Veo un clásico del cine negro
como La ciudad desnuda, dirigida por Jules Dassin y con Barry Fitzgerald
encabezando un reparto de actores poco conocidos. La ciudad es Nueva York, que aparece
bellamente fotografiada; al inicio de la película con unos planos aéreos y la
voz en off que acompaña toda la película explicando que hay ocho millones de
historias en esa gran urbe (tal como cantó después Rubén Blades en Pedro
Navaja) y que van a explicar una de ellas.
La película está rodada de una
manera semidocumental, mostrando la vida diaria de los neoyorquinos en el
transporte público, niños en la calle mojándose con agua de una boca de riego
porque es verano , gente comprando en los mercados, etc. Y se rodó en
escenarios naturales, en las calles neoyorquinas, lo que siempre da frescura a
una película.
Y, como en Pedro Navaja,
la historia resulta que es un crimen. Después de la introducción mostrando la
ciudad y la voz en off, vemos el asesinato de una chica a cargo de dos tipejos.
La chica resultara ser una modelo y una brigada policial liderada por
Fitzgerald inicia la investigación. Después de una compleja investigación,
resultara que la chica no era una santa. Junto con un tipo apuesto y sin
escrúpulos que además era el prometido de una de sus compañeras de trabajo, se
dedicaban a, mediante una pareja de quinquis que llevaban a cabo los atracos, robar
joyas a gente de la alta sociedad aprovechando los contactos que les brinda un
médico, perdidamente enamorado de la modelo, y que se presta por ello a colaborar en la trama criminal
dando la pista de gente adinerada que irá a sus fiestas. Cuando los dos quinquis
que realizan de manera efectiva los atracos planeados por la modelo y su amigo
quieren más parte del botín, estalla la tensión que da origen al asesinato de
la chica.
La película es de una agilidad
prodigiosa, en el mejor estilo de cine clásico americano. Despacha lo que es
una compleja investigación policial, en la que en muchos momentos se atascan
las pesquisas, en unos noventa minutos de metraje que pasan a gran velocidad.
Lo que ahora se tardaría varias horas en contar, y hasta daría para una serie,
Dassin lo sintetiza de manera perfecta porque le da tiempo a contar la acción y
a retratar a los personajes y que todos tengan dimensión propia incluso aunque
ocupen poco metraje, como por ejemplo los padres de la modelo que tienen dos
escenas pero quedan perfectamente dibujados.
Aprovechando el rodar en
escenarios naturales, el final está muy bien porque el último delincuente que
está libre, que ha matado a la chica y al otro que era su compañero en los
atracos, es acorralado y escala toda la estructura metálica del puente de
Brooklyn sin ninguna posibilidad de escapar hasta que es abatido y cae al río
de una manera trágica y un punto épica al caer desde un edificio tan simbólico
de la ciudad.
Y, como último plano, un
barrendero recoge la primera página de un diario en el que se informa que el
caso de la modelo ya se ha resuelto. La voz en off nos dice que esa historia
está liquidada pero muchas otras comienzan con cada amanecer en la gran urbe
Un gran clásico de un gran
realizador que, años más tarde y en Francia, dirigiría una película todavía
mejor y que es una obra maestra cuyo título es Rififi.
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