Vamos al Lliure a ver La
nostra ciutat, y le digo a Jordi cuando acaba que la obra me ha sugerido
una frase de la canción El ángel exterminador de Los Ilegales: el
mundo es basura pero me gusta estar vivo.
Escrita en 1938, esta obra de Thorton
Wilder, a través de 3 actos, describe unos personajes que viven en Grover’s Corners
(New Hampshire) en 1901, 1904 y 1913. La
localidad es una pequeña ciudad de 2.642 habitantes y su vida apacible,
aburrida y tradicional es descrita en los dos primeros actos de la obra, en
clave de comedia costumbrista y destacando la música como elemento de cohesión
de la comunidad con sus himnos religiosos y la participación de los ciudadanos
en el coro local. Hay dos núcleos familiares encabezados por un doctor y un
director del periódico local junto a sus mujeres que se dedican a las tareas
del hogar y sus hijos. Un pueblo muy corriente y normal del cual una narradora
nos va introduciendo en la historia y participa también ocasionalmente dando
vida a algún personaje. Mientras en el primer acto se describen situaciones
absolutamente cotidianas (un almuerzo, la llegada de los niños de la escuela, …);
en el segundo acto el tema central, siguiendo con retratar a ese mundo tan tradicional,
es la boda de George y Emily, los hijos de las dos familias.
Y el tercer acto es el mejor, sube
la intensidad dramática porque la obra pasa de lo local a lo universal para tratar
el tema de la muerte y el más allá. Se abre directamente mostrando varias
sillas con un actor “muerto” sentado que simulan ser tumbas y la llegada de un
cortejo fúnebre para enterrar a Emily, que ha muerto dando a luz a su segundo
hijo. Emily aparece en el escenario ya separada del mundo de los vivos pero dispuesta
a hablar con los muertos los cuales le dicen que su presencia tiene por objeto
olvidarlo todo, ir extinguiéndose poco a poco. Emily no quiere separarse de la
vida, pide recrear un día feliz de su vida, su duodécimo aniversario y la
narradora, como Deus ex machina, le concede esa gracia. Emily se angustia
cuando ha podido retroceder hasta ese día y lo comparte con su madre y demás familiares; sabe que está muerta, como también
lo está su hermano al que se le perforó el apéndice y comprende el valor que
tiene la vida, el aprovechar cada momento. Definitivamente angustiada, pide
cesar esa recreación de 16 años atrás y dice: No puedo, no puedo seguir.
Todo es tan rápido. No tenemos tiempo de mirarnos bien. No lo sabía. Así que
todo eso estaba pasando y nunca nos dimos cuenta. Lléveme a la colina, a mi
tumba. Lléveme a la colina, mi tumba. Pero antes: espere. Déjeme
mirarlo una vez más. Y entonces ve Grover’s Corners por última vez.
Parece que Wilder nos dice que
hemos de aprovechar la vida, aunque sea un sitio tan aburrido como Grover’s
Corners. Y el globo terráqueo está lleno de Grover’s Corners, ya sea en el ámbito
rural o en el urbano, y ya sea en pequeñas o grandes ciudades.
Muy buena escenografía, algunas
muy buenas interpretaciones de los 15 actores participantes y buena tarde de
teatro en Montjuich.
La obra fue objeto de una
adaptación cinematográfica, dirigida por Sam Wood e interpretada por William
Holden y Thomas Mitchell, que supongo debe ser difícil de localizar.
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