Murieron con las botas
puestas (1941) es, pese a su nulo valor histórico como biopic del general
George Armstrong Custer, una película magnífica y uno de los hitos que marcaron
Raoul Walsh y Errol Flynn en su fecunda colaboración, siendo esta la primera
vez que trabajaban juntos.
El ritmo endiablado que da
Walsh al filme hace que se pase muy rápido un metraje que supera las dos horas
hasta llegar a, oficialmente, 138 minutos. Se nota como Walsh venía del cine
mudo y con pocas tomas muestra una escena de acción de la Guerra Civil; o bien,
en clave de comedia, capta la sorpresa e incomodidad mutua de Errol Flynn y el
padre de Olivia de Havilland cuando se reencuentran tras haberse conocido en un
bar en una escena de tensión. Todo ello contribuye a una película muy dinámica,
sin tiempos muertos en que la trama decaiga.
Aunque sin alcanzar la maestría
de Ford en mezclar géneros porque en eso el director de origen irlandés nacido
en Maine fue el mejor, aquí Walsh se maneja con mucha destreza en una película
con toques de comedia, de romanticismo con momentos intimistas, escenas de
acción, otras dedicadas a las operaciones militares, o incluso unas con
connotaciones políticas acerca de cómo Washington aborda las luchas contra los
indios. Una de las mejores escenas es, justamente, de cine político y es la despedida
caballerosa de los cadetes en West Point según se sitúan en uno u otro bando tras
el ataque a Fort Summer que da el pistoletazo al inicio de la guerra civil. En
definitiva, hay una mezcla de géneros que redunda en una gran película.
Si bien el personaje histórico
era muy controvertido, una de las virtudes de la película es hacer partícipe al
espectador que la gloria que supone una muerte heroica, en el marco de una
actitud guerrera noble, es imperecedera y digna de reconocimiento. Incluso el
malo de la película, interpretado por Arthur Kennedy, arrastrado a la fuerza
por Custer en la última expedición a Little Big Horn, muere convencido de ello
al ser tiroteado cuando está junto al general en el momento de la lucha final.
Errol Flynn no era un gran
actor, pero sí tenía mucho carisma con el que llenaba la pantalla y era muy
apto para películas de acción, con lo que su relación con Walsh fue muy
fructífera dando lugar a otros títulos que me parecen extraordinarios, como Objetivo
Birmania o Gentleman Jim. También cabe destacar una Olivia de
Havilland que luce más como actriz aquí que en la cercana en el tiempo Lo
que el viento se llevó.
Gran clásico de Walsh, un gran
maestro del cine de acción.
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