El arpa birmana, de Kon
Ichikawa, es un bello filme antibelicista, recortado a 115 minutos para su
lanzamiento internacional, aunque la versión de su director era de más de 140
minutos.
Un pelotón del ejército japonés
se repliega en el verano de 1945 a lo largo de Birmania y es cercado por un
destacamento británico. Cuando ambos bandos empiezan a cantar las mismas
canciones y los japoneses, estando rodeados, no son atacados empiezan a comprender
que la guerra ha terminado. En ese pelotón destaca el capitán Inouye y el
soldado Mizushima, un gran intérprete del arpa, que embelesa a sus compañeros
con la música que toca al llevar consigo ese instrumento musical.
Los soldados nipones se rinden
hastiados de tanta guerra, pero los británicos les dicen que hay un
destacamento aislado en una cueva que se niegan a rendirse. Designan a
Mizushima para que, en media hora, convenza a los resistentes que es inútil
seguir, que la guerra ha terminado y han de deponer las armas. En la cueva,
Mizushima se encuentra con unos soldados que tienen una actitud totalmente contraria
a la de su pelotón. Están fanatizados, creen que es una deshonra rendirse al
enemigo y están más preocupados por el orgullo nacional que por la
reconstrucción de Japón. Se agota el tiempo del ultimátum y, cuando Mizushima
intenta izar una bandera blanca usando su arpa ante la oposición de los demás
soldados, la cueva es atacada, se produce una masacre y solo Mizushima salva la
vida, aunque queda malherido.
Mizushima sobrevive gracias a
un monje budista y, más tarde, se rapa la cabeza, adopta los vestidos de un monje
y empieza un viaje con el objetivo de enterrar a los cadáveres de soldados
japoneses. Pasa por un puente donde están sus compañeros, ahora internados en
un campo británico, no descubriendo su identidad, con su figura de monje y un
loro colgado en el hombro que luego llega a manos de sus compañeros y actúa de
correa de transmisión. La aparición del loro, su vinculación con Mizushima y
sus compañeros, es un detalle de la ternura que se establece entre ellos pues ellos
anhelan su vuelta.
El Capitán Inouye y sus hombres
se preguntan qué pasó y se aferran a la creencia de que Mizushima aún vive. Gracias
a una anciana con la que comercian y a un niño al que oyen tocar el arpa y
comprenden que su maestro para tocar el instrumento ha sido Mizushima, éste y
sus compañeros llegan a estar muy cerca, hay un momento en que toca el arpa y
sus compañeros cantan, pero no se llega a establecer un contacto al requerir
los británicos que los prisioneros vuelvan a sus ocupaciones.
Finalmente, llega la orden de
repatriación a Japón y Mizushima hace llegar una carta al capitán Inouye.
Cuando están en el barco que los lleva de regreso a su patria, el capitán lee
en voz alta la carta a sus hombres. Mizushima quiere volver a Japón pero, por
el momento, no puede. No comprende el horror que se ha desatado en el conflicto
bélico y quiere quedarse para honrar a los muertos caídos en el campo de
batalla, además de seguir meditando intentando comprender el sentido de todo lo
vivido.
Ichikawa muestra una gran sensibilidad
en los detalles de su realización. Por ejemplo fija la atención en Mizushima recogiendo
la foto de un soldado muerto con su hijo; o se escuchan sus palabras de
despedida a través del capitán con un bello plano sobre el océano; o armoniza
las canciones y música que interpretan los soldados y que, en ocasiones, incluyen
a soldados británicos.
No es un filme antibelicista en
el que se muestren excesos cometidos por militares. Ni los militares británicos
que aparecen, ni los compañeros de Mizushima, cometen ninguna atrocidad y
parecen gente normal, aprisionada por la guerra. Sin mostrar comportamientos
deleznables de militares nipones, sí aparecen en la escena de la cueva una
muestra de soldados belicosos con ánimo de resistir y ultranacionalistas. Pero,
en general, abundan los buenos sentimientos en los protagonistas lo que puede chocar
en un marco bélico tan duro como fue la guerra en el Pacífico. No obstante, Ichikawa
no nos ahorra el dolor con esos cuerpos descompuestos en medio de la jungla que
encuentra Mizushima y su propósito de dar digna sepultura a esos hombres
arrastrados a la sinrazón de la guerra.
La belleza de la película no ha
de quedar empañada por no mostrar las atrocidades de los japoneses en Birmania
que fueron, como en todos los territorios que ocuparon, numerosas. Se trata de
una fábula sobre el horror de la guerra, su imposibilidad de asumirla racionalmente,
filmada con gran emotividad y encanto.
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