Splendor (1989) es una comedia
dramática dirigida por Ettore Scola que explica la vida de un exhibidor cinematográfico,
propietario de un cine en una ciudad de provincias, llamado Jordan (Marcello
Mastroianni). Su historia es la de la exhibición cinematográfica a lo largo de
varias décadas del cine italiano, pero podría trasladarse enteramente a España
pues la evolución ha sido la misma.
Siendo Jordan un niño, su padre
se presenta en las pequeñas ciudades como exhibidor ambulante en la Italia de
Mussolini para ofrecer, con instalaciones y maquinaria precarias, películas
como Metrópolis añadiendo música de Verdi. Esa precariedad cede cuando,
ya en la década de los cuarenta, se han hecho propietarios del Splendor, un
cine en una ciudad poco importante y que se adivina lejana de Roma. En la década
de los cincuenta, el cine conocerá su mayor esplendor, llenos en platea, en anfiteatro
e incluso gente de pie para ver películas como La gran guerra o Ben-Hur.
Pero el cine irá languideciendo en las décadas sucesivas, tiempo que vemos
pasar a través de los posters y películas que se exhiben hasta llegar a El
corazón del ángel o El año que vivimos peligrosamente en los
años 80. Los gustos han cambiado, la televisión retiene a muchos italianos en
casa y Jordan no podrá hacer frente a los acreedores del cine que, además, han
cedido sus créditos a una financiera que desea hacerse con el local para desmantelarlo
y convertirlo en centro comercial. Eso es exactamente lo mismo que ha pasado en
España pues las salas de cine, cada vez menos, ya solo se hallan en las grandes
ciudades y han desaparecido en ciudades pequeñas o pueblos. De hecho, el
proceso de desertización en cuanto a exhibición cinematográfica ya se ha dejado
sentir desde los ochenta en grandes urbes como Barcelona en un proceso que
parece imparable.
Por tanto, la película es una crónica
sentimental de un tiempo que se fue ya en aquella década de los ochenta y que
representa un Mastroianni ya sexagenario avanzado en el momento de la filmación
y que, como siempre, está magnífico en su papel. Pero, además de Mastroianni,
cobra gran importancia en la película el proyeccionista del cine en las últimas
décadas, un hombre llamado Luigi e interpretado por el guionista, actor y
director napolitano Massimo Troisi, prematuramente desparecido a los 41 años
por una afección cardiaca.
Luigi es una persona aún más
influida por el cine que Jordan, del cual sabemos que vivió la experiencia de
la guerra mundial en Yugoslavia. En cambio, de Luigi sabemos que rechaza un
trabajo en restauración para ser proyeccionista y se empapa en una cinefilia
que ocupa sus experiencias vitales de forma completa y utiliza incluso para
relacionarse con los demás por lo que, en un momento dado, cita frases
textuales de los diálogos de Ray Milland en Días sin huella, o explica
como un cuento al hijo de su pareja el argumento de El gran carnaval de
Wilder. Su amor por el cine y por el local le lleva a intentar atraer de la
manera que sea espectadores o a trabajar sin cobrar en un momento que advierte
las dificultades económicas por las que pasa Jordan. Si Mastroianni está
excelente, no lo está menos Troisi, un gran actor que rodó otras dos películas
consecutivas con Scola y que aquí tutea al gran Marcello en su papel de iluso y
soñador proyeccionista.
La cuota femenina del reparto
se la lleva la actriz francesa Marina Vlady, que aparece en la ciudad como una corista
llamada Chantal en un espectáculo de varietés, maravillando a Jordan que la ve
como espectador y acude al camerino marchándose juntos, en un auténtico flechazo,
para convertirse en pareja y trabajar ella en la sala de proyección como
acomodadora. Su atractivo sexual será clave para acabar de unir al tercer
personaje ya que Luigi entra a trabajar como proyeccionista en principio para
estar cerca de Chantal, aunque luego se enamora más del medio cinematográfico.
Lo primero que se ve en la película
son unos operarios retirando las letras de la fachada del cine y luego se
estructura en flash backs, en color y blanco y negro según el punto de vista de
la narración, introduciendo también momentos de películas que se exhiben en la
sala como La gran guerra, Fresas Salvajes, La escapada o Amarcord entre
otras. Y, en un final bonito pero utópico, se recrea el final de otra película
de la que también se han exhibido sus últimos minutos y que es ¡Qué bello es
vivir!.
Splendor es una bonita y
emotiva película, sobre la cinefilia y la exhibición cinematográfica, empezando
por sus inestables inicios, su esplendor, su decadencia y su desaparición en la
mayoría de los núcleos urbanos salvo grandes ciudades. Buena mano narrativa de Scola, buena banda sonora
de Armando Trovajoli y grandes interpretaciones.