KONTINENTAL'25

 

Me animo a ir al Zumzeig a ver una película rumana, cinematografía de la que llegan pocos estrenos, pero he visto alguna interesante. Se ha estrenado este mes Kontinental 25, dirigida por Radu Jude, que también fue el guionista ganando el Oso de Plata en Berlín por esta última faceta, así como también lo ganó la actriz protagonista, Eszter Tompa. 

La película se abre mostrando la vida de un indigente, un exdeportista que, tras problemas con el alcohol, malvive en un sótano de un edificio abandonado. Como van a construir con la idea de hacer un hotel, hay que demoler el edifico y echar al indigente. Una agente judicial llamada Orsolya, junto a fuerzas del orden, se encargan del desalojo, le dan un rato al indigente para que recoja sus cosas y, cuando vuelven, se ha ahorcado con un cable de una calefacción.  

La película entonces ahonda en el sentimiento de culpa que tiene Orsolya, preguntándose si pudo hacer algo para evitar el trágico final. No encuentra demasiada empatía respecto a lo que le pasa en su marido, que se va de vacaciones con los niños mientras ella prefiere quedarse en Cluj, la ciudad en la que transcurre el filme. Entonces buscará compartir su desazón con varios personajes hablando con su madre, una amiga, un exalumno y un sacerdote. Seguirá sin encontrar empatía a su situación, al final todo el mundo está muy ocupado y la muerte de un hombre en esas circunstancias no representa nada para nadie. Una serie de planos de diferentes partes de la ciudad, sin fondo musical, muy fríos, nos muestran tanto partes urbanas con construcciones modernas como otras más cutres, es decir, una desigualdad que se cierra con un último plano de una plaza con una gran bandera rumana.  

Jude rueda de manera muy sencilla y clásica. Según se publica en prensa, se ha rodado con muy pocos medios, en pocos días y con un IPhone 15. Las conversaciones que tiene la protagonista con sus interlocutores se producen en planos fijos en que se hallan los dos personajes y duran varios minutos.  Parecen planos de una película de John Ford. Para sostener esto, se necesitan buenos intérpretes y está especialmente bien la protagonista Eszter Tompa. 

Además del drama del indigente, esas conversaciones permiten que el director nos muestre cosas de su país, pero también de Europa. Por ejemplo, un sentimiento nacionalista enfermizo que tiene la madre de la protagonista, húngara de nacimiento, que recomienda a su hija ir a vivir a Hungría, ante lo que ella le dice que no irá nunca a un país con Orban como presidente, un tipo autoritario y que además apoya a Putin en su guerra en Ucrania.  

La parte de la película en la que aparece su exalumno, ya que Orsolya fue antes profesora de latín, permite ver el poco futuro de algunos jóvenes. Su exalumno es repartidor de algo parecido a Globo, y lleva en la parte trasera de la bici un aviso en forma de letrero conforme es rumano para ganarse el respeto de los automovilistas, más proclives a la imprudencia si creen que el repartidor es pakistaní.  

Las conversaciones con la amiga, de la que se da una imagen de egoísmo y poca solidaridad, así como la del sacerdote, con un discurso vacío, acaban de configurar el itinerario de la protagonista explicando su malestar por lo que le ocurrió al encontrarse con el suicidio de aquel hombre. Todo junto nos lleva a una radiografía de lo que es, no solo Rumanía, sino también Europa. 

Si en el cine de Kaurismaki, la aparición de posters cinematográficos nos permite ver sus preferencias, aquí, cuando la protagonista con su exalumno está en la cafetería de un cine, aparecen los posters de El bruto de Buñuel y Europa 51 de Rossellini. Luego, cuando está en su casa y se queda dormida, por la tele dan Detour, el modélico filme noir de Edgar G. Ulmer.  

Película muy interesante.