No se puede dudar que Ensayo
de un crimen es una de las películas más personales de Buñuel, dando rienda
suelta a algunas de sus obsesiones adaptando la novela La vida criminal de
Archibaldo De la Cruz de Rodolfo Usigli.
El inicio es espléndido con ese
niño malcriado, de familia de clase muy adinerada, que ve morir a su niñera por una
bala perdida durante la Revolución mexicana mientras le explicaba un cuento y
sonaba la melodía de una caja de música, quedando su cuerpo mostrando las
piernas, con sus medias, al descubierto, resbalando la sangre y provocando la
asociación en el niño de erotismo y muerte. Después del inicio, un intento de
Archibaldo de asesinar a una enfermera provocando que esta huya y se precipite
por el hueco de un ascensor da pie a que, en un flashback ante un juez, el
protagonista le explique todos sus intentos, no consumados, de matar a una
mujer.
A partir de aquí, la película
pierde un poco de fuerza, aunque es una película divertida, llena de ironía y
con elementos surrealistas. Estando el protagonista en una tienda de
antigüedades, escuchar la melodía de la caja de música, extraviada tras el saqueo
de la casa en el período revolucionario, será la espoleta para activar el
recuerdo infantil y que surja la pulsión criminal de asesinar a una mujer para
sentirse satisfecho. Los intentos se frustrarán, aparte de por la caída de la
enfermera, por un suicidio en el caso de una mujer bastante atrevida con la que
tontea y, tras casarse con la chica a la que pretender matar, porque es
asesinada por un amante anticipándose a Archibaldo. Estas historias,
narrativamente, no son demasiado fluidas, las interpretaciones son mediocres y,
por ello, no estamos ante un gran Buñuel pero, en conjunto, se trata de una
película muy agradable de ver para los seguidores del genio de Calanda. No obstante, la película se resiente de un
final que no me ha gustado. Tras escucharle el juez y decirle que vuelva por
donde ha venido porque el pensamiento no delinque, su encuentro en un parque
con el único personaje femenino con el que se ha relacionado y no ha muerto
propicia un happy end decepcionante. Este personaje es Lavinia, una guía
turística de americanos y de la cual Archibaldo hace un doble en forma de
maniquí. Una de las mejores escenas de la película es, frustrado porque la iba
a matar y la llegada de unos turistas yanquis lo impide, ver como introduce en
un horno crematorio el maniquí.
Archibaldo se parece a otros
protagonistas de Buñuel no consiguiendo lo que quiere con lo que no puede
culminar sus obsesiones. Eso le acerca al personaje de Fernando Rey en Ese
obscuro objeto del deseo o Viridiana, Arturo de Córdoba en Él o Paco
Rabal en Nazarín.
Resulta curioso que, en una película de humor negro en el que se producen situaciones divertidas en torno a intentos frustrados de cometer homicidios por parte de Archibaldo, la actriz de origen checo Miroslava Stern, que da vida a Lavinia, se suicidara antes de estrenar la película lo que supuso una gran tragedia. Además, en la vida real fue incinerada como el maniquí que representa su figura lo es en la película.
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