viernes, 1 de septiembre de 2023

MEL BROOKS

 


Veo en fechas recientes tres películas de Mel Brooks, del cual hace varias décadas que no había visto ninguna película y más bien tenía en mala opinión. De Mel Brooks hablaba Dauber en El humor judío y  destacaba que el ya casi centenario Brooks es un cineasta que utiliza de manera muy clara y evidente el humor judío que Dauber definía con estas características:

El humor judío es una respuesta a la persecución y el antisemistismo

El humor judío es una mirada satírica a las normas sociales y comunitarias judías.

El humor judío es un juego alusivo, intelectual, ingenio y libresco.

El humor judío es vulgar, grosero y está obsesionado con el cuerpo.

El humor judío es mordaz, irónico y metafísico.

El humor judío se centra en el judío común y corriente, de a pie.

El humor judío trata de la ambigua y difusa naturaleza del judaísmo.

Veo tres películas de la primera etapa de Mel Brooks, la que tiene mejor prensa a nivel de crítica. La visión de Los productores, El jovencito Frankenstein y Sillas de montar calientes la puedo relacionar con lo dicho por Dauber y, efectivamente, el humor de Brooks tiene alguna de las características que él enuncia y, al menos en estas tres películas, funciona muy bien pues son bastante divertidas.

 Los productores parte de una idea muy buena. Zero Mostel, un productor teatral marrullero de baja categoría y Gene Wilder, un contable de aspecto triste y soso, se dan cuenta que pueden captar capital de diferentes inversores para una obra de teatro y que, si fracasa, se harán con todo el dinero alegando ante cada uno de ellos que la obra no ha tenido éxito y se ha perdido todo lo que invirtieron. Por tanto, solo han de procurar  escoger la peor obra, el peor director y los peores intérpretes posibles para asegurar el fracaso de la obra y obtener el dinero de diversos incautos. Escogen como obra la delirante La primavera de Hitler, comedia musical sobre el dictador nazi escrita por un no menos delirante autor nazi convencido, y prosiguen su selección con un estrafalario y pirado director y un actor principal que no recuerda los diálogos por los efectos del LSD. Solo hay un detalle que les sale mal: la obra se convierte en un éxito.

La idea es más actual ahora que en el año de producción, un muy lejano ya 1968. Solo hay que echar un vistazo a los programas de televisión,  a las canciones más escuchadas o algunos de los libros editados más vendidos  para observar que la terrible profecía se ha cumplido y que  algo del peor gusto, sin ningún interés y hecho por gente chapucera  puede ser lo más alabado o vendido.

La película está muy bien, ágil, dinámica, con dos buenos actores y, sobre todo, las delirantes escenas musicales de la obra hitleriana. Tal vez después de constatar que a los protagonistas les ha salido todo mal y no pueden devolver el dinero hay un cierto atropello en la ejecución final de la película, con un intento de voladura del teatro, para evitar que la obra se siga representando, como gran astracanada y el ingreso del dúo protagonista en la prisión.

Escoger como protagonista de la obra al que ha sido mayor enemigo de los judíos es todo un atrevimiento de Brooks y enlaza con lo que explica Dauber. Efectivamente, se ríe de aquellos que hicieron posible el holocausto teatralizándolos en absurdos e imposibles números musicales, además de retratar como ridículo a un autor teatral nazi pasado de vueltas. Además, es una película mordaz e irónicamente malintencionada pues, como conclusión, el público ha entregado sus aplausos a un montaje que era un auténtico bodrio.

El jovencito Frankenstein es una parodia de las viejas películas de la Universal a la cual le cuesta arrancar. La primera parte de la película es un poco aburrida pero, a partir que el nieto del Dr. Frankenstein consigue emular a su abuelo y crear al monstruo, se suceden varios gags, algunos de ellos  geniales y la película acaba divirtiendo mucho. Por supuesto, el número de claqué del monstruo Peter Boyle y el aprendiz de Frankenstein Gene Wilder es genial, pero también son muy divertidas una escena de cama entre el monstruo y la ninfómana prometida de Wilder, así como aquellas en la que el monstruo se comporta, de manera grotesca, destrozando puertas, ventanas y dando alaridos. Un auténtico homenaje a las películas clásicas de la Universal, incluyendo introducir las escenas  del monstruo con el ciego y la niña, además del peinado estilo Elsa Lanchester de la prometida de Wilder o la reacción de los lugareños igual que en el filme de 1931.

Brooks muestra aquí ese carácter de humor judío proclive a la obscenidad, con constantes alusiones sexuales de los personajes de Teri Garr y Madeline Khan, y el hecho que el monstruo acabe siendo un amante magnífico con gran potencia sexual. Toma como referencia un modelo de películas de terror como las de la Universal de los años 30 y las pone del revés, en un juego inteligente pero a la vez mostrando respeto a las películas que él debió ver siendo muy niño en los años 30. Creo que hay un homenaje cariñoso de Brooks al cine de terror de la Universal.

En Sillas de montar calientes, Brooks hace una parodia del género western y ahonda mucho en el tema del racismo, ya desde el principio de la película cuando unos obreros están construyendo un ferrocarril y, ante la sospecha que hay arenas movedizas en una zona por donde han de instalar los raíles, el capataz prefiere enviar a dos negros antes que arriesgarse a perder un caballo; y luego tirar una cuerda para rescatar antes una vagoneta que a los negros que, efectivamente, han quedado atrapados en las arenas.

De hecho, el racismo es lo que constituye la principal trama de la película. Con objeto de especular sobre unos terrenos que hay en un pueblo, el villano Helder Lamarr convence a un desquiciado y rijoso gobernador (Mel Brooks) para que nombre sheriff de ese pueblo a un negro que va a ser ahorcado con el objetivo que lo haga muy mal , provoque el rechazo de los habitantes y le sea más fácil conseguir sus propósitos especulativos. El sheriff es nombrado y, de camino al pueblo, se encuentra de manera surrealista a la banda de Count Basie interpretando una canción en medio del desierto.

El sheriff traba amistad con Waco Kid, un famoso pistolero que interpreta Gene Wilder y que se convierte en una especie de ayudante.  Recibido con desdén por los racistas lugareños, el sheriff tiene que hacer frente a las maniobras que le prepara Lamarr. Primero envía a un auténtico animal, un tipo en plan Richard Kiel en las películas de James Bond, que será neutralizado dándole una caja que contiene dinamita como si fuera la viñeta de un comic. Posteriormente, intentará que lo seduzca una cantante de saloon alemana inspirada en Marlene Dietrich y que da lugar a un número musical grotesco ya que hay una coreografía de unos tipos vistiendo un uniforme militar tipo prusiano. Como el sheriff no cederá a los encantos de la teutona, Lamaarr formará un ejército con la peor chusma de delincuentes de la zona ( han de presentar un currículum vitae con todos sus delitos) para atacar el pueblo. En un final que me ha recordado a Monty Phyton, la batalla campal que se desata invade otro escenario del estudio Warner en la que se rueda una película musical con una ridícula coreografía a cargo de bailarines gays, y acaba afectando a todo el estudio Warner, incluso a los turistas que visitan el estudio. En un ejercicio de cine dentro del cine, Wilder y el sheriff acabarán entrando en un cine para ver el final de la película que ellos mismos están protagonizando.

Con un guion menos trabajado que en Los productores o El jovencito Frankenstein, la película es una acumulación de gags, desiguales en la gracia que tienen pero que, en conjunto, logran una película muy divertida.

Está ese gusto del humor de Brooks por lo obsceno, como cuando la cantante alemana alaba exageradamente las dimensiones del miembro viril del sheriff que previamente ya supone grande por ser un negro o, una escena que destacaba Graber, el mal gusto de unos cowboys que están cenando un estofado de judías y empiezan a eructar y tirarse pedos haciendo un concurso.  Creo que así como en El jovencito Frankenstein había mucho de homenaje a aquellas películas de la Universal, en Sillas de montar calientes hay una mirada muy mordaz respecto a los cánones del género y un estilo provocador por cómo aborda el tema del racismo en una película que, al fin y al cabo, parodia un género sobre el que se cimenta el espíritu de la nación americana.

No sé si el humor de Brooks no levantaría ampollas ahora mismo. Creo que mucha gente no entendería sus andanadas irónicas y mordaces a temas como el racismo y la sexualidad. Por otro lado, otro problema que tendría ahora el cine de Brooks es ser un cine que vive de referentes (en estas películas pero también en Soy o no Soy o Silent movie) y estamos en una época en que la gente vive más en la ignorancia absoluta . No te puede hacer gracia la parodia de algo si desconoces ese algo o, en el mejor de los casos, te reirás con algunas cosas pero te perderás otras.




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