Prácticamente lleno ayer en la
Filmoteca para ver Patt Garrett y Billy de Kid (1973), dirigida por el
gran Sam Peckinpah. Había mucho público joven en la sesión ya que entraba dentro
del ciclo Aula de cinema. Así pues, mezcla de gente joven que no había
visto la película y veteranos que ya la habíamos visto. Tímidos aplausos al
final de la película e inicio de un coloquio con Quim Casas al que no me quedé.
Es una película que se disfruta
más a medida que uno envejece porque se trata de un personaje que, para
asegurarse una vejez tranquila y aseada económicamente, acepta el encargo de
matar a un amigo. No es que sea una actitud para imitar, pero la edad te sirve
para ponerte en la piel de un hombre que ve cerca el final y no quiere morir en
la precariedad. Aunque hay que condenar al personaje, que es un gran hijo de
puta, esa cercanía permite ser un poco más indulgente. Patt Garrett vende su alma
al diablo, es decir, al gobernador Wallace y el ganadero Chisum que quieren un
territorio tranquilo donde puedan llevar a cabo sus intereses económicos sin
interferencias. Billy the kid es un incordio porque no se pliega a los intereses
de los poderosos y debe ser eliminado, tarea que asumirá de manera implacable
Garrett, recién nombrado sheriff del Condado de Lincoln. Una historia sucia, de
traición, en un territorio que la fotografía muestra polvoriento y en tonos preferentemente
ocres, salpicado con el lenguaje poético expresado a través, tanto de las imágenes
que filma el maestro Peckinpah, como de la banda sonora de Bob Dylan. El
cantautor norteamericano tiene además una extraña presencia en el filme, parece
un notario que da cuenta de los hechos que suceden de los que es espectador privilegiado.
Portentosas interpretaciones de
James Coburn y Kris Kristoferson, tal vez en los mejores papeles de su carrera,
y carrusel de imprescindibles secundarios en las películas del director californiano:
Slim Pickens, Jack Elam, Jason Robards, Harry
Dean Stanton, Emilio Fernández, Katy Jurado, etc. Y el propio Peckinpah en un
pequeño papel y rechazando, de forma irónica, un trago que le ofrecen.
Es el último western de Peckinpah, si no incluimos dentro del género Quiero la cabeza de Alfredo García, y es de una brutal amargura, de total desesperanza. Aunque John Wayne se autodestruía asesinando a sangre fría a Liberty Valance, al menos eso servía para traer a Shinbone la estabilidad y el progreso. Si Wayne asesinaba a un mal nacido como Valance con el que no tenía ningún vínculo afectivo, Garrett dispara contra un amigo del que, a lo largo de la película, se da una imagen más positiva que la suya, más empático con las mujeres, leal con sus amigos e independiente. Es, por tanto, un asesinato inútil porque tampoco parece que a Garrett le vaya muy bien en el futuro. Tal como sucedió con el personaje histórico, Garrett es asesinado al inicio de la película en una refriega y su rostro envejecido y amargado delata su poco tranquila vejez. Pero tal vez haya muerto mucho antes, justo cuando, tras tirotear de manera traicionera a Billy, dispara contra su propia imagen en un espejo en uno de los momentos cumbre del cine de Peckinpah.
Llamando a las puertas del cielo ... o del infierno.
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