miércoles, 26 de febrero de 2025

REBELIÓN

 

Cinco años después de haber rodado Hara Kiri, Masaki Kobayashi nos transportó de nuevo al siglo XVIII con Rebelión (1967), contando aquí con el enorme Toshiro Mifune encabezando el reparto y consiguiendo otra vez un resultado espectacular.

 Isaburo Sasahara (Toshiro Mifune) es un diestro samurai vasallo del daimyo del clan Aizu. Lleva una vida tranquila con sus hijos y una mujer con demasiado carácter. Un día,  los consejeros del daimyo ordenan a su hijo mayor, Yogoro, que se case con una concubina del daimyo llamada Ichi, la cual ya es madre de un hijo. Reticentes a acatar la orden, finalmente la familia acepta disciplinadamente la imposición y el nuevo matrimonio tiene una hija llamada Tomi, consolidando un matrimonio feliz.

Entonces viene una nueva imposición que provocará una escalada de acontecimientos finalizando en una orgía de sangre.  El heredero principal del daimyo muere y este ordena a Ichi que retorne para cuidar a su hijo que ahora pasa a ser heredero. La familia se niega y hombres del clan Aizu logran mediante una trampa secuestrar a Ichi y llevarla al castillo del clan.

En una escalada de tensión, preparándose Isaburo y Yogoro para un combate, llegan un capataz del daimyo con un par de decenas de samuráis, llevando también a Ichi y con la oferta de, si la mujer renuncia voluntariamente al matrimonio, conmutarles la pena de muerte por una cadena perpetua. Ichi no da opción porque ella misma se precipita sobre la lanza de uno de los hombres que la custodian y, mientras agoniza, llega a su lado Yogoro que también es herido de muerte. Entonces se libra una lucha desigual en la que Isaburo, expertísimo samurai, acaba con todos sus enemigos. Tras enterrar a Yogoro e Ichi, Isaburo coge a Tomi con la idea de ir al shogun de Edo para exponer lo que le ha pasado con su clan. En el viaje a Edo debe pasar un puesto de control en el que está Tatewaki, otro experto samurai, amigo suyo pero fiel al clan Aizu. Tras una larga lucha, Isaburo mata a Tatewaki e intenta volver a coger a Tomi para seguir su camino pero, escondidos entre la maleza, hay un montón de hombres del clan Aizu. Isaburo consigue con la espada destrozar a quien se le ponga por delante, pero no puede evitar que los disparos de los mosquetes le alcancen varias veces y muere junto a su nieta que, en la última escena, es recogida por la nodriza.

Kobayashi plantea otra película que, como en Hara Kiri o La condición humana, reivindica la figura del hombre frente a la organización política despótica que, con sus crueles líderes y burocracia, lo ahogan y oprimen. Una historia que pasa en Japón en el siglo XVIII y podía haber pasado en muchos otros sitios y épocas pero, lo más grave, es que ahora mismo estamos viendo un auge del autoritarismo en todo el mundo y ataques a la dignidad de mucha gente. Frente a este autoritarismo, Isaburo solo puede oponer, a parte de su eficiente destreza como samurai que solo usa en la resolución violenta del filme al final, su moral y honor para resistirse a los atropellos y arbitrariedades del daimyo del clan Aizu. Solo puede, como indica el título del filme, rebelarse. Y no hay que olvidar el componente romántico de la película, ese amor entre Yogoro e Ichi que prefieren tener un final operístico muriendo uno en brazos del otro antes que plegarse a las órdenes de los hombres del clan Aizu.

Y Kobayashi nos cuenta todo con ese estilo solemne, con un adecuadísimo ritmo narrativo  y jugando con los encuadres, siempre perfectos, en formato de gran pantalla y con la banda sonora compuesta con instrumentos musicales japoneses tradicionales. Y, al igual que en Hará Kiri, la película va de menos a más. Toda la película está muy bien, pero es que la última media hora es espléndida, por ejemplo, con ese detalle de Isaburo y Tatewaki dando de comer a Tomi, resguardándola para luchar luego entre ellos noblemente con la espada en un duelo a muerte. Después de ese noble combate, Isaburo es abatido de forma indigna siendo cosido a tiros con las primitivas armas de fuego de los hombres del clan Aizu.

Merece una mención especial Toshiro Mifune. Me recuerda un poco al William Munny de Sin perdón. Cuando empieza la película parece un hombre apocado, envejecido e incluso víctima de una despótica esposa. Posteriormente, cuando tenga que defender su dignidad y la de su familia, sacará toda la fiereza al igual que, por razones distintas, lo hacía Munny. Mifune, con una presencia en pantalla comparable a la de un John Wayne, exhibe una enorme fortaleza física y moral en esa última parte de la película.

Oda cinematográfica a la dignidad. Obra maestra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO

  Nos lo pasamos muy bien ayer en el Romea viendo El gran teatro del mundo , obra capital del Siglo de Oro, en un montaje de la Compañía Nac...