miércoles, 21 de agosto de 2024

COMANDO EN EL MAR DE CHINA

 

Robert Aldrich se encontraba en plena forma en 1970 y, tres años más tarde de dirigir Doce del patíbulo, nos regaló otra estupenda película bélica titulada Too Late the Hero que, aquí en España, adoptó el título de Comando en el mar de China.

Una isla del sudeste asiático está, en la primavera de 1942, dividida en la zona norte controlada por los japoneses y la sur donde están instalados los británicos. Se prepara una misión de los británicos para, atravesando la jungla y dirigiéndose al norte, dar un mensaje desde la estación de radio japonesa para confundir el movimiento de tropas niponas. Al no disponer de gente que hable japonés, el teniente americano Sam Lawson (Clift Robertson) es asignado a unirse a los británicos entre los que destacan, entre otros, un incompetente capitán llamado Hornsbyd (Denholm Elliot) y, sobre todo, el cínico soldado Hearne (Michael Caine).

Después de que el comando llegue, tras algunos encontronazos con los nipones, a la estación de radio, Hornsbyd cambia los planes y, además de dar el mensaje en japonés, pretende destruir dicha estación. Este cambio arbitrario de los planes hace que Lawson se niegue a seguir las órdenes y, mientras Hornsbyd llega a la torre principal de la estación, se produce un enfrentamiento con los japoneses y todas las instalaciones quedan destruidas, perdiendo la vida el capitán Hornsbyd.

Mientras los supervivientes del comando empiezan a replegarse para volver a su base descubren, de manera accidental, que hay un aeropuerto en el norte de la isla, cosa desconocida para el mando aliado. A partir de ahí, será vital volver pronto a la base para avisar de este hecho y evitar que aviones japoneses ataquen un convoy de barcos estadounidenses. Pero un gran contingente enemigo les acecha y el mando japonés, al frente del cual está el mayor Yamaguchi (Ken Takakura) y a través de un sistema de megafonía, les incita a rendirse con la promesa de salvar la vida mientras están prácticamente cercados por los nipones. Algunos integrantes del comando son receptivos y se rinden con la esperanza de salvar la vida desechando la necesidad de proporcionar la información sobre el aeropuerto, pero Hearne y Lawson no se rinden. Finalmente, el teniente americano y el soldado inglés llegarán al límite de un campo abierto en el que se está a tiro de los japoneses pero, al final y cuando ya no se está bajo el fuego enemigo, se halla la base británica. Ambos deciden avanzar en zigzag, uno hace zig, y él otro hace zag, intentando llegar a la base bajo el fuego de los japoneses.

Por un lado, como película bélica de acción, la cinta resulta estupenda, muy entretenida, bien explicada la situación de los contendientes y como se mueven a lo largo de la isla para lograr sus objetivos militares.

Pero, además, Aldrich, que junto a Robert Sherman es autor de la historia que da pie al guion, nos regala, a través de la descripción psicológica de los personajes, una muestra de la naturaleza humana enfrentada a una situación bélica cuando no hay ganas de combatir y se obedecen las órdenes por hallarse en la maquinaria de un ejército sin ningún entusiasmo. Así, Lawson no quiere luchar en primera línea sino, aprovechando sus conocimientos de japonés, estar en labores de interceptación de comunicaciones a salvo de peligros y llevando una buena vida tal como se ve en el inicio del filme, pero el capitán Nolan (Henry Fonda) le amenazará con degradar su posición en el ejército si no acepta integrarse en esa misión bajo mando británico.

Entre los soldados ingleses, el protagonista es Hearne que, recordando un poco al John Cassavettes de Doce del patíbulo, es un impertinente, criticón y cínico soldado, nada entusiasta ante el esfuerzo bélico. En el momento en que, por no fiarse de los japoneses, se halla ya solo con Lawson, una vez los demás soldados supervivientes se han entregado al enemigo, le propondrá al americano dirigirse al norte de la isla, esperar allí unos días a que la comunicación del aeropuerto ya no tenga importancia y regresar luego a la base británica sin la presión de los japoneses. Lawson, con un sentido del deber más acorde con un oficial, no aceptará y, a punta de pistola, le obligará a seguirle para aproximarse a la base aliada iniciando ambos la carrera bajo el fuego nipón. Hearne podría quedar como un héroe, pero su heroísmo es impostado y cuántas acciones similares no debieron ocurrir en ese y otros conflictos bélicos.

Así pues, Aldrich no es complaciente describiendo cómo son y actúan los soldados aliados pues, además de los personajes principales, vemos como otros soldados rematan a víctimas que ya se han rendido, roban objetos de valor a los cadáveres o desobedecen las instrucciones de los superiores, empezando por el capitán Hornsbyd en el ataque a la estación de radio. En cambio, y acostumbrados a ver películas en que los militares japoneses eran deshumanizados, aquí el mayor Yamaguchi somete a presión psicológica a los soldados aliados a través de la megafonía, pero afirma que va a ejecutar a los prisioneros que se han rendido para incitar a Hearne y Lawson a rendirse pero, en el fondo, y a pesar de que efectúa unos disparos, se trata de una simulación.

Otro activo importante de la película es contar con un buen reparto, destacando un buen Clift Robertson y un sobresaliente Michael Caine en uno de los papeles que más me han gustado de este gran actor londinense, ya nonagenario.

Comando en el mar de China es una gran película bélica que ya engancha desde los títulos de créditos, con la música de Gerald Fried, mientras se superponen unas banderas estadounidense, británica y japonesa que se van deshilachando y convirtiendo en jirones a medida que  pasan los títulos. 

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