Gianni Amelio rodó Il ladrò di bambini en 1992 y se llevó varios premios, entre ellos el del Gran Jurado de Cannes, de manera merecida ya que es una película notable.
Es una película que tiene bastante de road movie ya que, no siempre en coche sino también combinándolo con el tren, se trata de explicar un viaje de un carabinero y dos niños desde Milán hasta Sicilia atravesando toda la península itálica.
Rosetta es una niña de 11 años y Luciano su hermano de 9. Viven en un suburbio de Milán tras haber emigrado sus padres desde Sicilia, pero el padre ha desaparecido y la madre prostituye a la menor para poder sobrevivir. La película empieza con la llegada de la policía a la humilde casa en la que habitan procediendo a detener a la madre y a un cliente, quedando los hijos a cargo de una institución de acogida a la que han de llegar custodiados por dos carabineros. Uno de los dos carabineros se escaquea y deja al otro, un chico calabrés llamado Antonio (Enrico Lo Verso), con el encargo de llevar a los niños pero, una vez llegan a la institución de acogida, le dicen que, por un tema burocrático, no se los pueden quedar. Por tanto, Antonio debe proseguir el viaje a un segundo instituto de acogida que está en la localidad siciliana de Gela, debiendo atravesar el país.
A lo largo del viaje, la inicial antipatía que los niños dispensan a Antonio, un hombre que calificaríamos de un buenazo por su actitud durante toda la película, va dando paso a una relación afectuosa de los dos menores en situación vulnerable. Rosetta lleva la carga de un pasado no buscado que excita el morbo de la gente. Por ello, Antonio lleva a los niños a casa de su hermana que tiene un restaurante y una trabajadora reconoce a la niña como aquella que fue prostituida en Milán, gracias a una portada de un diario donde solo se le tachan los ojos a la menor. Más tarde, entablan una pequeña relación con unas turistas francesas y Rosetta, aun no sabiendo francés, comprende cuando, en un momento dado, se han enterado de su situación y hablan de ella.
El futuro de los dos niños parece muy complicado, en vez de favorecer acogerlos de inmediato se ponen trabas burocráticas y la niña está desprotegida, estigmatizada por ejercer involuntariamente la prostitución, desde el momento en que, tal como aparece en la prensa, es fácilmente reconocible al no haber pixelado todo el rostro. Mientras tanto, Antonio es una buena persona que asiste impotente a esta situación y que, además, debe soportar el reproche de sus superiores por haber tardado unos días en llegar a Sicilia, esos días en que los niños han podido tener gracias a él un tiempo mínimamente feliz, por ejemplo, relajándose un poco en la playa en la que conocen a las turistas francesas.
Amelio filma esta dura historia con sensibilidad, nos la explica de manera que nos sentimos muy próximos a Antonio y los dos niños. Y lo hace con pesimismo, un último plano sobre un horizonte muy incierto para los pequeños.
Muy buena película.
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