Tenía que despedir la semana
pasada viendo alguna película de John Ford en homenaje a que murió hace 50 años.
Tenía grabada La taberna del irlandés y verla de nuevo fue mi particular
homenaje a Ford.
No, no es un gran filme. Pero hay
que situarlo en un contexto determinado dentro de la última etapa del genial
director. Como decía un crítico el otro día en un programa de recuerdo que
hicieron en TVE2, Ford afronta sus cuatro últimos westerns revisando la mirada
que había dado al género en las cinco décadas anteriores. Dejando de lado dos
filmes parcialmente realizados por Ford ( El soñador rebelde y La
conquista del oeste), en la década de los 60 sus películas son sombrías y amargas; y significativamente el último plano que aparece
filmado por Ford es el suicidio de Anne Bancroft en Siete mujeres.
Y La taberna del irlandés
se sitúa justo entre dos grandes westerns en los que, de manera triste y
melancólica pero con mucha lucidez, revisa diversos films hechos veinte o
veinticinco años antes: El hombre que mató a Liberty Valance y El
gran combate. Por ello, se le perdona a Ford que se tomara la
licencia de ir a Hawai, emborracharse con sus amigotes y dejarnos una comedia
alegre y desenfadada, sin muchas pretensiones pero muy agradable de ver.
Desde luego, el guion no es gran cosa.
La presencia de Lee Marvin se diluye rápidamente después del inicio, Elizabeth
Allen muda muy pronto y sin mucho esfuerzo su pose de estirada mujer bostoniana
y aparecen desdibujados los personajes de César Romero y Jack Warden. Pero la
película tiene momentos muy divertidos y Wayne, en su última colaboración con
Ford, está magnífico y demuestra ser un muy buen actor de comedia.
Seguramente los incondicionales
de Ford somos más receptivos a apreciar los momentos divertidos de la película
y obviar los defectos que tiene. Y entre esos momentos divertidos los que hemos
vistos en otras películas de Ford:
peleas a puñetazos, abuso del alcohol, escenas de slapstick... Aunque también hay momentos a reivindicar de
manera más seria: el antirracismo del filme y la camaradería de unos soldados que
deciden buscar un sitio donde asentarse y ser felices después de la II Guerra
Mundial, como muchos otros personajes de Ford que buscan donde establecerse.
Además, hay que destacar la relación cómico-amorosa entre Wayne y Allen,
con alguna escena que parece recordar a El hombre tranquilo, zurrando cariñosamente Wayne a la chica como
si fuera una niña y que pondría los pelos de punta a la ministra Montero.
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