Otto Preminger adaptó una novela de Françoise Sagan al rodar, en 1958, Bonjour tristesse. Combinó el blanco y negro con el que está rodado el principio y final de la película, que sucede de París, mientras utiliza una fotografía en color que acentúa la luminosidad de la Costa Azul en la parte, casi toda la película, en la que propiamente se cuenta la historia de Cécile (Jean Seberg), una adolescente fuertemente unida a su padre, un hombre de buena posición social llamado Raymond (David Niven) que es un mujeriego empedernido que cambia continuamente de novia, todas mucho más jóvenes que él. Mientras padre e hija veranean en la Costa Azul, junto a Elsa, una de las ocasionales novias, se presenta una mujer llamada Anne (Deborah Kerr) que fue amiga de la difunta madre de Cécile. Enseguida advertimos que Anne está enamorada de Raymond el cual, finalmente, sienta la cabeza y empiezan a hacer planes de boda que no son bien recibidos por Cécile, la cual urdirá un sucio montaje, utilizando a Elsa y a un chico un poco mayor que ella con el que tiene una relación, para quebrantar la fidelidad de Raymond hacia Anne, desencadenándose posteriormente la tragedia.
La película empieza con unos títulos de crédito muy bien hechos por el maestro Saul Bass y tiene en sus actores al gran activo de la película. Los tres están muy bien, Seberg como tardo adolescente malcriada y celosa que una mujer pueda tener una relación seria con su padre, Niven como un hombre fundamentalmente frívolo e irresponsable; y Kerr como una mujer de moral convencional, que intenta ejercer un papel maternal sobre Seberg limitando la libertad con la que transige su padre y que no puede ser capaz de asimilar una traición de Raymond.
A pesar de ese gran elenco y que Preminger es un director solvente, la película me ha transmitido una cierta frialdad. Me gustan más los melodramas que tengan un punto excesivo, como los de Douglas Sirk o del tipo Qué el cielo la juzgue. Veo esta película de Preminger como demasiado contenida. No obstante, una película de ese período clásico siempre es más estimulante que el 90% de lo que se hace ahora.
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