Sin
ser una gran película, La leyenda del indomable (1967) ha dejado huella en el mundo del cine con escenas como Paul Newman
apostando que puede comer, en una hora, 50 huevos duros; el combate de boxeo
entre Newman y George Kennedy que acaba con el abandono de este último ante la
imposibilidad de conseguir la rendición de su exhausto, pero terco, oponente; o
la escena en que una joven que lava su coche consigue excitar la imaginación de
los presidiarios con sus movimientos, entre sensuales y obscenos, en una escena
muy bien rodada por el director de la cinta, Stuart Rosenberg. La película
tiene el atractivo de, además de contar con Paul Newman en una de sus mejores
interpretaciones, tener un reparto de ilustres secundarios del cine americano
de la época: George Kennedy, Strother Martin, Dennis Hooper y Harry Dean
Stanton, y una importante presencia femenina en Jo Van Fleet. No menos
importante es una gran banda sonora compuesta por el gran Lalo Schifrin.
Newman
interpreta a Luke Jackson, un exmilitar inadaptado a la vida civil y también a
la militar en la que fue degradado a soldado raso que, en una noche de
borrachera, destroza unos parquímetros municipales por lo que es encerrado dos
años en una penitenciaria de Florida. Su carácter rebelde le granjeará no pocos
problemas y la animadversión de otros reclusos, entre estos Dragline (George
Kennedy) que es quien tiene más jerarquía entre los presos. Posteriormente, su
inquebrantable voluntad de desafiar a la autoridad carcelaria hará variar las
cosas y que sea visto como un héroe, trabando justamente con Dragline muy buena
relación. Establecidas, así las cosas, en la segunda mitad de la película se
suceden dos intentos de fuga de Jackson, resultando malherido en la última, que
ha contado con la compañía de Dragline, y es tiroteado y conducido a una lejana
enfermería para que se desangre.
El
planteamiento del rebelde que no da su brazo a torcer y reivindica su lucha
contra toda autoridad puede parecer ingenuo, incluso demasiado en esa última
escena de Newman en la escuela hablándole a Dios, pero en esta película
funciona. Sus aciertos se imponen sobre la irregularidad del filme,
constituyendo un título que, con las escenas reseñadas, sobre todo la de los
huevos duros, forma parte de la historia del cine.
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