La bahía de los ángeles
(1963) es la segunda película de Jacques Demy y fue interpretada por la gran
Jeanne Moreau y un actor, Claude Mann, que se prodigó poco en cine.
Jean Fournier es un joven
empleado de banca que es tentado por un compañero de trabajo sobre la posibilidad
de ganar dinero fácil apostando a la ruleta, cosa que el colega ha hecho a espaldas
de su mujer con buena y mala suerte. Le acompaña a un casino y allí aparece por
vez primera en la película Jackie, una atractiva mujer, que es expulsada por
haber hecho trampas y llama poderosamente la atracción de Jean.
En contra de los sabios consejos
de su padre, de oficio relojero, Jean decide ir de vacaciones a Niza con el
objetivo de jugar. No tardará en encontrar a Jackie, ludópata habitual de los
casinos, que ha arruinado su vida divorciándose de su marido y abandonando a su
hijo de tres años por el vicio irrefrenable de jugar. Ambos intimarán siempre con el juego como
motor que los une en los buenos momentos, cuando una buena racha hace que
lleguen a ir a jugar a Montecarlo alojándose en un hotel de lujo, como en los
malos, cuando son capaces de empeñar un reloj o pedir dinero a amigos y
familiares para seguir jugando. Mientras Jackie es una mujer que ama el juego,
Jean se ve atraído tanto con el juego como por la poderosa y seductora presencia
de Jackie. De vuelta a Niza tras perder todo lo que habían ganado en
Montecarlo, y en una situación límite de necesidad económica, Jean decide que
no puede seguir ese ritmo y le plantea a Jackie abandonar Niza para regresar a París.
Jackie le deja marchar mientras sigue en la mesa de la ruleta hasta que, como si
tuviera un interruptor en el cerebro, algo le hace cambiar súbitamente de opinión
alcanzando y abrazando a Jean fuera de la sala de juego.
La presencia de Moreau es
poderosísima y Demy la transforma, con un look de rubia oxigenada y vestida con
modelos de Pierre Cardin, en una auténtica belleza. Nunca estuvo más guapa y
seductora Moreau en una pantalla de cine y actúa como una fuerza magnética para
Jean, atraído tanto por la ruleta como por Jackie.
Ambos conforman una relación
autodestructiva en una película muy simple narrativamente, con casi todo el metraje
concentrado en los dos protagonistas a partir del cuarto de hora de película y mostrando
sus altibajos en el juego, con pocos diálogos y utilizando las imágenes para
mostrar el vértigo de los protagonistas por el juego y la fascinación de Jean por
Jackie. En el primer cuarto de hora sí aparecen unos escenarios grises y
urbanos, cuando Jean es tentado por su compañero para introducirse en el mundo
de la ruleta y, de rebote, conocer a Jackie; mientras en el resto de la
película destacan los exteriores, salvo cuando los protagonistas juegan en el
casino, con la luminosidad del Mediterráneo en el paseo marítimo
de Niza y en Montecarlo. Cabe remarcar, como en otros filmes de Demy, una banda
sonora magnífica de Michel Legrand.
El final me ha gustado mucho.
Todo apuntaba al final lógico en el que Jean, con un punto más de cordura o no
siendo absolutamente dependiente del juego, dejara el juego y ello supusiera la
ruptura con el personaje de Jackie que, además, le aventaja en unos diez años.
Pero, después de que, tal como filma Demy la película, hayamos empatizado tanto
con los personajes, en el fondo unos enfermos como todo aquel que tiene adicciones, nos complace el final rodado. Como dijo Godard, el cine es
el fraude más hermoso del mundo. Y Demy es uno de sus mejores farsantes.
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