Queremos los coroneles
(1973) es una sátira política, dirigida por Mario Monnicelli, en la que un
diputado de un partido neofascista organiza un golpe de estado.
La película empieza con un
atentado a una figura religiosa en el Duomo de Milán, que es atribuido a la extrema
izquierda, aunque ha sido realizado por los neofascistas, pasando luego a unas
escenas de alboroto en el Parlamento, con acusaciones cruzadas entre los
partidos en medio de un clima de gran tensión tratado a modo de bufonada. A partir
de esta situación caótica del país, el diputado de ultraderecha Giusseppe
Tritoni (Ugo Tognazzi) organiza un golpe de estado contactando con viejas
glorias del fascismo, militares de ultraderecha y algún industrial adinerado.
La película sigue una cronología
precisa durante unas semanas de los meses de junio y julio, mostrando a los
personajes que va reclutando Tritoni, un grupo de gente grotesca y tronada que
incluye básicamente a militares desafectos con el régimen democrático y gente, algunos
nacidos en el siglo XIX, relacionada con el fascismo de Mussolini. La ejecución
del golpe será chapucera, llena de fallos que dan lugar a situaciones de
comedia como los paracaidistas que aterrizan en un lugar equivocado, la ayuda
logística de un coronel griego al que nadie entiende, pero todos alaban su
discurso, o la llegada de los golpistas a la televisión para dar la noticia del
golpe al país cuando la RAI (eran otros tiempos) ha cerrado ya la emisión
diaria.
Monnicelli fuerza mucho el
tratamiento grotesco y esperpéntico de la acción, tal vez demasiado y, a veces,
los tarados que recluta Tritoni parecen personajes de una película de Torrente.
Le falta finura al tratamiento de la historia por la exageración de lo grotesco
y, por otra parte, salvo el personaje protagonista de Tritoni, los demás no
tienen demasiada entidad. Por tanto, y aun siendo una película divertida y
agradable de ver, se queda muy por debajo de otras películas de Monnicelli.
Lo que es innegable es su
oportunidad desde el punto de vista histórico al tratar un supuesto golpe de estado
cuando, tres años antes del estreno del filme, el exmilitar fascista Junio
Valerio Borghese fue acusado de estar tramando uno y huyó de Italia,
exiliándose en España y muriendo pocos años después en Cádiz. Y, el año
posterior al estreno del filme, 1974, fue un año complicadísimo en Italia, con
multitud de acciones violentas por parte tanto de la extrema izquierda como de grupos
fascistas, con detenciones en el ejército aún relacionadas con los planes de Borghese
y, en definitiva, con rumores verosímiles acerca de un golpe de estado.
Siendo una película discreta comparada
con otras de Monnicelli, lo que más me ha gustado es el final. El chapucero golpe es neutralizado por un
contragolpe de las autoridades pero, en un momento de farsa estando presentes
todos los detenidos, al presidente de la República le da un ataque al corazón y
muere. Se produce un cambio de gobierno y un golpe de estado blando, asumiendo
el nuevo gobierno postulados de los golpistas. La acción avanza un año más y
vemos a Tognazzi hablando en una terraza con dos individuos de color que hablan
en francés. Medio en francés y medio en italiano, Tognazzi habla con los dos tipos,
provenientes de algún país francófono africano, como si fuera un comercial y su
producto consistiera en dar los detalles acerca de preparar de forma eficaz un golpe de estado.
Aparecen entonces dos policías que disuelven la reunión alegando que, con la
nueva legislación, se considera ilegal que haya reuniones de tres personas, por
lo que invitan a Tognazzi a sentarse en otra mesa de la terraza. Un final
tremendamente ácido en esta comedia de Monnicelli.