Siguiendo con Mel Brooks, veo
La loca historia del mundo, primera parte. Es una película de
1981 menos conseguida que algunas de sus películas hechas en los años 70 pero
que sí contiene momentos muy divertidos.
Empieza en la Edad de Piedra con
unos cavernícolas haciendo algunas payasadas y el gag más divertido es cuando
uno de ellos crea el arte dibujando un bisonte en la pared de una cueva. Junto
con el artista nace el crítico, otro cavernícola que se adelanta al resto, pone
cara inquisitiva y acaba orinando sobre la pintura.
Después de un breve momento por
el Antiguo Testamento, en el que sale la bajada del monte Sinaí y como Moisés
entrega al pueblo las tablas de los diez mandamientos porque se le cae una que contenía
cinco mandamientos más; se abre la parte de metraje más larga de la película
que es la dedicada al Imperio Romano. En esta parte los protagonistas son un cómico
filósofo interpretado por el propio Brooks y un esclavo negro interpretado por
Gregory Hines. Después de varias disparatadas situaciones en las que intervienen
el César y su mujer, Brooks y Hines emigran a Judea. Allí Brooks encuentra
trabajo en una posada como camarero y, cuando va a servir la cena en una de las
salas, se encuentra a Jesús justo en el momento en que dice que uno de sus
discípulos le va a traicionar. Seguidamente, entra Leonardo da Vinci con sus útiles
para pintar La última cena.
La siguiente etapa histórica en abordar
la película es la época de la Inquisición española. En realidad no hay diálogo
sino un largo número musical, al más puro estilo de Broadway y Hollywood, en el
que Brooks interpreta a un Torquemada que canta y baila con un ballet masculino
de religiosos; aunque luego se incorporan unas monjas que se quitan los hábitos
y se lanzan a la piscina en un número calcado de las coreografías de Esther Williams.
La última etapa histórica es la
Revolución Francesa. Brooks interpreta aquí dos papeles: el de Luis XVI y el de
un hombre que lleva un orinal para que los nobles que están en palacio puedan orinar
en ellos cuando pasean por los jardines. Intuyendo que estallará la Revolución, algunos
asesores aconsejan al rey que huya y ponga a su doble como rey. Efectivamente,
estalla la Revolución, y el falso rey, junto a una chica a la que ha ayudado a
liberar a su padre de la Bastilla, intenta huir pero son detenidos. A punto de
ser guillotinados, serán salvados por Gregory Hines que vuelve desde el Imperio
Romano y huyen todos en una cuadriga acabando la película.
Como en otras películas de Brooks,
el humor es muy obsceno, con muchas alusiones a órganos sexuales, al apetito
sexual insaciable del César, la emperatriz y Luis XVI hacia los cortesanos que
les rodean y a la comicidad de uno de los miembros de la corte del César por su
homosexualidad, cosa que ahora sería muy políticamente incorrecta. También está el humor escatológico con, por
ejemplo, el César romano eructando y lanzando ventosidades. Otro aspecto a destacar
es esa vena mordaz e irónica, como los romanos que pasan por la oficina de
desempleo o el rey Luis XVI que practica el tiro no al plato sino al pobre,
lanzándole personas de clases bajas a las que pueda disparar. Y no faltan
algunas referencias humorísticas a las religiones, en especial la judía como,
cuando acaba la película y anuncian la segunda parte, unas naves especiales
tipo la guerra de las galaxias que tienen la forma de la estrella de David. En
definitiva, esas características por las que Jeremy Dauber ponía a Mel Brooks
como ejemplo de humorista judío.
Y no hubo La loca historia del
mundo, parte segunda. Al menos estrenada en cine. Parece que, justo hace unos
meses, se ha estrenado esa segunda parte en forma de serie de TV en los Estados
Unidos después de 40 años de espera. Y uno de los guionistas es Mel Brooks. Cercano a ser centenario, parece
que sigue dando guerra.
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