Mudar de vida es una
extraordinaria película filmada en 1966 por Paulo Rocha. La trama empieza con Adelino,
un joven portugués, que vuelve al pueblo pesquero en que nació tras haber
combatido en la guerra colonial de Angola, de la cual ha vuelto con alguna
secuela en la espalda que dificulta desarrolle trabajo físico. A su regreso,
descubre que su antigua novia Júlia se ha casado con su hermano Raimundo y ya
tiene dos hijos. La relación no había quedado cerrada desde el punto de vista
formal por lo que Raimundo entiende que no hizo nada mal cortejando a Júlia.
Mientras Adelino trata de adaptarse a su nueva situación, buscando ocupación
laboral y dando por cerrada, con pesar de los dos y reproches mutuos, su
historia con su exnovia, conoce a Albertina, una joven determinada a escapar de
la pobreza a cualquier precio, robando fondos de la Iglesia o a su propio
hermano. Júlia sufrirá un ataque al corazón que precipitará los acontecimientos
y Adelino se irá con Albertina, que se ha apropiado de una cantidad de dinero
de su hermano, en un final de esperanza contenida.
La película está filmada con un
estilo neorrealista que recuerda a las películas italianas y, en concreto, La
terra trema, aquel filme de Visconti que también tenía lugar en un pueblo
de pescadores. El filme tiene un tono documental mostrando las chabolas en las
que viven de forma precaria los protagonistas en la playa y los esfuerzos de
los pescadores para mover las traineras. Se palpa la miseria cuando Raimundo
comunica a Júlia que pueden acceder a una casa en el pueblo aprovechando que ha
muerto uno de los vecinos.
En este ambiente deprimente,
los tres personajes principales, Adelino, Júlia y Albertina viven con amargura
una triste existencia. Pero mientras Júlia se resigna y no piensa rebelarse en
un matrimonio que, en el fondo, nunca quiso contraer, Albertina representa el
caso contrario, es contestataria, mal vista en el pueblo y con ganas de
marcharse de allí. Adelino es un hombre arraigado al pueblo, pero se siente
desplazado en su vuelta y encuentra en Albertina un nuevo impulso vital.
La sobria realización de Rocha,
la espléndida fotografía en blanco y negro, así como la interpretación de los
actores contagiando tristeza y resignación componen un gran melodrama con un
final potencialmente esperanzador.
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