Robert Aldrich se encontraba en
plena forma en 1970 y, tres años más tarde de dirigir Doce del patíbulo,
nos regaló otra estupenda película bélica titulada Too Late the Hero que,
aquí en España, adoptó el título de Comando en el mar de China.
Una isla del sudeste asiático
está, en la primavera de 1942, dividida en la zona norte controlada por los
japoneses y la sur donde están instalados los británicos. Se prepara una misión
de los británicos para, atravesando la jungla y dirigiéndose al norte, dar un
mensaje desde la estación de radio japonesa para confundir el movimiento de
tropas niponas. Al no disponer de gente que hable japonés, el teniente
americano Sam Lawson (Clift Robertson) es asignado a unirse a los británicos
entre los que destacan, entre otros, un incompetente capitán llamado Hornsbyd (Denholm Elliot) y, sobre todo, el cínico soldado
Hearne (Michael Caine).
Después de que el comando
llegue, tras algunos encontronazos con los nipones, a la estación de radio, Hornsbyd
cambia los planes y, además de dar el mensaje en japonés, pretende destruir dicha
estación. Este cambio arbitrario de los planes hace que Lawson se niegue a seguir
las órdenes y, mientras Hornsbyd llega a la torre principal de la estación, se
produce un enfrentamiento con los japoneses y todas las instalaciones quedan
destruidas, perdiendo la vida el capitán Hornsbyd.
Mientras los supervivientes del
comando empiezan a replegarse para volver a su base descubren, de manera
accidental, que hay un aeropuerto en el norte de la isla, cosa desconocida para
el mando aliado. A partir de ahí, será vital volver pronto a la base para
avisar de este hecho y evitar que aviones japoneses ataquen un convoy de barcos
estadounidenses. Pero un gran contingente enemigo les acecha y el mando
japonés, al frente del cual está el mayor Yamaguchi (Ken Takakura) y a través
de un sistema de megafonía, les incita a rendirse con la promesa de salvar la
vida mientras están prácticamente cercados por los nipones. Algunos integrantes
del comando son receptivos y se rinden con la esperanza de salvar la vida desechando
la necesidad de proporcionar la información sobre el aeropuerto, pero Hearne y
Lawson no se rinden. Finalmente, el teniente americano y el soldado inglés
llegarán al límite de un campo abierto en el que se está a tiro de los
japoneses pero, al final y cuando ya no se está bajo el fuego enemigo, se halla
la base británica. Ambos deciden avanzar en zigzag, uno hace zig, y él otro
hace zag, intentando llegar a la base bajo el fuego de los japoneses.
Por un lado, como película
bélica de acción, la cinta resulta estupenda, muy entretenida, bien explicada
la situación de los contendientes y como se mueven a lo largo de la isla para
lograr sus objetivos militares.
Pero, además, Aldrich, que
junto a Robert Sherman es autor de la historia que da pie al guion, nos regala,
a través de la descripción psicológica de los personajes, una muestra de la
naturaleza humana enfrentada a una situación bélica cuando no hay ganas de combatir
y se obedecen las órdenes por hallarse en la maquinaria de un ejército sin ningún entusiasmo. Así, Lawson no quiere luchar en primera línea
sino, aprovechando sus conocimientos de japonés, estar en labores de
interceptación de comunicaciones a salvo de peligros y llevando una buena vida
tal como se ve en el inicio del filme, pero el capitán Nolan (Henry Fonda) le
amenazará con degradar su posición en el ejército si no acepta integrarse en
esa misión bajo mando británico.
Entre los soldados ingleses, el
protagonista es Hearne que, recordando un poco al John Cassavettes de Doce
del patíbulo, es un impertinente, criticón y cínico soldado, nada entusiasta
ante el esfuerzo bélico. En el momento en que, por no fiarse de los japoneses,
se halla ya solo con Lawson, una vez los demás soldados supervivientes se han
entregado al enemigo, le propondrá al americano dirigirse al norte de la isla,
esperar allí unos días a que la comunicación del aeropuerto ya no tenga
importancia y regresar luego a la base británica sin la presión de los japoneses.
Lawson, con un sentido del deber más acorde con un oficial, no aceptará y, a
punta de pistola, le obligará a seguirle para aproximarse a la base aliada iniciando
ambos la carrera bajo el fuego nipón. Hearne podría quedar como un héroe, pero
su heroísmo es impostado y cuántas acciones similares no debieron ocurrir en
ese y otros conflictos bélicos.
Así pues, Aldrich no es
complaciente describiendo cómo son y actúan los soldados aliados pues, además
de los personajes principales, vemos como otros soldados rematan a víctimas que
ya se han rendido, roban objetos de valor a los cadáveres o desobedecen las
instrucciones de los superiores, empezando por el capitán Hornsbyd en el ataque
a la estación de radio. En cambio, y acostumbrados a ver películas en que los
militares japoneses eran deshumanizados, aquí el mayor Yamaguchi somete a
presión psicológica a los soldados aliados a través de la megafonía, pero afirma
que va a ejecutar a los prisioneros que se han rendido para incitar a Hearne y
Lawson a rendirse pero, en el fondo, y a pesar de que efectúa unos disparos, se
trata de una simulación.
Otro activo importante de la
película es contar con un buen reparto, destacando un buen Clift Robertson y un sobresaliente
Michael Caine en uno de los papeles que más me han gustado de este gran actor londinense,
ya nonagenario.
Comando en el mar de China es
una gran película bélica que ya engancha desde los títulos de créditos, con la
música de Gerald Fried, mientras se superponen unas banderas estadounidense,
británica y japonesa que se van deshilachando y convirtiendo en jirones a
medida que pasan los títulos.
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