Leo el libro de Miquel Fernández González que lleva por título Matar el Chino, y como subtítulo Entre la revolución urbanística y el asedio urbano en el barrio del Raval de Barcelona.
La conclusión que sacó es que las acciones de las administraciones públicas respecto al Raval siempre han sido, inicialmente, bienintencionadas, pero luego ha habido un sesgo clasista, se ha producido corrupción asociada a las iniciativas urbanísticas y, finalmente, no han resultado efectivas para mejorar las condiciones de vida del barrio, además de haber enterrado una parte del patrimonio histórico, también cultural de clases populares y haber expulsado a una parte de ellas a otras zonas de la ciudad o del área metropolitana.
Con la excusa de mejorar las condiciones de vida de unas clases populares hacinadas en calles estrechas y viviendas en pocos metros cuadrados, Cerdà diseña su plan urbanístico en el que, en referencia a Ciutat Vella, se preveían tres grandes vías hechas a base de demoler las estrechas calles abriendo esos barrios en canal. En vida, Cerdà solo vio culminada la Vía Layetana. Una segunda vía tenía que ir desde la Ronda de Sant Pau hasta Arc de Triomf, y apenas hay un tramo hecho delante de la Catedral. La tercera vía tenía que partir desde el puerto hasta la calle Muntaner. Con la inestimable ayuda de la aviación italiana en 1937 y 1938, las autoridades franquistas iniciaron esa vía, la bautizaron como García Morato, llegando hasta Nou de la Rambla. Ya en democracia, a finales de los ochenta, se abrió en canal la continuación, llamada Rambla del Raval, para dejar esa vía hasta la calle Hospital, todavía un poco lejos de la calle Muntaner. Posteriormente, para esponjar más el barrio y, en realidad, seguir especulando, se derruyen algunas casas en la Illa Robador y la Illa San Ramón, edificando la sede de la actual Filmoteca en la primera.
Detrás de todas estas iniciativas urbanísticas, y ya desde los tiempos de Cerdà, hay un ánimo de represión contra las clases trabajadoras y populares que vivían en esta zona. El autor recoge la opinión de expertos que, en sentido contrario a los de las administraciones, pensaban que se podían hacer intervenciones menos aparatosas para mejorar el barrio sin cargárselo a lo bestia.
El autor realizó un estudio de campo en la calle Robador en los dos o tres años anteriores a la publicación del libro en 2014. En gran parte del libro destaca al fruto de ese estudio de campo, una calle en la que conviven dos equipamientos culturales (Filmoteca e Institut d’Estudis Catalans) con el último reducto de lo que era el Chino más genuino, viviendas en mal estado, bares de alterne, gran número de inmigrantes de diversas procedencias, tráfico de drogas y mucha gente que, en definitiva, vive en y de la calle. A pesar de ello, siempre ha habido interés, a través de la mitificación del barrio que iniciaron el periodista Paco Madrid o literatos franceses como Jean Genet, en definir la zona como un sitio sin remedio en cuanto a poder erradicar el vicio y la pobreza.
La tesis del autor es que las actuaciones de las administraciones en esa calle han seguido una lógica de producción de plusvalías y control de la población que son un presagio para una sociedad más insolidaria y violenta. Es revelador que muchos afectados por las expropiaciones, fruto de la demolición y edificación en Rambla del Raval y la propia calle Robador, fueron realojados en pisos de alquiler social, con control de la Administración respecto a que el alquiler siga vigente en tanto en cuanto el inquilino mantenga un nivel de renta bajo, mientras que se construyeron pisos que fueron gestionados y adjudicados por las cooperativas de grandes sindicatos, siendo estos últimos de compra.
El libro tiene unos 10 años. En la actualidad, está claro que revitalizar el barrio a base de derruir calles enteras para edificar equipamientos culturales y nuevas viviendas no ha evitado que siga habiendo grandes bolsas de pobreza, y se hayan creado realidades que viven de espalda en una zona de gran complejidad social. Hubo gente que se mudó allí y, a la que han tenido hijos, han abandonado el barrio mientras los vecinos de toda la vida que quedan no han podido irse por tener rentas muy bajas, añadiéndose nuevas oleadas de inmigrantes. Tomando de referencia a la Filmoteca, está claro que tiene mucho menos público que el que podría tener en otra zona de la ciudad. La percepción de mucha gente de otros barrios es un tanto distorsionada, es evidente que en el Raval hay muchos hurtos, sobre todo a turistas, pero mucha gente piensa que lo más probable, a cualquier hora del día, es sufrir un atraco a mano armada, cuando eso tampoco es así. Lo que sí molesta a la gente de barrios pudientes si, por algún compromiso, se ven obligados a ir al Raval es la suciedad (con una gran parte de culpa del Ayuntamiento) y el ver a gente de piel oscura.
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