miércoles, 23 de abril de 2025

¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE!

 

A través de los ojos del preadolescente Huw, Qué verde era mi valle cuenta la destrucción de una comunidad de mineros en un pueblo galés, diezmada tanto por los peligros propios de la actividad minera que origina varias muertes, como por la emigración a otros continentes debido a que los propietarios de la mina imponen una política salarial de explotación de los mineros y, finalmente, las minas ni siquiera son rentables con salarios bajos.

Rodada en 1941, la película es una narración del pequeño Huw (Roddy Mac Dowall), el hijo pequeño de una familia de mineros, encabezada por el padre (Donald Crisp), su mujer, varios hermanos varones y una única hermana (Mauren O’Hara). El primer cuarto de hora describe una comunidad modélica en cuanto a respeto de las tradiciones familiares y sociales, con la música y la Iglesia como lazos de unión. Pero un letrero de la propiedad de la mina diciendo que van a bajar los salarios resquebraja la estabilidad, no solo para las familias del valle, sino para la del propio Huw cuando todos sus hermanos mayores desafían la autoridad paterna, reacia a aceptar la necesidad de sindicarse y defensor de buscar, pese a todo, un entendimiento con la patronal. El patriarca de la familia llega a pronunciar con horror la palabra socialismo que él asocia a los sindicatos y su actitud marca una grieta con sus hijos, que llegarán a abandonar durante un tiempo el hogar. Ford no se recrea en el trasfondo social de la película pero sí está presente, de manera tajante y dura, cuando algunos trabajadores van a recibir el jornal y reciben un escueto y desconsiderado “está usted despedido” tras recibir alguna libra y chelines por las últimas jornadas realizadas.

Otro factor altera la estabilidad del hogar de Huw y es la llegada del nuevo predicador Gruffydd, interpretado por Walter Pidgeon, y el enamoramiento que se produce entre él y su hermana. Gruffydd es un hombre timorato que, con su poca capacidad de decisión, arrastra al personaje de O’Hara a un matrimonio infeliz con el hijo del propietario de la mina.

A pesar de que Huw recibirá, al contrario que sus hermanos, una educación que le permite aspirar a un futuro diferente al de la mina elegirá, en principio, ser minero dada la admiración que siente por su padre a pesar de que todos sus hermanos, menos uno muerto en un accidente, han emigrado a América y Oceanía. No obstante, el último accidente, en el que fallece el personaje de Donald Crisp, será el último golpe para la disgregación de la familia y de esa comunidad cada vez con menos futuro con unos empresarios buscando maximizar beneficios a costa de degradar a los trabajadores. Huw abandonará definitivamente el valle mientras unos últimos utópicos planos reúnen a toda la familiar en una reunión ya imposible.

Pero no solo los problemas vendrán de la diferencia de clase social entre empresarios y mineros, sino que, por causa de las habladurías que levantan los escarceos amorosos del predicador y la hermana de Huw, los vecinos se ensañarán de manera hipócrita contra toda la familia con insinuaciones malintencionadas. Así que hay varios motivos para que la idílica comunidad descrita en el primer cuarto de hora sea mostrada tal cual es.

Ford ya está en un momento absoluto de madurez y la película está plagada de buenas escenas, como lo son todas las que tienen que ver con la historia de amor de O’Hara y Pidgeon, con uno de los mejores trabajos que la actriz pelirroja realizó para el director de origen irlandés y una historia romántica que se inicia a través de miradas perfectamente filmadas y, luego, en su desarrollo frustrante, a través de planos que expresan la ansiedad y zozobra de los enamorados. También destacan las escenas finales, con esos montacargas que son mirados con ansía por los familiares de los mineros para ver si, cuando asciendan a la superficie desde las galerías de la mina, sus seres queridos volverán con vida. La subida del cuerpo de Donald Crisp, con el predicador y Huw que han bajado a buscarle, estando expectantes las mujeres de la casa, está rodada con una emotividad que solo Ford podía imprimir.

La película ganó el Óscar a mejor película y también uno de los cuatro que Ford ganó como director. Aunque es una película que situaría entre las 15 mejores de Ford, es inevitable ver una cierta injusticia en que, en ese mismo año, Ciudadano Kane y Welles fueron nominados en esos Óscars que se llevó finalmente Qué verde era mi valle.

Gran clásico de Ford, filmando como pocas veces en el cine lo que es la nostalgia por un mundo irrecuperable, así como la admiración de un hijo por su padre, con las palabras finales de Huw diciendo que los hombres como su padre nunca mueren.

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