Grandes horizontes
(1957) es un agradable western de Gordon Douglas que, en su guion, toca algunos
elementos clave del género.
Un cowboy interpretado por Alan
Ladd llega con un rebaño desde Texas a Missouri pensando que obtendrá un buen
precio por las reses. Las expectativas de cobrar 10 dólares por cabeza se
desvanecen cuando un cacique local, interpretado por Anthonny Caruso, le ofrece
solo un dólar y medio. A pesar de defraudar a sus acompañantes, y con una
evidente tensión por las maneras chulescas de Caruso, Ladd acepta el trato y
queda vagando por la zona. Conoce a un arquitecto alcohólico interpretado por
Edmond O’Brien al cual salva de ser linchado por robar una botella de whiskey.
Cabalgan juntos y llegan a una zona de Kansas en la que se asientan y deciden
hacerse socios. Convencen a un empresario ferroviario que lleve el tren hacia
ese lugar en el que ellos construirán una ciudad, que será floreciente y tendrá
como atractivo económico el tráfico comercial de grano y ganado hacia el Este
del país.
Mientras Ladd parte a Texas
para volver con el ganado, se va construyendo la ciudad con la oposición de
Caruso que llega a provocar un incendio.
A pesar de ello, la ciudad se construye y los tratantes de ganado esperan
que allí se celebre una subasta con las reses que vendrán desde Texas pero
Caruso sigue incordiando y mata a uno de los tratantes. Eso obliga a O’Brien a
asumir el rol de sheriff para parar los pies a Caruso al estar ausente Ladd
pero, no siendo diestro con las armas, es presa fácil de Caruso que
prácticamente le asesina a sangre fría. La llegada por fin de Ladd con el
ganado y su enfrentamiento con Caruso darán lugar a un previsible final.
Gordon Douglas maneja bien la
película, pero tampoco se puede ocultar que el guion tiene bastantes
debilidades. El personaje del malvado, aquí Anthony Caruso, ni tiene mucha
entidad ni un actor demasiado destacable asumiendo el papel; la historia
sentimental entre Ladd y Virginia Mayo, hermana de O’Brien, es aburrida y
previsible. Por otra parte, el protagonista, Alan Ladd, era un actor con un
carisma justito y que ya se encontraba en un momento decadente de su carrera.
No obstante, Edmond O’Brien en
su papel de alcohólico que intenta regenerarse aprovechando su cualificada
preparación hace una muy buena interpretación, en la línea de las que solía
hacer. Acapara con su actuación el protagonismo en las escenas que comparte con
un actor más bien soso como Ladd y tiene unas buenas secuencias en el momento
antes de su muerte, cuando es retado por Caruso que le humilla dándole una
botella ante lo que parece una claudicación de O’Brien y luego, en el
definitivo duelo, una vez O’Brien decide enfrentarse en un acto temerario y
suicida un poco en la línea de Ransom Stoddard ante Liberty Valance. Esas escenas
de O’Brien son las mejores de la película.
Así pues, un western con un
tema clásico como la llegada de la civilización frente a las fuerzas
reaccionarias que rechazan un mundo de ley y orden, que se ve con agrado aunque
no se disimulen sus defectos.
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