A través de los ojos del
preadolescente Huw, Qué verde era mi valle cuenta la destrucción de una
comunidad de mineros en un pueblo galés, diezmada tanto por los peligros
propios de la actividad minera que origina varias muertes, como por la
emigración a otros continentes debido a que los propietarios de la mina imponen
una política salarial de explotación de los mineros y, finalmente, las minas ni
siquiera son rentables con salarios bajos.
Rodada en 1941, la película es
una narración del pequeño Huw (Roddy Mac Dowall), el hijo pequeño de una
familia de mineros, encabezada por el padre (Donald Crisp), su mujer, varios
hermanos varones y una única hermana (Mauren O’Hara). El primer cuarto de hora
describe una comunidad modélica en cuanto a respeto de las tradiciones
familiares y sociales, con la música y la Iglesia como lazos de unión. Pero un
letrero de la propiedad de la mina diciendo que van a bajar los salarios resquebraja
la estabilidad, no solo para las familias del valle, sino para la del propio
Huw cuando todos sus hermanos mayores desafían la autoridad paterna, reacia a
aceptar la necesidad de sindicarse y defensor de buscar, pese a todo, un
entendimiento con la patronal. El patriarca de la familia llega a pronunciar
con horror la palabra socialismo que él asocia a los sindicatos y su actitud
marca una grieta con sus hijos, que llegarán a abandonar durante un tiempo el
hogar. Ford no se recrea en el trasfondo social de la película pero sí está presente,
de manera tajante y dura, cuando algunos trabajadores van a recibir el jornal y
reciben un escueto y desconsiderado “está usted despedido” tras recibir alguna libra y chelines por las últimas jornadas realizadas.
Otro factor altera la
estabilidad del hogar de Huw y es la llegada del nuevo predicador Gruffydd, interpretado por Walter Pidgeon, y el
enamoramiento que se produce entre él y su hermana. Gruffydd es un hombre
timorato que, con su poca capacidad de decisión, arrastra al personaje de
O’Hara a un matrimonio infeliz con el hijo del propietario de la mina.
A pesar de que Huw recibirá, al
contrario que sus hermanos, una educación que le permite aspirar a un futuro
diferente al de la mina elegirá, en principio, ser minero dada la admiración
que siente por su padre a pesar de que todos sus hermanos, menos uno muerto en
un accidente, han emigrado a América y Oceanía. No obstante, el último
accidente, en el que fallece el personaje de Donald Crisp, será el último golpe
para la disgregación de la familia y de esa comunidad cada vez con menos futuro
con unos empresarios buscando maximizar beneficios a costa de degradar a los
trabajadores. Huw abandonará definitivamente el valle mientras unos últimos
utópicos planos reúnen a toda la familiar en una reunión ya imposible.
Pero no solo los problemas
vendrán de la diferencia de clase social entre empresarios y mineros, sino que,
por causa de las habladurías que levantan los escarceos amorosos del predicador
y la hermana de Huw, los vecinos se ensañarán de manera hipócrita contra toda la
familia con insinuaciones malintencionadas. Así que hay varios motivos para que
la idílica comunidad descrita en el primer cuarto de hora sea mostrada tal cual
es.
Ford ya está en un momento
absoluto de madurez y la película está plagada de buenas escenas, como lo son
todas las que tienen que ver con la historia de amor de O’Hara y Pidgeon, con
uno de los mejores trabajos que la actriz pelirroja realizó para el director de
origen irlandés y una historia romántica que se inicia a través de miradas perfectamente
filmadas y, luego, en su desarrollo frustrante, a través de planos que expresan
la ansiedad y zozobra de los enamorados. También destacan las escenas finales,
con esos montacargas que son mirados con ansía por los familiares de los
mineros para ver si, cuando asciendan a la superficie desde las galerías de la
mina, sus seres queridos volverán con vida. La subida del cuerpo de Donald
Crisp, con el predicador y Huw que han bajado a buscarle, estando expectantes
las mujeres de la casa, está rodada con una emotividad que solo Ford podía imprimir.
La película ganó el Óscar a
mejor película y también uno de los cuatro que Ford ganó como director. Aunque
es una película que situaría entre las 15 mejores de Ford, es inevitable ver una
cierta injusticia en que, en ese mismo año, Ciudadano Kane y Welles
fueron nominados en esos Óscars que se llevó finalmente Qué verde era mi
valle.
Gran clásico de Ford, filmando
como pocas veces en el cine lo que es la nostalgia por un mundo irrecuperable,
así como la admiración de un hijo por su padre, con las palabras finales de Huw
diciendo que los hombres como su padre nunca mueren.
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