martes, 5 de noviembre de 2024

HARAKIRI

 

Corren malos tiempos para los samuráis que han quedado en el bando de los perdedores tras unas guerras civiles entre shogunes en el Japón del siglo XVII. Se ven condenados a la indigencia e incluso a acudir a clanes para simular que se harán el harakiri y despertar la compasión para que los disuadan y les den una limosna. Un joven samurái llamado Motome, con un hijo de corta edad gravemente enfermo, acude al clan Iyi con esa idea. Ni siquiera lleva sus espadas que ha tenido que vender para atender las necesidades de su familia y lo que porta son espadas de bambú. El clan Iyi, para disuadir a otros samuráis que vayan con la misma intención y dar ejemplo, fuerza a Motome a practicarse el harakiri a pesar de las súplicas de joven samurái, que no quiere morir dejando desamparada a su familia. Es obligado a abrirse el vientre y luego es decapitado, siguiendo los ritos marcados por el bushido. Hay tres hombres que han tenido un papel destacado en la manera de tratar al joven samurái, de manera humillante y cruel, cosa que luego les acarreará consecuencias.

Pero todo esto se refiere en sucesivos flashes backs. La película, rodada en 1962, empieza con un samurái más entrado en años llamado Hanshiro, también del bando de los perdedores, que entra en el mismo recinto con el mismo objetivo que Motome. El regente del can Iyi, Kageyu, le explica el antecedente con el joven samurái en unos primeros flashes backs, pero él explica que sí está dispuesto a hacerse el harakiri si bien solicita que antes sea escuchado. Narrará entonces en otros flashes backs la historia de Motome, que conoce de primera mano porque era su yerno y una especie de hijo adoptivo. Narrará las penurias de Motome al tener a un hijo gravemente enfermo, cosa que propició la venta de las espadas y acudir al clan Iyi para simular querer hacerse el harakiri a cambio de ganar una limosna. Pero, además, añadirá como, después de perder a su hija y su nieta, ha buscado a los tres hombres del clan Iyi que le trajeron el cuerpo de su yerno y les ha cortado la coleta, la máxima humillación que puede sufrir un samurái. Tras conocer la humillación que ha sufrido gente de su Clan, viendo como Hanshiro le arroja las tres coletas, Kageyu ya no está interesado en que el samurái se haga el harakiri, sino que da orden de asesinarlo a sangre fría negándole el ritual. Se produce una desigual lucha entre Hanshiro y tres o cuatro decenas de enemigos, por diversas dependencias del edificio, hasta que caiga exhausto y herido, acelerando el final de su vida haciéndose el harakiri

Kageyu dará orden de borrar toda la historia del samurái, que no quedé rastro ni de la humillación de haber cortado la coleta a tres hombres de su clan, así como de los muertos y heridos que causó con su lucha desesperada. En un libro en el que se registran los sucesos del dominio, figurará que un samurái vino a pedir hacerse el harakiri, se lo hizo y nada más.

Tal como pasaba en su monumental trilogía La condición humana, Masaki Kobayashi incide en temas con el antimilitarismo y nos da una lección sobre humanismo. Si allí encontrábamos una crítica al imperialismo del Japón en la época de la II Guerra Mundial, muy atrevida pues solo habían pasado unos quince años desde el final del conflicto, aquí nos traslada al siglo XVII para mostrarnos la impiedad de los miembros del clan Yli que provoca la tragedia del joven samurái, obligado a practicarse el ritual siendo más asesinado que otra cosa. Luego está el estúpido orgullo del regente del clan, dispuesto a ocultar tanto el comportamiento de sus hombres como que luego fueran humillados por Hanshiro. La intransigencia ante el sufrimiento de Kageyu y la manera soberbia de proteger el honor de su clan choca con la observación plena de humanismo que dice Hanshiro hacia el final de la película cuando ya lo ha explicado todo: Incluso el más valiente de los samuráis no deja de ser en el fondo un ser humano. Una reivindicación del ser humano, y como cubrir sus necesidades más primarias, por encima de la política, conflictos y servidumbres. Kobayashi muestra respeto por la figura del samurái y su liturgia, filma con solemnidad la manera de proceder de Hanshiro, pero su mirada, como en La condición humana, es que el individuo está por encima de los férreos códigos del poder político y sus brazos armados.

Kobayashi filma de manera sobria, en una espectacular fotografía en blanco y negro, un guion perfecto al que ni le sobre ni falta nada. La película se inicia de manera espléndida, pero es que va creciendo en intensidad hasta el final cuando, abandonando el escenario teatral en el que han tenido lugar los diálogos hasta entonces, se pasa a una lucha por todo el palacio a modo de coreografía donde emerge la obstinada resistencia del héroe contra todo un ejército, dignificando el recuerdo de sus seres queridos. Y Kobayashi ha hecho que su lucha sea la nuestra, desearíamos su supervivencia frente a una maquinaria estatal, ciega y estúpida, que le supera en un número abrumador.

Si en las películas de Ford, cuando los hechos se convertían en leyenda, ésta se imprimía; en Harakiri tenemos el planteamiento contrario, unos hechos gloriosos y heroicos como son los protagonizados por Hanshiro quedan ocultos en la historia oficial del sogunato. Pero tenemos a este humanista para rescatarlos y darnos otra lección de cine.

 

 

 

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