, nadie atiende sus súplicas acerca del maltrato que sufre,
ni siquiera su madre.
El
personaje masculino acapara gran parte de la atención de la película, empezando
por el título. Pero también hay algo malsano en el personaje de Gloria, que rompe
su compromiso con el ingeniero cediendo de manera irracional al mismo impulso erótico que ha sentido Francisco en esa
primera escena. Soportará carros y carretas a lo largo de la película pero, en
una conversación que tiene con su marido en uno de los pocos momentos
distendidos que tienen como pareja, le dirá que lo que más le agrada de él es
su capacidad de dominio y seguridad, es decir, hay un lado oscuro que la ha
llevado a contraer matrimonio con quien se va a convertir en su verdugo. Su
capacidad de aguantar humillaciones parece que es ilimitada, aunque intente
hacer partícipes de la angustia que sufre a su madre, al padre Velasco y luego
a se exnovio cuando este vuelve a México DF. Ni siquiera rompe con él en uno de
los mejores momentos de la película cuando, en lo alto de un campanario,
Francisco da una de sus mayores muestras de locura igualando a los transeúntes
que se ven desde lo alto como hormigas y manifestando querer ser Dios para
aplastarlos. Finalmente, es cuando Francisco cae en la locura más absoluta y se
dispone a matarla cuando ella huye y, tras una infructuosa búsqueda de su
marido por la ciudad, él empieza a ver alucinaciones, cree que una pareja que
entra en la iglesia son Gloria y Raúl, comienza a oír risas de burla entre los
feligreses y acaba atacando al padre Velasco por lo que, finalmente, es
internado en un monasterio de Colombia, donde acaba la película.
Don
Francisco que, durante gran parte de la película, ha disimulado y engañado a
los demás sobre su personalidad, logra hacer eso incluso en esa última escena
al reclamar información sobre la visita que ha visto a través de la ventana,
que eran Gloria, Raúl y su propio hijo. Tras las explicaciones de su confesor,
el cual cree que está curado de sus patologías mentales y lleva una vida
retirada en paz consigo mismo, Francisco repetirá para sí mismo que él tenía
razón sobre sus celos y se alejará zigzagueante en ese último plano en el que,
en realidad, es Buñuel filmado de espaldas quien se puso delante de la cámara.
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