Después de muchas décadas,
vuelvo a ver Poder absoluto (1997). Realizada en una década en la que
Eastwood solía compaginar todavía las labores de dirección con la de actor, se
trata de un sólido thriller que mantiene la intriga en todo momento.
Luther, un experto ladrón,
asalta la residencia de un magnate, aparentemente vacía. Mientras desvalija la
caja fuerte, una pareja entra en el dormitorio dispuesta a protagonizar una
sesión de sexo duro. La cosa se va poniendo demasiado caliente, empiezan las
agresiones y ella está a punto de clavarle al hombre un abrecartas. En ese momento,
unos tipos entran en la habitación y disparan contra la mujer. Luther lo ha
visto todo y ve con estupefacción que el hombre es el presidente de los Estados
Unidos. Logra huir mientras los agentes del servicio secreto se han dado cuenta
de que había alguien en la casa.
Investigado tanto por la
policía como por los servicios secretos, enseguida se darán cuenta que hay
pocos hombres que puedan hacer un trabajo así y uno de ellos es Luther. Todo encaja
para que sea él y lo intentarán atrapar usando a su hija, una chica con la que Luther
casi no tiene relación por sus estancias en la cárcel y vida delictiva que
llevó, pero a la que sigue en la distancia y está pendiente de ella.
Eastwood mantenía en aquella época
una media de una película al año más o menos. Respetado definitivamente por la
crítica después de filmar Sin perdón en 1992, sus películas eran ya acogidas
con interés y de manera favorable.
Encontró grandes guiones que dieron lugar a grandes películas como Los
puentes de Madison o Mystic River. Aquí no se trata de una gran película,
pero sí queda acreditada la capacidad de Eastwood para hacer una película que
te deja enganchando a la pantalla sin que quede espacio para el aburrimiento.
Algunas situaciones del guion
son forzadas o inverosímiles, los personajes no tienen la profundidad de las
grandes películas de Eastwood, pero es una película muy amena que, además, cuenta
con el atractivo de tres personajes secundarios interpretados por Gene Hackman,
Ed Harris y E.G.Marshall.
Muy bien rodada, la película
demuestra que el oficio de Eastwood no decae incluso en sus obras menos consagradas.
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