jueves, 13 de febrero de 2025

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

 

Prácticamente lleno ayer en la Filmoteca para ver Patt Garrett y Billy de Kid (1973), dirigida por el gran Sam Peckinpah. Había mucho público joven en la sesión ya que entraba dentro del ciclo Aula de cinema. Así pues, mezcla de gente joven que no había visto la película y veteranos que ya la habíamos visto. Tímidos aplausos al final de la película e inicio de un coloquio con Quim Casas al que no me quedé.

Es una película que se disfruta más a medida que uno envejece porque se trata de un personaje que, para asegurarse una vejez tranquila y aseada económicamente, acepta el encargo de matar a un amigo. No es que sea una actitud para imitar, pero la edad te sirve para ponerte en la piel de un hombre que ve cerca el final y no quiere morir en la precariedad. Aunque hay que condenar al personaje, que es un gran hijo de puta, esa cercanía permite ser un poco más indulgente. Patt Garrett vende su alma al diablo, es decir, al gobernador Wallace y el ganadero Chisum que quieren un territorio tranquilo donde puedan llevar a cabo sus intereses económicos sin interferencias. Billy the kid es un incordio porque no se pliega a los intereses de los poderosos y debe ser eliminado, tarea que asumirá de manera implacable Garrett, recién nombrado sheriff del Condado de Lincoln. Una historia sucia, de traición, en un territorio que la fotografía muestra polvoriento y en tonos preferentemente ocres, salpicado con el lenguaje poético expresado a través, tanto de las imágenes que filma el maestro Peckinpah, como de la banda sonora de Bob Dylan. El cantautor norteamericano tiene además una extraña presencia en el filme, parece un notario que da cuenta de los hechos que suceden de los que es espectador privilegiado.

Portentosas interpretaciones de James Coburn y Kris Kristoferson, tal vez en los mejores papeles de su carrera, y carrusel de imprescindibles secundarios en las películas del director californiano:  Slim Pickens, Jack Elam, Jason Robards, Harry Dean Stanton, Emilio Fernández, Katy Jurado, etc. Y el propio Peckinpah en un pequeño papel y rechazando, de forma irónica, un trago que le ofrecen.

Es el último western de Peckinpah, si no incluimos dentro del género Quiero la cabeza de Alfredo García, y es de una brutal amargura, de total desesperanza. Aunque John Wayne se autodestruía asesinando a sangre fría a Liberty Valance, al menos eso servía para traer a Shinbone la estabilidad y el progreso. Si Wayne asesinaba a un mal nacido como Valance con el que no tenía ningún vínculo afectivo, Garrett dispara contra un amigo del que, a lo largo de la película, se da una imagen más positiva que la suya, más empático con las mujeres, leal con sus amigos e independiente. Es, por tanto, un asesinato inútil porque tampoco parece que a Garrett le vaya muy bien en el futuro. Tal como sucedió con el personaje histórico, Garrett es asesinado al inicio de la película en una refriega y su rostro envejecido y amargado delata su poco tranquila vejez. Pero tal vez haya muerto mucho antes, justo cuando, tras tirotear de manera traicionera a Billy, dispara contra su propia imagen en un espejo en uno de los momentos cumbre del cine de Peckinpah.

Llamando a las puertas del cielo ... o del infierno.   

 

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