martes, 7 de enero de 2025

LA LOCURA DEL DÓLAR

 

La locura del dólar (1932) es otra película de Frank Capra que tiene lugar en su época más prolífica, a principios de la década de los treinta, anticipando temas que luego abordará en sus películas más conocidas. En concreto, esta película es, en gran medida, un borrador de ¡Qué bello es vivir!

Un banquero llamado Thomas Dickson (Walter Houston) sufre las presiones de la junta directiva del banco que le reprocha que dé créditos a gente no demasiado solvente, según los criterios de los miembros de la junta. Dickson mantiene una política de lo que ahora llamaríamos banca ética (si es que el oxímoron es posible en el mundo real ajeno a las películas de Capra), ofreciendo créditos a gente emprendedora y que sufre las consecuencias de la Gran Depresión con lo que no podrían tirar adelante sin esas líneas de crédito, empeorando la recesión económica del país al aumentar el paro y las empresas cerradas.

La parte folletinesca de la historia viene dada porque un empleado llamado Cyril Cluett tiene una deuda de juego de 50.000 dólares y unos gánsteres le proponen dar un golpe en el banco para cobrarse la deuda. Cluett programa la abertura de la caja de seguridad del banco para una hora de la madrugada sin que lo advierta el encargado del cierre, un buen hombre llamado Matt Brown (Pat O’Brien). Cluett prepara una coartada y es estar con la mujer de Dickson, una señora con la que tontea al verse ella desatendida por un marido demasiado volcado en su trabajo de banquero. Brown, leal a Dickson, se presenta en casa de Cluett para recriminar su actuación en la madrugada del atraco en el que, de manera trágica, muere un empleado de seguridad. Una vez se descubre el robo, Brown es el principal sospechoso por ser el encargado de programar los cierres de caja y, por no defraudar a Dickson, no quiere revelar dónde estuvo la noche del atraco con lo que se queda sin coartada.

Todo esto sirve para que Capra haga subir la intensidad de la película en el momento en que rueda un pánico bancario que estalla al hacerse público el atraco, con centenares de personas personándose en el banco para retirar sus depósitos. La junta directiva aprieta las tuercas a Dickson para hacerse con el control del banco y éste defiende la inocencia de Brown al mismo tiempo que intenta salvar el banco. En ese momento, conoce el origen del robo y lo que parece, aunque no lo llegó a ser, una infidelidad de su mujer. A pesar de su carácter firme y decidido, queda destrozado y al borde del suicidio. Entonces Brown, una vez acreditada su inocencia, hace la misma función que Mary Bailey en ¡Qué bello es vivir! llamando a gente amiga de Dickson. La gente movilizada por Brown empieza a llegar para depositar dinero en un banco en el que hay colas de otra gente que quiere sacar los depósitos. La confianza que dan los primeros aborta el pánico bancario, incluso cambia a constructiva la actitud de la junta directiva y la llegada de la mujer de Dickson reconduce la situación amorosa del protagonista en un happy end.

Con guion de Robert Riskin, la película va de menos a más y Capra consigue que sea muy intensa desde el momento en que se desata el pánico bancario. Son unos últimos 20 o 25 minutos filmados con un ritmo y convicción que traspasan la pantalla habiendo disfrutado mucho al seguirlos. Hay un hombre que parece derrotado y es salvado por la acción de otros hombres, que le devuelven la confianza que el primero les dio. No está filmado de una manera tan emotiva como en el posterior filme protagonizado por James Stewart, ni tiene el peso de un filme tan bien rodado como aquel con aquellos personajes secundarios tan bien trazados que tienen todos su historia en pocas escenas, pero la intensidad es notable y hace que esta película sea un trabajo muy bueno de Capra.  

Un notable esbozo de ¡Qué bello es vivir!

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