jueves, 3 de abril de 2025

MIL OJOS ESCONDE LA NOCHE (II)

 

¿Tú crees que uno puede dejar de ser malo, si uno de lo propone? – pregunté a Ana María Sagi

Con esta frase empieza De Prada la segunda parte de su novela Mil ojos esconde la noche, que lleva como subtítulo Cárcel de tinieblas.  Y da la pista de a donde nos conducirán las aventuras de Fernando Navales durante su estancia en París desde el año 1942 a mediados de junio de 1944. Si el autor es un hombre profundamente católico, no es extraño que esta última parte de la novela pivote sobre la redención del resentido Navales, en gran parte gracias a Ana María Sagi, uno de los pocos personajes a los que no intenta putear en ningún momento e incluso se convierte en su benefactor.

Pero, antes de la redención, todavía Navales cometerá unas cuantas cerdadas mientras su influencia como gerifalte falangista va menguando con el curso de la guerra y los exiliados republicanos, que en los primeros años de la ocupación acudían a las exposiciones de arte que él organizaba, van mostrándose esquivos y renuentes a colaborar con él.

De Prada, por boca de Navales, narra cómo es el París de esos años, sometido a incursiones aéreas de la RAF cada vez más eficaces, con hostigamiento y detención de judíos con rumbo a campos de exterminio y la actividad cada vez mayor de la Resistencia que conllevaba las lógicas represalias alemanas. Dentro de ese contexto, destacan los esfuerzos del cónsul español Rolland por intentar salvar judíos con ascendencia española enviándoles por tren a España, mientras el pérfido comisario Pedro Urraca sigue causando el terror entre los exiliados.

Repiten muchos personajes de la primera parte, pero destaca por su sostenida relación con Navales la figura de César González Ruano, dedicado a actividades ilícitas, llegando a pasar unas semanas detenido por los alemanes y que, más tarde, logra abandonar Francia. También aparece un Gregorio Marañón que encauza su retorno a España una vez purgado el pecado de un discurso crítico que da en 1940 y un escrito falsamente atribuido a él por parte de Navales, así como un Picasso que sigue mereciendo el desprecio de Navales, el cual nos explica como humilla a sus amantes, así como que nunca le faltó carbón para encender la calefacción en un París sometido a grandes restricciones.

Las protagonistas femeninas de la novela son Ana de Pombo, bailarina y diseñadora con la que Navales llega a establecer una relación carnal y sentimental en contraste con las demás. Luego está la figura de María Casares, asediada por un comandante alemán y preocupada por su carrera de actriz, rechazando protagonizar El cuervo de Clouzot, pero participando en Les enfants du Paradise de Carné y Las damas del bois de Boolugne de Bresson.  Por otro lado, la relación con Ana María Sagi le conduce a conocer a Victoria Kent, ilustre republicana que vivió escondida en París hasta el final de la guerra y que no aparecía en la primera parte de la novela.

Como la primera parte, es un placer y un gran entretenimiento leer a De Prada, mezclando ficción y realidad para la que se ha documentado concienzudamente. Así, para resolver la trama de Navales con los demás personajes históricos realiza una conexión muy brillante aprovechando la figura del Dr. Petiot, otro de los muchos asesinos en serie que ha dado Francia y del que se sospecha que asesinó a unas sesenta personas, descubriéndose sus crímenes en marzo de 1944 para acabar detenido en noviembre de 1944.

Como dice el autor en las páginas finales en que explica qué parte es realidad, cuál es ficción, o aquellas otras en las que se permite efectuar suposiciones fundamentadas; su intención es narrar una tercera salida de Navales para rellenar el período que ahora tenemos vacío, desde 1936 a 1939, más allá de saber que trabajó como censor en Salamanca. Todo ello dice que lo hará en función de la respuesta que tenga esta última novela y a pesar de que entiende puede levantar susceptibilidades en determinados medios de la sociedad española. Esperemos que se cumpla lo que dice al final “… tal vez nos animemos a escribir algún día esa novela, aunque España siga siendo – tal vez más que nunca – ese “trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”. Y la progenie de Caín siempre dispara con bala.”

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