La locura del dólar
(1932) es otra película de Frank Capra que tiene lugar en su época más
prolífica, a principios de la década de los treinta, anticipando temas que
luego abordará en sus películas más conocidas. En concreto, esta película es,
en gran medida, un borrador de ¡Qué bello es vivir!
Un banquero llamado Thomas
Dickson (Walter Houston) sufre las presiones de la junta directiva del banco
que le reprocha que dé créditos a gente no demasiado solvente, según los
criterios de los miembros de la junta. Dickson mantiene una política de lo que
ahora llamaríamos banca ética (si es que el oxímoron es posible en el mundo
real ajeno a las películas de Capra), ofreciendo créditos a gente emprendedora
y que sufre las consecuencias de la Gran Depresión con lo que no podrían tirar
adelante sin esas líneas de crédito, empeorando la recesión económica del país
al aumentar el paro y las empresas cerradas.
La parte folletinesca de la
historia viene dada porque un empleado llamado Cyril Cluett tiene una deuda de
juego de 50.000 dólares y unos gánsteres le proponen dar un golpe en el banco
para cobrarse la deuda. Cluett programa la abertura de la caja de seguridad del
banco para una hora de la madrugada sin que lo advierta el encargado del
cierre, un buen hombre llamado Matt Brown (Pat O’Brien). Cluett prepara una
coartada y es estar con la mujer de Dickson, una señora con la que tontea al
verse ella desatendida por un marido demasiado volcado en su trabajo de
banquero. Brown, leal a Dickson, se presenta en casa de Cluett para recriminar
su actuación en la madrugada del atraco en el que, de manera trágica, muere un
empleado de seguridad. Una vez se descubre el robo, Brown es el principal
sospechoso por ser el encargado de programar los cierres de caja y, por no
defraudar a Dickson, no quiere revelar dónde estuvo la noche del atraco con lo
que se queda sin coartada.
Todo esto sirve para que Capra
haga subir la intensidad de la película en el momento en que rueda un pánico
bancario que estalla al hacerse público el atraco, con centenares de personas
personándose en el banco para retirar sus depósitos. La junta directiva aprieta
las tuercas a Dickson para hacerse con el control del banco y éste defiende la
inocencia de Brown al mismo tiempo que intenta salvar el banco. En ese momento,
conoce el origen del robo y lo que parece, aunque no lo llegó a ser, una
infidelidad de su mujer. A pesar de su carácter firme y decidido, queda
destrozado y al borde del suicidio. Entonces Brown, una vez acreditada su
inocencia, hace la misma función que Mary Bailey en ¡Qué bello es vivir!
llamando a gente amiga de Dickson. La gente movilizada por Brown empieza a
llegar para depositar dinero en un banco en el que hay colas de otra gente que
quiere sacar los depósitos. La confianza que dan los primeros aborta el pánico
bancario, incluso cambia a constructiva la actitud de la junta directiva y la
llegada de la mujer de Dickson reconduce la situación amorosa del protagonista
en un happy end.
Con guion de Robert Riskin, la
película va de menos a más y Capra consigue que sea muy intensa desde el
momento en que se desata el pánico bancario. Son unos últimos 20 o 25 minutos
filmados con un ritmo y convicción que traspasan la pantalla habiendo
disfrutado mucho al seguirlos. Hay un hombre que parece derrotado y es salvado
por la acción de otros hombres, que le devuelven la confianza que el primero
les dio. No está filmado de una manera tan emotiva como en el posterior filme
protagonizado por James Stewart, ni tiene el peso de un filme tan bien rodado
como aquel con aquellos personajes secundarios tan bien trazados que tienen
todos su historia en pocas escenas, pero la intensidad es notable y hace que
esta película sea un trabajo muy bueno de Capra.
Un notable esbozo de ¡Qué
bello es vivir!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.