Leo El largo adiós de
Raymond Chandler y constató la gran diferencia que tiene respecto a la
adaptación cinematográfica de Altman que vi hace unas semanas: Marlowe no es un
justiciero.
Como es lógico, la trama de la
novela es más compleja y la adaptación cinematográfica rescata, sobre todo, la
idea inicial que Marlowe lleva a un amigo, Terry Lennox, a la frontera mexicana y al día siguiente su
mujer ha aparecido asesinada, mientras poco después el propio Lennox se ha
suicidado en un pueblucho de mala muerte mexicano, cosa que provoca la
detención por unos días de Marlowe acusando de complicidad en el asesinato; así
como la figura del escritor de best sellers dependiente de los médicos
especializados en desintoxicación alcohólica, interpretado en la película por
Sterling Hayden, que en la novela muere asesinado por su propia mujer y no
suicidándose como en la película. Todo lo demás es bastante diferente y Marlowe
nunca se desplaza a México aunque, al final, efectivamente Lennox está vivo y es
él quien vuelve a Los Ángeles.
Justamente, una de las
características del Marlowe literario es el sentido leal de la amistad que,
aunque también lo tiene en principio Gould en la película, lo pierde al final
con el ajusticiamiento que efectúa.
Hacía años que no leía una
novela de Chandler. Pero siempre da gusto volver a este gran escritor. Ritmo
trepidante y una creciente intriga que provoca una aceleración en busca del
final del libro y la resolución de la trama.
Y siempre es estimulante leer
las agudas reflexiones de Marlowe, como cuando especula que se hubiera podido
quedar en su lugar natal, algún estado interior, para llevar una vida
convencional lejos de una gran urbe pero dice: Me quedo con la ciudad,
grande, sórdida, sucia y deshonesta.
Y cuando dialoga con Bernie Ohls,
más o menos un amigo policía que se implica en la resolución del caso hacia el
final de la novela, realiza esta reflexión sobre la sociedad en la que vive:
Claro, mándame callar. No soy más que un ciudadano particular. Desengáñate, Bernie. Tenemos mafias y sindicatos del crimen y asesinos a sueldos porque tenemos políticos corruptos y a sus secuaces en el ayuntamiento y en la asamblea legislativa. El delito no es una enfermedad, es un síntoma. Los policías son como un médico que te da una aspirina para un tumor en el cerebro, excepto que el policía preferiría curarlo con una cachiporra. Somos un pueblo grande, primitivo, rico y desenfrenado y la delincuencia organizada es el precio que pagamos por la organización. Vamos a tenerla mucho tiempo. La delincuencia organizada no es más que el lado sucio del poder adquisitivo del dólar
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