Había visto El cowboy de
medianoche (1969) hace más de treinta años y recupero la película de John
Schlesinger, que dio a conocer a Jon Voight y contó con el ya afianzado Dustin
Hoffman, que el año anterior había rodado El graduado.
Voight da vida a Joe Buck, un lavaplatos
en un perdido lugar de Texas que se traslada a Nueva York pensando que puede
vivir de las mujeres convirtiéndose en gigolo al tener una planta magnífica y
vestir al modo del Oeste, con camisas llamativas con flecos tipo Buffalo Bill,
pantalones ajustados y botas. Pronto aprenderá que eso no es tan fácil, así
como que debe cobrar por anticipado porque una mujer (Silvia Myles) no le paga
y luego, en un momento ya de apuro, un joven homosexual tampoco le abona el
servicio. Luego conoce a Rizzo, un timador tuberculoso, lisiado y que, aunque
al principio le engaña, luego su relación se convierte en una amistad que es el
verdadero centro de la película. Ambos malvivirán en un bloque de apartamentos
deshabitados ya que están pendientes de derribo hasta que, con el dinero que
Buck obtiene tras golpear a un hombre que le había llevado a un hotel, cojan un
autobús rumbo a Florida que es el sitio soñado por Rizzo, un hombre encogido
por su tos en las nevadas calles de Manhattan.
Es una película cruda, dura,
ácida y desesperanzada, que no ha perdido actualidad porque en los espacios
urbanos de Estados Unidos, así como de Europa, sigue habiendo un importante
número de personas vulnerables y desarraigadas. A pesar del ímpetu y optimismo
con el que llega a Nueva York, en poco tiempo Buck pasa a ser un indigente, un sintecho
como los que sigue habiendo en las ciudades americanas según hemos podido ver
en reportajes sobre la gente adicta al fentanilo. El sueño americano se evapora
siendo uno de los dos protagonistas un tipo de aspecto lozano, a priori alguien
que no debería acabar malviviendo de ocupa en un espacio de lamentable
insalubridad junto a un Rizzo que aparece como un deshecho de la sociedad,
tullido y enfermo crónico.
El cowboy de medianoche anticipa
lo que en los setenta serán películas más duras sobre la realidad americana,
como las que harán Scorsese y Schrader, concluyendo una década, la de los
sesenta, en la que Hollywood no había retratado muchos personajes marginales en
espacios urbanos degradados. La ciudad de Nueva York aparece amenazante e inhóspita
y más lo estaría, en la década siguiente, con Travis y Sport deambulando por
sus calles. Al lado de estos personajes de la película de Scorsese, incluso los
protagonistas de El cowboy de medianoche parecen blandos. Clasificada X
en su momento, el tiempo la ha superado en ese aspecto y podría ser mucho más
cruda y explícita, así como explorar una relación más íntima entre los
protagonistas.
Famosa por su canción Everrybody’s
talking, ganadora en su momento del Óscar a la mejor película, bien
interpretada por Voight y Hoffmann, sigue siendo una película apreciable e
interesante vista hoy.
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