Nos lo pasamos muy bien ayer en
el Romea viendo El gran teatro del mundo, obra capital del Siglo de Oro,
en un montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Gran texto en este auto sacramental de Calderón
de la Barca en el que alguien (¿Dios?, sí, casi seguro que para Calderón es Dios,
pero humanizado) conversando con el Mundo como creación se plantea hacer una
obra de teatro. Aparecen unas personas de la nada, ansiosos de tener personajes
que interpretar para representar la obra y quien actúa como director les asigna
los papeles y vestuario que tendrá cada uno, los dirige y, por último, les enseña
aquella puerta de salida en la que todos nos igualamos, ricos o pobres, niños o
viejos, guapos o feos, nobles o plebeyos. Esa obra es una función que eleva al
teatro como Mundo y del que los personajes pueden y deben aprender una máxima: Obrad
bien, que Dios es Dios
Si al gran texto del dramaturgo
madrileño se le une una buena dirección de Lluís Homar, junto a muy buenos
actores de esa compañía, tenemos una gran tarde de teatro. Con acompañamiento
de percusión y un dinamismo de los actores que aprovechan todo el teatro, el escenario
pero también los palcos y el pasillo, he tenido la sensación de meterme mucho en
la historia y disfrutar de la representación.
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