Después de El irlandés,
Martin Scorsese reincide en una película de larga duración, por encima de los
200 minutos, y se estrenó el pasado viernes Los asesinos de la luna.
Basada en hechos reales, la película
se centra en la desaparición de varios miembros de la tribu de los osage, una
comunidad india desplazada en el siglo XIX a Oklahoma, durante la década de los
20 una vez se habían enriquecido cuando se había descubierto petróleo en unas tierras
que parecían de poco valor en el momento en que les fueron asignadas por la Comisión
de Asuntos Indios del gobierno estadounidense.
William Hale, un cacique local interpretado
por Robert de Niro, utilizará a su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio)
junto a otros secuaces para hacerse con las tierras de los indios. La trama
principal se desarrolla a partir del hecho que Burkhart se casa con una india
osage llamada Molly (Lily Gladstone) y es constantemente manipulado por Hale para
ir liquidando a los parientes de Molly e intentar acabar también con ésta para
conseguir todas las tierras del grupo familiar indígena.
En la película hay un gran duelo
interpretativo entre De Niro y De Caprio. Si el primero está soberbio actuando
como tirano déspota y sin escrúpulos, aunque dando una imagen exterior de apacible
amigo y protector de los indios; también lo está el segundo en un papel más
complejo ya que aparece como un débil mental, incapaz de tomar decisiones y
calibrar adecuadamente la realidad, influenciable e incapaz de adoptar decisiones
de forma autónoma. Si toda la interpretación de Di Caprio está bien, me ha
gustado especialmente su última escena con Molly, en la que le asegura que le
estaba administrando insulina cuando le ponía inyecciones por su diabetes.
El ritmo de la película es lento (como
también lo era una buena película como Silencio) pero necesario para
mostrar de manera profunda todos los personajes, especialmente el de Di Caprio
y sus contradicciones. Lento, pero no aburrido; es una película con poca acción
porque los asesinatos se liquidan con planos cortos, como fogonazos brutales, y
la película se centra en los personajes. Además, la trama va subiendo en
interés en su parte final con la lenta manera utilizada para deshacerse de
Molly y la llegada de los investigadores que tratan de resolver la autoría de
los crímenes sucedidos.
Si en algunas películas de
Scorsese se retrataba el mundo del crimen organizado en las décadas posteriores
a la II Guerra Mundial, aquí también se retrata una organización criminal, pero
ajustando cuentas con ese pasado incómodo que es el trato dispensado a los
indígenas norteamericanos.
Otra cosa destacable es que, si las
formas de actuar de Hale son brutales, tampoco los métodos de los
investigadores que, como antecedentes del FBI, son enviados por Washington para
investigar los asesinatos y desapariciones son ortodoxos, sino que actúan sin
ceñirse a un procedimiento legal y actuando de manera arbitraria. Tampoco parece
que, en las escenas del juicio, haya un gran miramiento por los derechos procesales.
El final de la película me ha
parecido logrado. En una trasmisión radiofónica situada a finales de los 40, se
informa de lo que les sucedió, a partir del juicio, a los personajes
principales y, además, es un momento que Scorsese aprovecha para darse un
cameo.
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