jueves, 12 de junio de 2025

LA LEYENDA DEL INDOMABLE

 

Sin ser una gran película, La leyenda del indomable (1967)  ha dejado huella en el mundo del cine con escenas como Paul Newman apostando que puede comer, en una hora, 50 huevos duros; el combate de boxeo entre Newman y George Kennedy que acaba con el abandono de este último ante la imposibilidad de conseguir la rendición de su exhausto, pero terco, oponente; o la escena en que una joven que lava su coche consigue excitar la imaginación de los presidiarios con sus movimientos, entre sensuales y obscenos, en una escena muy bien rodada por el director de la cinta, Stuart Rosenberg. La película tiene el atractivo de, además de contar con Paul Newman en una de sus mejores interpretaciones, tener un reparto de ilustres secundarios del cine americano de la época: George Kennedy, Strother Martin, Dennis Hooper y Harry Dean Stanton, y una importante presencia femenina en Jo Van Fleet. No menos importante es una gran banda sonora compuesta por el gran Lalo Schifrin.

Newman interpreta a Luke Jackson, un exmilitar inadaptado a la vida civil y también a la militar en la que fue degradado a soldado raso que, en una noche de borrachera, destroza unos parquímetros municipales por lo que es encerrado dos años en una penitenciaria de Florida. Su carácter rebelde le granjeará no pocos problemas y la animadversión de otros reclusos, entre estos Dragline (George Kennedy) que es quien tiene más jerarquía entre los presos. Posteriormente, su inquebrantable voluntad de desafiar a la autoridad carcelaria hará variar las cosas y que sea visto como un héroe, trabando justamente con Dragline muy buena relación. Establecidas, así las cosas, en la segunda mitad de la película se suceden dos intentos de fuga de Jackson, resultando malherido en la última, que ha contado con la compañía de Dragline, y es tiroteado y conducido a una lejana enfermería para que se desangre.

El planteamiento del rebelde que no da su brazo a torcer y reivindica su lucha contra toda autoridad puede parecer ingenuo, incluso demasiado en esa última escena de Newman en la escuela hablándole a Dios, pero en esta película funciona. Sus aciertos se imponen sobre la irregularidad del filme, constituyendo un título que, con las escenas reseñadas, sobre todo la de los huevos duros, forma parte de la historia del cine.

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