Un gesto cariñoso e inocente
desencadena una tormenta en una clase de natación infantil. Un alumno tiene
miedo al agua y el monitor, un chico veinteañero, lo abraza y le da un beso. A
partir de ahí, habiendo visto el gesto cariñoso unos padres, se desencadena una
histeria en el grupo de watsup de los progenitores respecto a que el monitor
pueda ser homosexual y pederasta.
Esa es la trama de El principio
de Arquímedes, obra estrenada hace más de diez años por Josep Maria Miró,
adaptada luego en muchos teatros de todo el mundo y que, no solo ha perdido
vigencia, sino que la ha ganado en la era de los movimientos me too y la
imparable presencia de las redes en la vida social. No hay término medio. O te montan
un me too en toda regla sin que haya motivo como en esta obra de teatro
o, como ahora vemos con el caso Monedero que ha estallado esta semana, según
quien sea el verdugo sus protectores, en este caso un partido político que dice
es un espacio seguro para las mujeres, mira hacia otro lado.
Jordi, el monitor que abrazó y
besó al niño, sufre en sus carnes el pasar a ser sospechoso, debiendo
justificar ante la encargada de los programas de natación infantiles y un compañero
de trabajo aspectos de su personalidad, sufre intromisión en su privacidad y
debe repasar su vida digital en las redes, a quien sigue o no sigue, qué
comentarios ha dejado escritos, para no ver comprometida la acusación que pesa
sobre él. La agitación de la sociedad por presuntas acciones, sin que haya pruebas
de la comisión de ninguna actitud incorrecta, así como la toxicidad de las
redes sociales son los ejes sobre los que nos interpela la obra.
Buena adaptación la que vemos
en el Texas, buenas interpretaciones de Sandra Monclús, Marc Tarrida, Eric Balbás
i Jordi Coll; y excelente la manera en que la carga emocional de los
personajes, sobre todo Jordi y la encargada del club de natación, traspasan al
espectador.
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