miércoles, 13 de noviembre de 2024

EL ARPA BIRMANA

 

El arpa birmana, de Kon Ichikawa, es un bello filme antibelicista, recortado a 115 minutos para su lanzamiento internacional, aunque la versión de su director era de más de 140 minutos.

Un pelotón del ejército japonés se repliega en el verano de 1945 a lo largo de Birmania y es cercado por un destacamento británico. Cuando ambos bandos empiezan a cantar las mismas canciones y los japoneses, estando rodeados, no son atacados empiezan a comprender que la guerra ha terminado. En ese pelotón destaca el capitán Inouye y el soldado Mizushima, un gran intérprete del arpa, que embelesa a sus compañeros con la música que toca al llevar consigo ese instrumento musical.

Los soldados nipones se rinden hastiados de tanta guerra, pero los británicos les dicen que hay un destacamento aislado en una cueva que se niegan a rendirse. Designan a Mizushima para que, en media hora, convenza a los resistentes que es inútil seguir, que la guerra ha terminado y han de deponer las armas. En la cueva, Mizushima se encuentra con unos soldados que tienen una actitud totalmente contraria a la de su pelotón. Están fanatizados, creen que es una deshonra rendirse al enemigo y están más preocupados por el orgullo nacional que por la reconstrucción de Japón. Se agota el tiempo del ultimátum y, cuando Mizushima intenta izar una bandera blanca usando su arpa ante la oposición de los demás soldados, la cueva es atacada, se produce una masacre y solo Mizushima salva la vida, aunque queda malherido.

Mizushima sobrevive gracias a un monje budista y, más tarde, se rapa la cabeza, adopta los vestidos de un monje y empieza un viaje con el objetivo de enterrar a los cadáveres de soldados japoneses. Pasa por un puente donde están sus compañeros, ahora internados en un campo británico, no descubriendo su identidad, con su figura de monje y un loro colgado en el hombro que luego llega a manos de sus compañeros y actúa de correa de transmisión. La aparición del loro, su vinculación con Mizushima y sus compañeros, es un detalle de la ternura que se establece entre ellos pues ellos anhelan su vuelta.

El Capitán Inouye y sus hombres se preguntan qué pasó y se aferran a la creencia de que Mizushima aún vive. Gracias a una anciana con la que comercian y a un niño al que oyen tocar el arpa y comprenden que su maestro para tocar el instrumento ha sido Mizushima, éste y sus compañeros llegan a estar muy cerca, hay un momento en que toca el arpa y sus compañeros cantan, pero no se llega a establecer un contacto al requerir los británicos que los prisioneros vuelvan a sus ocupaciones.

Finalmente, llega la orden de repatriación a Japón y Mizushima hace llegar una carta al capitán Inouye. Cuando están en el barco que los lleva de regreso a su patria, el capitán lee en voz alta la carta a sus hombres. Mizushima quiere volver a Japón pero, por el momento, no puede. No comprende el horror que se ha desatado en el conflicto bélico y quiere quedarse para honrar a los muertos caídos en el campo de batalla, además de seguir meditando intentando comprender el sentido de todo lo vivido.

Ichikawa muestra una gran sensibilidad en los detalles de su realización. Por ejemplo fija la atención en Mizushima recogiendo la foto de un soldado muerto con su hijo; o se escuchan sus palabras de despedida a través del capitán con un bello plano sobre el océano; o armoniza las canciones y música que interpretan los soldados y que, en ocasiones, incluyen a soldados británicos.

No es un filme antibelicista en el que se muestren excesos cometidos por militares. Ni los militares británicos que aparecen, ni los compañeros de Mizushima, cometen ninguna atrocidad y parecen gente normal, aprisionada por la guerra. Sin mostrar comportamientos deleznables de militares nipones, sí aparecen en la escena de la cueva una muestra de soldados belicosos con ánimo de resistir y ultranacionalistas. Pero, en general, abundan los buenos sentimientos en los protagonistas lo que puede chocar en un marco bélico tan duro como fue la guerra en el Pacífico. No obstante, Ichikawa no nos ahorra el dolor con esos cuerpos descompuestos en medio de la jungla que encuentra Mizushima y su propósito de dar digna sepultura a esos hombres arrastrados a la sinrazón de la guerra.

La belleza de la película no ha de quedar empañada por no mostrar las atrocidades de los japoneses en Birmania que fueron, como en todos los territorios que ocuparon, numerosas. Se trata de una fábula sobre el horror de la guerra, su imposibilidad de asumirla racionalmente, filmada con gran emotividad y encanto.

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