Veo en fechas recientes tres
películas de Mel Brooks, del cual hace varias décadas que no había visto
ninguna película y más bien tenía en mala opinión. De Mel Brooks hablaba Dauber
en El humor judío y destacaba que
el ya casi centenario Brooks es un cineasta que utiliza de manera muy clara y evidente
el humor judío que Dauber definía con estas características:
El humor judío es una
respuesta a la persecución y el antisemistismo
El humor judío es una mirada
satírica a las normas sociales y comunitarias judías.
El humor judío es un juego
alusivo, intelectual, ingenio y libresco.
El humor judío es vulgar,
grosero y está obsesionado con el cuerpo.
El humor judío es mordaz,
irónico y metafísico.
El humor judío se centra en el
judío común y corriente, de a pie.
El humor judío trata de la
ambigua y difusa naturaleza del judaísmo.
Veo tres películas de la primera
etapa de Mel Brooks, la que tiene mejor prensa a nivel de crítica. La visión de
Los productores, El jovencito Frankenstein y Sillas de montar
calientes la puedo relacionar con lo dicho por Dauber y, efectivamente, el
humor de Brooks tiene alguna de las características que él enuncia y, al menos
en estas tres películas, funciona muy bien pues son bastante divertidas.
Los productores parte de una idea muy
buena. Zero Mostel, un productor teatral marrullero de baja categoría y Gene
Wilder, un contable de aspecto triste y soso, se dan cuenta que pueden captar
capital de diferentes inversores para una obra de teatro y que, si fracasa, se
harán con todo el dinero alegando ante cada uno de ellos que la obra no ha tenido
éxito y se ha perdido todo lo que invirtieron. Por tanto, solo han de procurar escoger la peor obra, el peor director y los
peores intérpretes posibles para asegurar el fracaso de la obra y obtener el
dinero de diversos incautos. Escogen como obra la delirante La primavera de
Hitler, comedia musical sobre el dictador nazi escrita por un no menos
delirante autor nazi convencido, y prosiguen su selección con un estrafalario y
pirado director y un actor principal que no recuerda los diálogos por los
efectos del LSD. Solo hay un detalle que les sale mal: la obra se convierte en
un éxito.
La idea es más actual ahora que
en el año de producción, un muy lejano ya 1968. Solo hay que echar un vistazo a
los programas de televisión, a las
canciones más escuchadas o algunos de los libros editados más vendidos para observar que la terrible profecía se ha
cumplido y que algo del peor gusto, sin
ningún interés y hecho por gente chapucera puede ser lo más alabado o vendido.
La película está muy bien, ágil,
dinámica, con dos buenos actores y, sobre todo, las delirantes escenas
musicales de la obra hitleriana. Tal vez después de constatar que a los
protagonistas les ha salido todo mal y no pueden devolver el dinero hay un
cierto atropello en la ejecución final de la película, con un intento de
voladura del teatro, para evitar que la obra se siga representando, como gran
astracanada y el ingreso del dúo protagonista en la prisión.
Escoger como protagonista de la
obra al que ha sido mayor enemigo de los judíos es todo un atrevimiento de
Brooks y enlaza con lo que explica Dauber. Efectivamente, se ríe de aquellos
que hicieron posible el holocausto teatralizándolos en absurdos e imposibles
números musicales, además de retratar como ridículo a un autor teatral nazi pasado
de vueltas. Además, es una película mordaz e irónicamente malintencionada pues,
como conclusión, el público ha entregado sus aplausos a un montaje que era un
auténtico bodrio.
El jovencito Frankenstein es
una parodia de las viejas películas de la Universal a la cual le cuesta
arrancar. La primera parte de la película es un poco aburrida pero, a partir
que el nieto del Dr. Frankenstein consigue emular a su abuelo y crear al
monstruo, se suceden varios gags, algunos de ellos geniales y la película acaba divirtiendo
mucho. Por supuesto, el número de claqué del monstruo Peter Boyle y el aprendiz
de Frankenstein Gene Wilder es genial, pero también son muy divertidas una
escena de cama entre el monstruo y la ninfómana prometida de Wilder, así como aquellas
en la que el monstruo se comporta, de manera grotesca, destrozando puertas,
ventanas y dando alaridos. Un auténtico homenaje a las películas clásicas de la
Universal, incluyendo introducir las escenas del monstruo con el ciego
y la niña, además del peinado estilo Elsa Lanchester de la prometida de Wilder
o la reacción de los lugareños igual que en el filme de 1931.
Brooks muestra aquí ese carácter
de humor judío proclive a la obscenidad, con constantes alusiones sexuales de
los personajes de Teri Garr y Madeline Khan, y el hecho que el monstruo acabe
siendo un amante magnífico con gran potencia sexual. Toma como referencia un
modelo de películas de terror como las de la Universal de los años 30 y las
pone del revés, en un juego inteligente pero a la vez mostrando respeto a las
películas que él debió ver siendo muy niño en los años 30. Creo que hay un homenaje
cariñoso de Brooks al cine de terror de la Universal.
En Sillas de montar calientes,
Brooks hace una parodia del género western y ahonda mucho en el tema del
racismo, ya desde el principio de la película cuando unos obreros están
construyendo un ferrocarril y, ante la sospecha que hay arenas movedizas en una
zona por donde han de instalar los raíles, el capataz prefiere enviar a dos
negros antes que arriesgarse a perder un caballo; y luego tirar una cuerda para
rescatar antes una vagoneta que a los negros que, efectivamente, han quedado
atrapados en las arenas.
De hecho, el racismo es lo que
constituye la principal trama de la película. Con objeto de especular sobre
unos terrenos que hay en un pueblo, el villano Helder Lamarr convence a un
desquiciado y rijoso gobernador (Mel Brooks) para que nombre sheriff de ese
pueblo a un negro que va a ser ahorcado con el objetivo que lo haga muy mal ,
provoque el rechazo de los habitantes y le sea más fácil conseguir sus
propósitos especulativos. El sheriff es nombrado y, de camino al pueblo, se
encuentra de manera surrealista a la banda de Count Basie interpretando una canción
en medio del desierto.
El sheriff traba amistad con Waco
Kid, un famoso pistolero que interpreta Gene Wilder y que se convierte en una
especie de ayudante. Recibido con desdén
por los racistas lugareños, el sheriff tiene que hacer frente a las maniobras
que le prepara Lamarr. Primero envía a un auténtico animal, un tipo en plan
Richard Kiel en las películas de James Bond, que será neutralizado dándole una
caja que contiene dinamita como si fuera la viñeta de un comic. Posteriormente,
intentará que lo seduzca una cantante de saloon alemana inspirada en Marlene
Dietrich y que da lugar a un número musical grotesco ya que hay una coreografía
de unos tipos vistiendo un uniforme militar tipo prusiano. Como el sheriff no
cederá a los encantos de la teutona, Lamaarr formará un ejército con la peor
chusma de delincuentes de la zona ( han de presentar un currículum vitae con
todos sus delitos) para atacar el pueblo. En un final que me ha recordado a
Monty Phyton, la batalla campal que se desata invade otro escenario del estudio
Warner en la que se rueda una película musical con una ridícula coreografía a
cargo de bailarines gays, y acaba afectando a todo el estudio Warner, incluso
a los turistas que visitan el estudio. En un ejercicio de cine dentro del cine,
Wilder y el sheriff acabarán entrando en un cine para ver el final de la
película que ellos mismos están protagonizando.
Con un guion menos trabajado que
en Los productores o El jovencito Frankenstein, la película es
una acumulación de gags, desiguales en la gracia que tienen pero que, en
conjunto, logran una película muy divertida.
Está ese gusto del humor de
Brooks por lo obsceno, como cuando la cantante alemana alaba exageradamente las
dimensiones del miembro viril del sheriff que previamente ya supone grande por ser un negro o, una escena que destacaba Graber,
el mal gusto de unos cowboys que están cenando un estofado de judías y empiezan
a eructar y tirarse pedos haciendo un concurso.
Creo que así como en El jovencito Frankenstein había mucho de
homenaje a aquellas películas de la Universal, en Sillas de montar calientes
hay una mirada muy mordaz respecto a los cánones del género y un estilo
provocador por cómo aborda el tema del racismo en una película que, al fin y al
cabo, parodia un género sobre el que se cimenta el espíritu de la nación americana.
No sé si el humor de Brooks no levantaría
ampollas ahora mismo. Creo que mucha gente no entendería sus andanadas irónicas
y mordaces a temas como el racismo y la sexualidad. Por otro lado, otro
problema que tendría ahora el cine de Brooks es ser un cine que vive de
referentes (en estas películas pero también en Soy o no Soy o Silent
movie) y estamos en una época en que la gente vive más en la ignorancia absoluta
. No te puede hacer gracia la parodia de algo si desconoces ese algo o, en el
mejor de los casos, te reirás con algunas cosas pero te perderás otras.