Leo El ruido del tiempo, de Julian Barnes y que recrea
de forma novelada algunos episodios de la vida de Dmitri Shostakóvich.
Me resulta ameno y divertido. No es que cuente cosas que
hagan gracia pero, con la distancia que da el tiempo y el espacio, la locura
paranoica de Stalin que hizo extensiva a su régimen provoca momentos divertidos
ante la incomprensión que causa como podía funcionar aquella sociedad y hasta
dónde llega la estupidez humana.
Aunque se van dando pinceladas de gran parte de los momentos
de su vida, Barnes incide más en determinados momentos. Así, uno es en el
momento álgido del terror, en el año 1936, cuando hay una representación de su
ópera Lady Macbeth de Mtsensk y, al día siguiente de la representación,
aparece un artículo en Pravda, sin duda firmado por Stalin, condenando
al músico por desviacionista y decadente. Shostakóvich lo pasará mal durante
esos años del terror, pero la casualidad hará que caiga en desgracia el agente
del NKVD que lo quiere implicar en una acusación falsa contra el mariscal
Tujachevski, al cual acusan de montar un complot para matar a Stalin, justo
antes del plazo que le había dado para interrogarlo. Absolutamente amedrentado,
Shostakóvich acude al edificio de la Lubianka
y sus problemas desaparecerán por un tiempo ante la purga de que ha sido objeto
su interrogador.
Otro momento importante es en 1948 cuando, tras haber vuelto
a tener problemas y críticas respecto a la música que componía, recibe de manera
sorprendente una llamada telefónica del mismísimo Stalin requiriéndole para que
represente a la URSS en el Congreso Cultural y Científico para la Paz Mundial que
se iba a celebrar en Nueva York. Ante las excusas que le pone a Stalin para no
ir, y finalmente diciéndole que su música está prohibida en el país, el
dictador georgiano le dirá cínicamente que quién le ha dicho que su música está
prohibida y que eso, de ser cierto, se corregirá inmediatamente. Tendrá una
experiencia muy amarga en Nueva York cuando tenga que reprobar, por imperativo
de los dirigentes soviéticos, a un hombre que él idolatraba como era Igor
Stravinski.
Tras la muerte de Stalin, seguirá su posición subordinada al
poder político y se afiliará al partido comunista con el anzuelo que las cosas
han cambiado con la desestalinización, que una prueba de ello puede ser su
ingreso en el partido y que eso hará que pueda volverse a oír libremente Lady
Macbeth que había estado prohibida de nuevo. La conversación que tiene en 1960 con
Pospelov, un hombre de la nomenklatura, respecto a esa afiliación al partido
tendrá, por parte de su interlocutor, el mismo carácter cínico que había tenido
la conversación con Stalin doce años atrás.
Así pues, una historia en realidad triste. Un hombre
extraordinariamente talentoso para la composición musical intentando
desarrollar sin ataduras su obra mientras un régimen totalitario hasta límites
brutalmente crueles lo limita y manipula. Y todo ello contado por Barnes con un
magnífico estilo pues no se te cae ni una página de las manos.
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