Se estrena Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson y las expectativas son muy altas ante las positivas críticas que veo son casi unánimes. Vista la película, la sensación es más bien de decepción. No se me ha hecho larga, lo cual ya es positivo en una película de unos 160’, pero no le visto mucha sustancia.
La película se basa en una novela de Thomas Pynchon para introducirnos en el mundo de grupos revolucionarios luchando contra fuerzas represoras, supremacistas y racistas del aparato estatal. La acción del filme se extiende por 16 años y no está claro el exacto momento histórico que cubre, aunque los protagonistas van con iphones. Esos 16 años son los que tiene Willa, hija de dos revolucionarios, Perfidia (Teyana Taylor) y Bob Ferguson (Leonardo Di Caprio), que se separaron tras no poder asumir ella el peso de la maternidad y querer seguir en el mundo de la acción revolucionaria. Previamente, ella había tenido una relación íntima con su perseguidor, Steven Lockjaw (Sean Penn), líder de las fuerzas militares que luchan contra ese grupo revolucionario. Lockjaw tiene la intuición que Willa es su hija y la persigue para cerciorarse y, en caso afirmativo, matarla pues es fruto de una contaminación racial al ser hija de un blanco y una negra. Ferguson, padre en solitario, deberá proteger a su hija junto a antiguos compañeros, entre los que destaca Sensei Sergio (Benicio del Toro), del acoso de este ejército encabezado por Lockjaw y que parece salido de una pesadilla en la que fuera Trump quien moviera los hilos.
Como thriller, me ha parecido muy conseguido en el sentido que pone a menudo en tensión al espectador. Pero, como película que pretenda explicar algo interesante, es decepcionante. Parece que quiera tocar muchas teclas: el racismo, los grupos extremistas de ultraderecha, la persecución de los inmigrantes, ... pero todo queda deslavazado y tratado de forma superficial.
Desde luego, el actor con un papel con más números para lucirse es Sean Penn y lo hace muy bien en su papel de blanco supremacista, pero que se siente atraído sexualmente por una revolucionaria negra. Lo que pasa es que el tratamiento que le da Anderson conforme va avanzando la película roza lo caricaturesco, haciéndole sobrevivir a un accidente de coche que ha tenido tras ser tiroteado como si fuera Terminator. Entre los demás actores destaca el oficio de Benicio del Toro, capaz de dar entidad a su personaje, lo mismo que hace Taylor al ponerse en la piel de la aguerrida Perfidia. Más convencional, tal vez por culpa de Anderson, resulta la interpretación de Di Caprio, del cual sacó mucho más partido Scorsese en Los asesinos de la luna.
Entretenida, pero le falta profundidad dramática a la trama y Anderson no acierta del todo, e incluso malogra, las prestaciones de algunos de sus actores.
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